Opinión · Corazón de Olivetti
Qué ganas de ser totalitario
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A un amigo, en cierta ocasión, le echaron de una tertulia bajo una acusación muy razonable: “Eres sensato y eso no da audiencia”. ¿Cómo es posible rechazar a los tibios como predica el evangelio y al mismo tiempo no ser sectario? Ay, Hamlet, qué mal papel habrías hecho en estos tiempos de trinchera.
Un supuesto: ¿por qué no podemos defender a machamartillo a Baltasar Garzón en su justa causa contra el franquismo y poner en duda que fuera todo lo garantista que cupiera esperar de un juez instructor en las escuchas a los abogados de la trama Gurtell? Así las cosas, ¿no resultaría lo más racional ser republicano aunque la Casa Real fuese un ejemplo prístino de transparencia contable?
A escala internacional, ¿cómo no apostar, sin la sombra de Santiago Matamoros, por unas relaciones dignas entre Marruecos y España, pero al mismo tiempo exigir que se atienda la autodeterminación del pueblo saharaui? No creo que sea un disparate deplorar que aún haya disidentes que a veces mueren en las cárceles cubanas y al unísono admirar la dignidad de esa isla frente al todavía voraz imperialismo yanqui.
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No se trata de conjugar lo peor del comunismo y del capitalismo como China, ni como querer exportar democracia a medio mundo y luego interrumpirla precipitadamente cuando no nos gusta el resultado de las urnas. Sería más bien como plantearse si para crear empleo hubiera que abrir fábricas de armas o urbanizar los parques naturales. O si no sería viable una reforma del código penal que también condenara a los pueblos que votan a los corruptos a sabiendas de que lo son.
Qué ganas de ser totalitario en este país de telepredicadores y machamartillos, donde todo es blanco o negro sin que quepa apreciar la gama de los grises o la riqueza indudable del arcoiris. Aquellos que sufrimos el virus de la paradoja ni siquiera podemos soñar con tirar un euro al aire para salir de tanta incertidumbre. O saldría el canto de la moneda o se lo quedaría el banco central europeo para prestarlo a interés ridículo a las entidades financieras para que compren nuestra deuda y se hagan más ricas. En este último caso no me cabe la más mínima duda.
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