Opinión ·
Una mezcla de morriña y emoción
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BELÉN GONZÁLEZ
Nuevamente me siento en una sala con cuatro ordenadores provistos de un precario, pero más que aceptable, sistema de conexión Internet, dándole la espalda a mi zona de trabajo (la vía húmeda, por estar siempre mojada, donde ahora mismo suenan bombas peristálticas al ritmo de salsa) y rodeada del espacio destinado a los físicos y la Unidad de Tecnología Marina. Me enfrento al cuarto día de mi segundo leg (fase de la campaña entre puerto y puerto) del proyecto Malaspina. Voy a estar otro mes y medio embarcada tras el primero que tuve la fortuna de vivir entre los puertos de Cádiz y Río de Janeiro. Pero esta vez, además de tener una travesía más larga, voy a cruzar uno de los océanos más remotos y menos estudiados del planeta: el Índico, viajando desde Suráfrica hasta nuestras antípodas, la gran isla de Australia.
La sensación es una mezcla entre morriña y emoción. La morriña viene por las comparaciones; mi primera fase supuso el gran descubrimiento de un mundo al que ahora no puedo dejar de pertenecer. Gente increíble y experiencias inolvidables quedarán grabadas por siempre en ese leg, en cada una de las miles de muestras recogidas, en cada uno de los momentos vividos en alta mar animados con guitarras y pipas cuando nuestro apretadísimo horario laboral (más de 24 horas en muchos casos) nos lo permitía.
Ahora veo cómo los espacios los ocupan otras personas, solo la tropa se mantiene firme dirigiendo el buque Hespérides, ¡incluso con estas olas! Otros científicos, estudiantes, doctorandos y profesores prosiguen la derrota hacia la meta conjunta que tiene la expedición Malaspina: realizar un estudio integral y multidisciplinar del océano global y conseguir comprender su situación actual de manera más profunda e innovadora. La emoción aparece entonces empapando cada momento nuevo por descubrir y cada idea por desarrollar o aprender. Esta vez no me acompañan mis compañeras de laboratorio, sino mi codirectora de tesis doctoral y una nueva estudiante de máster de la Universitat de Barcelona. Me rodeo de gente del norte, gallegos, castellanos, catalanes, austriacas, andaluces e incluso un colombiano, y no puedo evitar que, cada minuto que pasa, la curiosidad venza a la comodidad de lo ya conocido para integrarme en este nuevo grupo que promete también buenos momentos, tanto personales como científicos.
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Y qué mejor forma de descubrir cómo será que poniéndome manos “al agua” y dejando aquí un pequeño puente abierto con tierra firme. Desde aquí intentaré transmitir y compartir mi visión de lo que sucede a bordo de esta aventura oceánica.
A bordo, en la mar, latitud 33º56’27’’ sur, longitud 36º07’36’’ este, os saludo.
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* Belén González es investigadora del CSIC
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