Opinión · El ojo y la lupa
La venganza del lector
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El mundo editorial y el de la prensa sufren una vertiginosa transformación. El modelo de gestión basado casi de forma exclusiva en la cifra de negocios se impone al que, junto a la económica, busca otra rentabilidad, la que da la obra bien hecha. Las multinacionales controlan sellos editoriales dirigidos durante décadas con pasión literaria y sitúan a su frente a gestores que saben mucho de reajustes de plantilla, pero son incapaces de apreciar la capacidad de pervivir en la memoria. Otro tanto ocurre con los diarios que, ante el desafío digital, desechan a sus periodistas más veteranos y preparados, suporimen el aprendizaje de sus explotados jóvenes informadores y permiten la degradación general de contenidos.
Viene esto a cuenta de ‘La mecedora’, tragicomedia de apenas 80 minutos, con tan solo tres personajes, representada en el madrileño teatro Valle Inclán y escrita por el ex editor francés Jean-Claude Brisville. Como en ‘La cena’ (un diálogo imaginario entre Fouché y Talleyrand) y ‘El encuentro de Descartes con Pascal joven’ (en los tres casos con dirección de Josep Maria Flotats), Brisville demuestra que no necesita ni un reparto numeroso ni un gran aparato escénico para captar la atención del espectador, sino poco más que su talento para encontrar la palabra justa.
En ‘La mecedora’, el director literario de una editorial, un hombre culto y sensible hasta el exceso, despedido al borde de los 60 tras la compra de la empresa por un ‘tiburón’ que persigue la rentabilidad inmediata, se presenta en casa de su director general con el pretexto de contarle que ha comprado la mecedora de su despacho en la que leyó (trabajó) durante años, y en la que piensa seguir haciéndolo el resto de su vida. En el fondo pretende vengarse de su interlocutor, su antítesis, un editor que no ha leído un libro en su vida, al que demuestra que su amor por la palabra dicha y escrita y su sensibilidad para descubrir lo mejor que encierra un libro le hace intrínsecamente superior a quien exhibe como su mejor arma un calculado silencio y es capaz de entusiasmarse con el proyecto del libro que se autodestruye: en un año si es de bolsillo, en dos los de tapa dura, tal vez en tres los clásicos y en siete la Biblia. Para los ‘e-books’ planea un virus autodestructor.
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Brisville sabe de qué habla: él mismo fue jubilado a su pesar como editor Le Livre de Poche. Jerónimo (prodigioso Helio Pedregal) podría ser su ‘alter ego’, y ‘La mecedora’, su venganza de lector, y un ingenioso epitafio para el libro (también el periódico), al menos en papel, una metáfora del final que, salvo milagro, les espera.
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