Opinión · La oveja Negra
'Habana Skyline': corrupción y revolución
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Una vuelta de tuerca más. Un martillazo impactando sobre la cabeza del clavo. Más duro, más fuerte, más violento. Así es Habana Skyline, la última novela de Vladimir Hernández, editada por HarperCollins. La continuación de Habana Requiem (que ya reseñamos en esta columna) no defrauda. Me atrevería a decir que supera a su predecesora. El autor sigue diseccionando la Cuba actual despojándola de tópicos y visiones amables, cuando no complacientes, llevándonos de nuevo a las calles de La Habana real. La que viven sus habitantes, no la que vemos en las postales turísticas. Nos introduce en las casas de los nuevos ricos, ejecutivos de empresas públicas a los que se les permite hacer negocios con multinacionales extranjeras, que llevan en la muñeca un Rolex. Y nos baja a los callejones oscuros, donde habitan los mendigos, donde se mata por media botella de whisky y unos zapatos.
Pero Habana Skyline no es solo una crítica al sueño revolucionario cubano. Habana Skyline es una gran novela negra. Una obra coral en la que todo comienza con la aparición del cuerpo de un policía infiltrado muerto por sobredosis de éxtasis. Pero al agente Eddy no le cuadra. La aparición de una nueva droga jamás vista con anterioridad en Cuba, la llamada Skyline, parece ser la causa de todo. Y detrás siempre surge el mismo nombre: la empresa pública Alondra. Un sicario es el encargado de ir eliminando todos los cabos sueltos, todos menos un ejecutivo al que no puede encontrar.
Vladimir Hernández crea unos personajes potentes con los que irremediablemente empatizamos (no se pierdan a Compay, mi debilidad, esperemos que aparezca en las próximas obras de autor). Consigue que nos metamos en la historia desde la primera página. Brillante en la contraposición de los dos mundos tan marcados que habitan en la ciudad. El lujo y la sordidez. La justicia y la corrupción. La solidez de la trama y la autenticidad de los diálogos hacen que Habana Skyline sea una de esas novelas que nos cuesta dejar. Una prueba más de la fuerza que posee el género negro para divertir y para criticar a la vez. Presiento que tanto en Habana Requiem como en Habana Skyline hay más verdad sobre la vida de la Cuba actual que en años de telediarios. Da igual que no le interese la política, da igual que esté a favor o en contra de Fidel. Con esta novela se lo va a pasar en grande.
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Ritmo, violencia, corrupción, crítica social y unas gotas de santería. Agitados, no revueltos. Delicioso.
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