Opinión · Fuego amigo
La tentación del poder arbitrario
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El verdadero poder, o es arbitrario o no es poder.
Es el primer mandamiento de los dictadores. Cuando el poder hay que compartirlo o, lo que es más engorroso, ha de estar fiscalizado por los centros de control democráticos, el gobernante se convierte en un alto funcionario. Vamos, lo que se dice un interino.
Parece ser que el ex presidente del Gobierno Felipe González, al que, gracias a nuestros votos, todos creíamos en situación de interinidad durante los 14 años que gobernó, a un tris estuvo de saborear las mieles del poder verdadero, del único, del arbitrario. Contaba hace unos días, en una entrevista, que tuvo al alcance de sus manos la oportunidad de “dar una orden para liquidar a toda la cúpula de ETA”. Atención. Liquidar es liquidar, en su sentido estricto, no en el figurado. Es decir, hacer volar la casa donde se reunían los dirigentes terroristas, mediante el método expeditivo del bombazo.
Abraham Lincoln decía que “si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder”. Con Felipe se demostró cuan frágil es el Estado de Derecho, más aún cuando remató su confesión con esta meditación, creo que insuficientemente meditada: “todavía no sé si hice lo correcto”.
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Un dilema moral que nos lleva a pensar lo importante que es extremar los cuidados a la hora de votar. Porque lo más aterrador de todo esto es que Felipe, como le ocurre a los gobernantes presos en sus torres de marfil, pudo haber considerado correcto el asesinato de Estado, quizás como un acto revolucionario, como una acción dictada por un mandato moral superior, como ya ocurrió con el asesinato masivo promovido por Aznar, Blair y Bush en Irak.
Si Felipe dudó, aprendamos la lección: cuidémonos de no votar a quienes no tendrían la menor duda, aquellos que en la Transición gritaban en la calle “contra ETA, metralleta.”
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Esta sí que es meditación:
En el libro de memorias que le acaban de escribir al hijo tonto de los Bush, el exemperador sostiene que “las torturas en algunos casos salvaron vidas”, como la asfixia simulada. Esa ya no es una peligrosa meditación, como en el caso de Felipe, sino una confesión de parte, de haber cometido un delito. ¿Por qué está tardando tanto la Corte Penal Internacional en emitir una orden de busca y captura contra este delincuente?
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Por cierto, dice, a estas alturas de la historia, que él no quería invadir Irak, que era algo así como un disidente. Dejando a un lado esa manía suya de despreciar la inteligencia de los demás, ¿en qué lugar quedan ahora Blair y Aznar? ¿Fueron ellos quienes le convencieron? ¿O también van de disidentes por la vida?
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