Opinión · Fuego amigo
Las elecciones son la parada nupcial de la política
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Hay una clase de aves (lo sé por el National Geographic) cuyo macho, antes de conseguir llevarse al huerto a la hembra de sus amores, le pone un piso para que vea que no es un mileurista cualquiera, un nido que adorna con los más extravagantes abalorios, plumas, piedrecitas como gemas, cristales, botes de coca cola, trapos de colores... Por extraño que os parezca, las hembras de esa especie se dejan seducir por regalos que las nuestras nos tirarían a la cara. Ellas y el amor son así.
En campaña electoral nos comportamos de manera parecida. Los candidatos recogen los desperdicios más estrafalarios, propuestas que ni ellos se creen, y nos regalan los oídos con ellas para atraernos a su nido.
Bueno, los violadores no. La extrema derecha que ayer acampaba en los aledaños del Congreso y que aclamaba a su lideresa Esperanza Aguirre al grito de “valiente, tú sí que vales”, después de insultar al resto de la clase política, esos energúmenos, digo, sólo buscan sexo a lo bestia, no amor.
Porque hasta el PP, tras habernos maltratado durante cuatro años, retoma el cortejo nupcial que son las campañas electorales. Y a mí me gustan esos escarceos amorosos porque es el único momento en que los políticos nos miman, nos rascan la espalda, nos piden disculpas, amor mío. Que si te eximo del pago del IRPF, que si suprimo el de Patrimonio. Porque en esta parada nupcial, los seres humanos, incluso los políticos, somos capaces de cometer locuras por seducir.
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¡Ah! Pero, llegados al gobierno, se comportan como un matrimonio cualquiera. Al principio todo va bien, ella no te chilla por cómo conduces, y él friega los platos y hace la cama. Pero con el tiempo nos abandonamos y olvidamos los buenos propósitos. Me acuerdo de cuando el PSOE llevaba en su programa electoral la ampliación de la ley del aborto y “la creación de una comisión para debatir sobre el derecho a la eutanasia y a una muerte digna”.
Pero ocurrió que, poco después de llevarnos al altar, nos puso los cuernos con la Iglesia, una amante que le está sacando los cuartos y le maltrata de palabra y obra. Y hasta parece que le gusta.
Soñemos, pues, mientras somos novios.
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