Opinión · Fuego amigo
Mentirosa, inculta y cursi
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Hasta sus mejores amigos reconocen que Esperanza Aguirre tiene una ambición sin límites. Sobre todo, una total carencia de sentido del ridículo, que suele ser el límite más incómodo para la carrera política de un líder, como bien sabe su alter ego Benito Berlusconi.
De ser la protagonista de todos los chascarrillos de patosos, tras su paso memorable por el ministerio de Cultura (lo de Sara Mago es un sambenito que al parecer nunca ocurrió pero que le acompañará hasta su muerte) llegó a presidenta de la Comunidad de Madrid gracias a un episodio que firmaría la mafia siciliana y filmarían los hermanos Coen.
Sin límites éticos que la incomoden, puede acusar sin pruebas al Gran Wyoming de ser el inductor intelectual de la agresión en un bar de copas a Hermann Terstch, a sueldo de su televisión basura, y alegrarse a continuación de que a dos periodistas de la SER les haya condenado un juez por revelar los nombres de los afiliados del PP que se prestaron a un pucherazo dentro de su propio partido. En aquel pucherazo estuvieron implicados dos constructores, Bravo y Vázquez, decisivos para que la lider esa alcanzara la presidencia de Madrid en una vergonzosa segunda vuelta.
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Ayer aseguraba Aguirre que lo de los periodistas de la SER “no se trata de una condena por informar u opinar” sino por “revelar nombres, apellidos, direcciones y teléfonos de afiliados a un partido”, lo que, simplemente, es mentira. Falso, pero para ella no hay límites.
En su extraña manera de hacer oposición, se niega a aceptar para los alumnos madrileños el ordenador portátil que les proporciona el gobierno, pero exige para ellos más clases de inglés, porque es más fino y tiene mucho futuro. Mucho más que la informática. Al final de su declaración fue cuando dijo aquella cursilada, de ignorante en varios idiomas, como Juan Pablo II: “Eso son peanuts, o sea cacahueses (sic)”.
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Que, como todo el mundo sabe, es el plural de cacahués. O algo así. ¿Veis cuánta cultura dan los idiomas??
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Meditación para hoy:
Los controladores aéreos tuvieron ayer un dies horribilis. Están muy disgustados por la “campaña de desprestigio” que al parecer les estamos montando entre todos. Parece ser que son los únicos trabajadores que necesitan concentración para trabajar. El trabajo de los cirujanos, de los taxistas, de los soldadores y de los policías es un balneario comparado con el estrés al que están sometidos estos representantes de la clase obrera. Concretamente, según un comunicado recién enviado a los medios de comunicación, “las tareas de control aéreo exigen un elevado nivel de concentración y serenidad que en nada se ve beneficiado por una situación de presión social y laboral como la que se está soportando”.
Así que dejémosles tranquilos, no vaya a ser que se pongan nerviosos y nos pidan un aumento de sueldo.
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