Opinión · El ojo y la lupa
Lectura para quirófano
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Mi viejo y coetáneo amigo M., al que conozco como a mí mismo, asocia momentos claves de su vida a películas y libros, lo que, a fin de cuentas, constituye un homenaje a una de las principales y menos publicitadas funciones del cine y la literatura.
Un ejemplo: la latente crisis religiosa de M. se precipitó cuando, a comienzos de los sesenta, con sólo 14 años, vio ‘Esplendor en la hierba’, de Elia Kazan, apta para mayores de 18 y en la que la represión sexual destruye a la pareja protagonista: Natalie Wood y Warren Beaty, con una química raras veces igualada. El filme fue calificado por la censura religiosa, que se exhibía a la puerta de las iglesias, con un 4, “gravemente peligrosa”. No quiero ser socio, se dijo M. tras saltarse la prohibición legal y ‘moral’, de un club que considera pecado mortal contemplar este portento.
Muchas décadas después, M. me cuenta el último episodio de esta simbiosis. Tiene que ver con la lectura de ‘Nada’ (Seix Barral), una novela de 150 páginas de la que ‘Público’ ya se hizo eco el pasado 28 de enero. Escrita por Janne Teller, una danesa con larga experiencia en misiones de resolución de conflictos humanitarios, arranca con un adolescente que, a la manera del ‘barón rampante’ de Italo Calvino, se sube a un ciruelo y proclama que nada importa en este mundo. Sus compañeros de clase intentan demostrarle que se equivoca y entran en una competición de sacrificios disparatados y salvajes que apenas logran inmutar a su destinatario. Se trata de una obra perturbadora y polémica, primero estigmatizada como peligrosa para las mentes juveniles, pero que hoy es lectura recomendada en los colegios daneses y traspasa las fronteras de edad.
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Pero, ¿qué tiene todo esto que ver con mi amigo M.? Pues resulta que, hace unas semanas, se llevó ‘Nada’ al hospital en el que iba a ser intervenido por un problema no demasiado grave pero que exigió cinco pasos por el quirófano a lo largo de seis horas, con intervalos entre ellos de 30 o 40 minutos. Bajo los efectos de la anestesia local, renovable a cada vuelta a la ‘sala de torturas’ pero, más pendiente de la trama de la novela que del ‘run run’ del bisturí eléctrico y el olor a quemado, M. logró leer el libro y mantener la respiración estable en 75 pulsaciones por minuto a lo largo de toda una mañana. Eso le hace sentirse en deuda con Janne Teller. Por eso me ha pedido que recomiende a los lectores que se lleven ‘Nada’ incluso a la consulta del dentista. Su ejemplar se lo regaló a la cirujana.
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