Opinión · La realidad y el deseo
Los sindicatos deben meterse en política
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Cada vez está más claro que la crisis económica es también una crisis cultural. Se han impuesto unas corrientes de opinión que recortan o rompen algunos de los valores fundamentales de la vida en comunidad. Cuando una empresa que aumenta sus ganancias en un 30% anuncia el despido de miles de trabajadores para impulsar sus beneficios, no responde a un problema de dinero, sino a un problema cultural (esa mancha de ideología que esconde la ciencia económica).
Los sindicatos, como última barrera contra el predominio absoluto del neoliberalismo, están pagando una factura alta en esta crisis. Una organización sindical necesita llevar las discusiones teóricas sobre la libertad de los mercados hasta la realidad concreta de las empresas. Necesita recordarle a la sociedad que las empresas no sólo se definen por saldos de beneficios, sino también por el capital humano de sus trabajadores. Pero un esfuerzo que intenta situar los valores abstractos de la libertad en las situaciones reales de la sociedad y que no admite el aumento de beneficios como único horizonte, entra de inmediato en conflicto con el pensamiento dominante. Si a esto le añadimos la precariedad laboral y el descrédito de la propia idea de organización colectiva en una cultura marcada por la soledad de los miedos y las avaricias, comprenderemos mejor la dificultad de resistencia del movimiento sindical.
A la hora de hacer un análisis del sindicalismo, el problema no es que los sindicatos mayoritarios hayan tenido que aceptar en sus negociaciones con el Gobierno y los empresarios, para evitar catástrofes mayores, algunos acuerdos que suponen una pérdida real de los derechos laborales y de las condiciones sociales de los trabajadores. El verdadero problema es que si hubiese que negociar de nuevo estarían obligados a aceptar unos acuerdos parecidos.
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No es lo mismo una negociación laboral que un programa político. En la negociación laboral entran en juego cien detalles que afectan de inmediato a la vida cotidiana de muchas personas, a sus realidades de salario, derechos y jubilación, y a las propias condiciones de lucha de la organización. Las renuncias en la negociación dependen de la correlación de fuerzas y de la importancia de las cosas que pueden estar en peligro. Un partido político, por el contrario, debería cumplir con su deber al defender el programa con el que se ha presentado a las elecciones. ¿Y cuál es en este sentido el panorama? El PSOE, que no fue votado para defender la ideología neoliberal, forma parte de las presiones de los mercados financieros y de los rumbos de la derecha europea. Y la izquierda real tiene una presencia tan débil en el Parlamento que no puede evitar las grandes decisiones políticas tomadas por las fuerzas mayoritarias, casi con aire de consenso nacional, contra los sindicatos.
Hay un agravante más. Como la debilidad facilita la caída en el puritanismo del dogma y la marginación, algunos representantes de la izquierda acaban huyendo de la interpretación de la realidad. Más que analizar las condiciones históricas del trabajo sindical, se dedican a llevar la discusión a los terrenos moralistas de la traición o la pureza. Resulta desoladora la zafiedad de algunos líderes comunistas que utilizan, por ejemplo, el concepto de liberado sindical como un insulto, coincidiendo de pleno con la derecha mediática. Y ese es otro gran problema para los sindicatos: la confusión del poder mediático en manos de una derecha económica agresiva, dispuesta a desprestigiarlos con calumnias e informaciones torticeras.
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En este panorama, los sindicatos deben meterse en política si no quieren seguir en el camino suicida del voto útil al PSOE como mal menor. Meterse en política no significa que ellos entren en un partido, perdiendo su independencia para aplicar las consignas decididas por otros. Los ejemplos existentes no son alentadores. Entrar en política significa quitarse grasa, volver a las empresas, analizar sus ausencias, tomar la calle, asumir el conflicto y participar con todas sus fuerzas en la creación de una nueva cultura social y organizativa dispuesta a romper el totalitarismo neoliberal. Las palabras comunidad y participación frente a la lógica egoísta de los beneficios solitarios.
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