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Opinión · Fuego amigo

La medicina para nuestros males

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No sé si los políticos deberían venir de fábrica con un prospecto indicativo, como los medicamentos. Porque imagínate que tu conciencia te receta que votes a un candidato cuyo principio activo sea una dosis razonable contra los efectos perniciosos de dos de los grandes males que azotan al mundo, EE.UU y el Vaticano, y reparas que en el mercado hay a la venta un preparado que se llama Rodríguez Zapatero, que se niega a acudir a las misas oficiales y que se queda sentado al paso de la bandera norteamericana en los desfiles. Vas y te lo compras porque piensas que has hallado el antídoto que buscabas.

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Luego vienen las decepciones porque habías puesto demasiadas esperanzas en el medicamento, como la purga de Benito, sin reparar en que toda pócima o pastilla siempre lleva aparejados unos “efectos adversos”.

Yo soy un lector compulsivo de los prospectos, porque, como buen hipocondríaco, obtengo ya la mitad de los beneficios de la medicación con la sola lectura de la literatura médica. Y aunque sé que debería detenerme cuando llego a ese capítulo de los “posibles efectos adversos”, la tumba del hipocondríaco, mi espíritu cotilla me empuja al precipicio de la búsqueda de la verdad. Y sigo adelante con la lectura.

Por eso sé que si tomas pastillas contra el colesterol, por ejemplo, la medicación podría provocarte anemia, estreñimiento, diarrea, náuseas, vómitos, inflamación del páncreas, hepatitis, ictericia, mareos, dolor de cabeza, pérdida de pelo... (lo copio de mi tratamiento).

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Quizá sea esa una de las razones por las que la ley no obliga a acompañar a los políticos con su prospecto correspondiente, porque los hipocondríacos como yo nunca sabríamos con qué mal quedarnos, si con el colesterol o con el dolor de cabeza permanente.

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Meditación para hoy:

Ayer me enteré de que existe una sucursal del Partido Popular en los Estados Unidos. Lo sé porque vi en televisión al hombrecillo insufrible clausurando lo que decían ser el II Congreso del PP en Jersey City, que pertenece al estado de Nueva Jersey. Allí, rodeado de neocons de Jerseys rosas, volvió a profetizar que el estado de bienestar es “insostenible”. Lleva años contándonos por esos foros de la extrema derecha económica que el sistema de pensiones y la seguridad social, y el “muy imperfecto” mercado laboral, necesitan “reformas estructurales”. Pero ahora ya, sin vergüenza y sin pelos en la lengua (sólo se los deja para acolchar el cerebro) anuncia que hay que eliminar el estado del bienestar.

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Es todo un adelanto del programa oculto de su valido, Mariano Rajoy.

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