Opinión · Fuego amigo
Los profetas de la ciencia
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Corría el año 1972, y yo era un joven periodista de la revista Cambio16. Allí fue la primera vez que alguien, seguramente recién aterrizado de los Estados Unidos, me habló de los futuros ordenadores personales (computadoras, decíamos por entonces), al tiempo que me impartía la primera lección sobre la diferencia entre software y hardware, que a duras penas entendí.
Muchos balbuceos de las nuevas tecnologías los tengo asignados en el recuerdo a aquellos años. Las tarjetas “validadoras de cheques” –la prehistoria de las tarjetas de crédito- o las primeras calculadoras de bolsillo, de Texas Instruments, creo recordar, que para nuestro asombro cabían en la palma de la mano, con capacidad para poco más que restar, sumar, multiplicar, dividir y la raíz cuadrada que jamás en toda mi vida volví a necesitar.
(Meditación para hoy: ¿Por qué casi todos los mortales sólo hemos necesitado hacer la raíz cuadrada para demostrar en un examen que sabíamos hacer la raíz cuadrada? Sinceramente, ¿alguien que no sea ingeniero ha necesitado hacer una raíz cuadrada en su vida?)
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A lo que iba. De todo eso hace 34 años, y Steve Jobs, el creador de Apple, todavía utilizaba los primeros pañales desechables, descubrimiento no menos importante para la humanidad que las computadoras personales que en el futuro habrían de transformar tan decisivamente la forma de trabajar y de comunicarnos. Cuatro años después, en 1976, el divulgador científico Isaac Asimov escribía lo que aún no tenía muy claro si se trataba de una premonición, un deseo o una fantasía de ciencia ficción, a la que era tan aficionado.
Acabo de releer en su libro “Vida y tiempo”, uno de sus artículos titulado “Tecnología y comunicación”. Hace, pues, sólo 30 años cuando Asimov soñaba con un monstruo parecido a Internet, Google y la Wikipedia:
“Podemos imaginar, finalmente, una inmensa biblioteca computadorizada, de extensión mundial, en la cual la acumulada información de la Humanidad podría ser incorporada o consultada a voluntad”
“No tendría que ser sólo cuestión de meter y sacar información. La biblioteca computadorizada podría escudriñar en sus parte vitales para ayudar en la creación de un escritor determinado, o para obtener toda la información necesaria sobre un tema concreto. Se le podría preguntar acerca de recientes conquistas en un terreno u otro, acerca de los últimos comentarios sobre cualquier tema, progreso o informe.”
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Apenas treinta años atrás, lo que hoy nos parece un electrodoméstico, era poco más que una fantasía de visionarios.
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