Opinión ·
Llorar por algo, no llorar por nada
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Hay pocas cosas que me toquen la fibra. Paseo el tedioso ratón sobre los enlaces de los periódicos y caigo en la cuenta de que este mundo todavía no es nuestro. Quiero decir. El mundo de mi generación, aún no ha llegado. La prensa anuncia algo parecido a “30 años del 23-F”, próximamente. Una película rollera, pienso, es lo que en realidad nos parece a muchos de nosotros ese recuerdo histórico que ni siquiera vivimos. Compren palomitas, siéntense, vuelvan a la tragedia. ¿No vas a emocionarte? ¿No vas a llorar? No voy a emocionarme. No voy a llorar.
Porque, decía, hay muy pocas cosas que me toquen la fibra. La enfermedad de Aguirre es un ejemplo. Me sorprende escuchar que tiene cáncer de mama. Lo siento por ella y me lamento por todas las mujeres, entre ellas mi abuela y mi madre, que han sufrido algo parecido. Pero más me lamento cuando recuerdo que hace apenas unas semanas el día contra el cáncer se celebraba, y ninguna de las publicaciones o tertulias se preocupó por la enfermedad del miedo tanto como ahora. La polémica se desata cuando Aguirre se burla de nosotros anunciando que se hará operar en un hospital público. No vayas al de Alcalá de Henares, presidenta bonita, que por tu mala gestión mi tío casi se muere: le acababan de operar y no tenían gasas. ¿Así curáis en Madrid? ¿Correrás tú ese riesgo?
Tampoco las polémicas me tocan la fibra. Me encerraré en un cine. Diré que me pongan Cisne negro una y otra vez. Romperé a llorar pensando esos asuntos que tan poco me importan. Y me drogaré de tanta belleza. Pues cuando todo lo que nos rodea es feo uno siente el impulso de saltar. Buscar otra cosa. Danzar.
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