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Robots sexuales: ¿estamos en el buen camino?
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Hace casi un año comenzó a mostrarse al público Samantha, el primer robot sexual que llegaba al mercado. Se exhibió en una feria tecnológica y el tiempo que estuvo a merced de los cavernícolas que por allí pasaron le bastó para que terminara con los pechos, las piernas y los brazos medio desmontados, sucia y con dos dedos rotos. Ahí es nada.
El debate moral acerca de este tipo de ingenios es más que evidente. ¿Realmente es una buena idea facilitar a ciertos hombres una vía para comportarse con una robot como la ley no permite con una mujer real? Evidentemente, antes de que sucedan hechos tan miserables y cuasi impunes como los de La Manada con una joven es preferible que la víctima sea un robot, pero ¿avanzamos así en amueblar nuestras mentes como debieran?
A fin de cuentas, uno de los máximos beneficios que encuentran los hombres en estas robots es que, salvo que ellos quieran, no les pueden responder, criticar o despreciar.
Compañías como Synthea Amatus ya está comercializando estos tipos de robot sexuales femeninos, a partir de unos 2.300 euros (6.000 euros con Inteligencia Artificial). El argumento de venta es que es mucho más que la evolución tecnológica de una muñeca hinchable. Estas robots pueden conversar, hacer chistes... y, obviamente, mantener relaciones sexuales cuando quiera, y únicamente cuando quiera, su propietario.
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Imaginen una familia en la que el padre cuenta con su propia robot sexual, a la que utiliza a su libre albedrío, a la que controla con absoluta sumisión por parte de la máquina de apariencia humana. ¿Qué mensaje se transmite a los hijos sobre cómo tratar a las mujeres, sobre cómo valorar las relaciones? Ya a principios de año abordamos en este mismo espacio cómo la Inteligencia Artificial estaba creando a la perfecta mujer sumisa para aquellos hombres que la desean.
Es cierto que existen robots sexuales masculinos, pero la oferta es rídicula comparada con la de robots femeninas. A princios de año conocíamos a Henry, un robot sexual de RealDoll que, a partir de unos 9.000 euros, ofrece un buen rendimiento sexual al tiempo que es capaz de ser romántico, recitar poemas de amor o conversar con sentido del humor.
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Por otro lado, igual de peligroso es un segundo argumento de venta de estas robots sexuales: para personas con discapacidad que tienen dificultades para relacionarse con las mujeres. ¿Ese es el tipo de soluciones que queremos fomentar? ¿Acaso esa máquina resuelve el problema de base, que es el aislamiento al que pueden llegar a condenar la sociedad a este tipo de personas?
Cíclicamente y cada vez con más frecuencia, surge el debate sobre la robo-ética. Sin embargo, ésta siempre es aplicada a las máquinas pero, ¿dónde queda la de los seres humanos frente a estos ingenios?
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