Fuego amigo

Centímetros de desnudez

En Málaga han declarado de mal gusto acudir a la feria de agosto sin camiseta. Sin camiseta, los hombres. Al parecer, en las celebraciones de los últimos años muchos turistas y autóctonos habían decidido combatir los sofocantes calores malagueños descamisados. Las autoridades y comerciantes han visto en ello una costumbre de mal gusto, además de poco higiénica, porque cada cosa tiene su lugar, y un restaurante o una carnicería no son necesariamente una extensión de la playa. Se han inventado un lema, "Más guapo con camiseta", para devolver a la feria el recato de antaño.

Pero es que hay pocas cosas tan subjetivas como el recato en el vestir. En los años cincuenta, las mujeres no podían entrar en las iglesias sin cubrirse la cabeza con un pañuelo o sin medias, y aún hoy no puedes visitar muchos templos y mezquitas en pantalón corto veraniego si antes no te cubres con una prenda que tape por debajo de la rodilla. Recuerdo a mis hermanas mayores burlándose de la norma, pintándose en las piernas con lápiz de ojos la supuesta raya de la costura de las medias para poder entrar a misa. Y recuerdo también (lo que daba la medida exacta de la miseria mental de aquellos años de caspa religiosa) la figura de un cura, a la entrada, inspeccionando las piernas de las chicas para comprobar en la penumbra si cumplían con la norma de llevar medias.

A José Bono, presidente del Congreso, lo de no llevar corbata en la catedral de la democracia le parece una suerte de desnudez, aunque se asen los pájaros, como pudo comprobar en sus carnes sudorosas el ministro Sebastián. Seguramente Bono habrá acogido en su día con desagrado que García Márquez hubiese recogido el premio Nobel vestido de traje blanco de lino, y no con el uniforme oficial de enterrador al uso.

Pero los más intransigentes fueron siempre los clérigos de toda condición. En lugar de pensar que si su dios viese pecado, como lo ven ellos, en la desnudez, los seres humanos naceríamos vestidos, en lugar de eso, digo, trasladan sus obsesiones sexuales a sus fieles, y deciden cuántos centímetros de tela separan la virtud de la indecencia.

Los curas de mi niñez, polvo ya entre el polvo (¡con lo que les gustaba a ellos eso, dios suyo!) eran unos aficionados comparados con algunos clérigos del Islam, una religión que todavía no ha superado la edad media que padeció el orbe cristiano. Hay un jeque de la rama saudí, una de las más conservadoras del mundo islámico, llamado Muhammad Al-Munajid, que ha visto en los Juegos Olímpicos de Pekín algo parecido a un gran lupanar, "ya que nada hace más feliz a Satanás que las Olimpiadas del bikini". Es decir, cuando una mujer (siempre las mujeres) salta, corre, nada o hace piruetas gimnásticas en las pruebas deportivas, el jeque Muhammad no ve a una deportista saltando, corriendo, nadando o haciendo piruetas sino a una enviada de Satanás, más buena que la madre que la parió, eso sí, que viene al mundo tan sólo con la misión aviesa de ponerle tieso al curita rijoso lo mejor de su cerebro.

Cada día me cae mejor el jodío de Satanás, oye.

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