Opinión · Fuego amigo
El olvido es una pena que no se llora
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Han muerto seis subsaharianos más tras intentar escapar de la inmensa cárcel que es África. Los que han atravesado la valla, los que se creen fuera, por fin a salvo, no saben que para ellos están fletando un avión para devolverlos. Y como lo ignoran, dilapidan su alegría y agradecimiento con la vicepresidenta del Gobierno, con los policías o con los miembros de las ONG, con esa expresión mezcla de felicidad y estupor, como si hubiesen olvidado de un salto (de seis metros) el infierno de donde vienen. La clave para ellos es olvidar. Si no recuerdas, nada ha existido.
Un amigo mío, Rafael de Dios García (¿veis?, tengo a un Dios por amigo), pastor de inmensos rebaños de ovejas en los páramos segovianos y, sobre todo, un espléndido poeta, los retrata de manera inquietante en un brevísimo poema:
“A veces intentan olvidar, porque el olvido
es una pena que no se llora”
Una pena que no se llora. ¿Cómo coño consiguen los poetas decir tanto con tan pocas palabras?
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