Opinión · El ojo y la lupa
La mejor amiga de Chateaubriand
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Pocas veces un relato tan pequeño (40 páginas) ha suscitado tan encendidos elogios como ‘Ourika’, de la aristócrata francesa Claire de Duras (1777-1828), que edita en España Sexto Piso. El prologuista, John Fowles (autor de ‘El mago’ y ‘La mujer del teniente francés’), quedó deslumbrado al descubrirlo en una librería parisina en una edición sin firma de 1824, y la considera “la quintaesencia del arte del novelista”. Goethe llamó cruel a la autora, porque le conmovió en exceso, algo peligroso a su edad, y Chateaubriand le confesó que lloró con sus primeras páginas.
La edición de Sexto Piso tiene un epílogo de la italiana Benedetta Craveri, especialista en literatura francesa de los siglos XVIII y XIX. Con sus 100 páginas, es en realidad una biografía de Claire de Duras y –por su erudición y amenidad- forma un conjunto difícil de imaginar fraccionado. La misma sensación transmitía la edición que, en 2007, publicó Periférica de ‘La nieve’, de Johanna Shopenhauer, exquisito (y breve) drama romántico que Luis Fernando Moreno Claros complementaba con un extenso prólogo que describía la tormentosa relación de la autora con su hijo Arthur. Éste ganó un lugar de honor en la historia de la filosofía pero nunca, por su mezquindad, en el corazón de su madre.
Johanna Schopenhauer y Claire Duras (que sufrió un desengaño con su hija mayor) tenían otro punto en común: reunían en sus salones a lo mejor de la intelectualidad de la época, la una en Weimar (con Goethe de asiduo) y la otra en París.
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Craveri ‘abre’ las puertas del salón de la Duras, recoge los avatares de su vida en una era turbulenta (revolución, guerra, terror, dictadura, imperio, restauración…) y de su correspondencia con personalidades como Madame de Staël, y recrea la compleja relación con Chateaubriand. Parece que no fueron amantes, pero su ‘amistad del alma’ fue más profunda que la mayoría de las pasiones consumadas.
El epílogo amenaza con sepultar el relato, algo injusto porque ‘Ourika’, aunque breve, es un prodigio de sensibilidad en su reflejo del tópico (posterior) del ‘negro con alma blanca’. Salvada de la esclavitud en Senegal, criada como una hija por una aristócrata, Ourika es feliz hasta que toma conciencia de su raza en una Francia llena de prejuicios que ni la revolución es capaz de romper. La situación hace crisis al casarse el nieto de su benefactora, al que ella quiere (pero no puede) amar sólo como hermana. Duras trasplantó ahí la ambigüedad de su relación con Chateaubriand, que la describió como un ser superior, dotado de “ardor de alma, nobleza de carácter y altura intelectual”.
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