Opinión · Marcha a Bruselas
De Montsaunés a la eternidad
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ANA CUEVAS
La comitiva naranja es recibida en poblaciones como Saint-Martory o Cazeres, agitando a nuestro paso un ejemplar del periódico La Dépêche du Midi en el que han publicado un especial sobre esta peripecia. "C´est vous!" nos gritan alborozados. Y con el subidón de moral correspondiente, seguimos nuestra ruta.
Al llegar a la localidad de Montsaunés nos sobrecoge la belleza de sus edificios y el calor humano con el que nos arropa esta gente. Es una etapa importante en el Camino de Santiago que casualmente, o no tanto, coincide con una de las nuestras. Los símbolos se pueden brindar a una interpretación religiosa o profana, según el punto de vista del observador. Pero en Montsaunés, uno no puede abstraerse de la magia que emana de esta hermosa villa de la Haute-Garonne francesa. Contemplando la iglesia románica de Saint-Cristophe nos sorprende un crismón medieval que también podemos encontrar en otras ermitas e iglesias de Navarra y Aragón. Se trata de una cruz rodeada por un círculo que señala los cuatro puntos cardinales.
Los lugareños mantienen que quién cree en la fuerza del Bafomet-Grial se eleva para siempre a la eternidad. He de reconocer que no soy persona amiga de misticismos y que lo sobrenatural me la trae bastante al pairo. Pero nuestra marcha, como sucede con la Odisea de Homero salvando las distancias, también tiene algo de viaje iniciático en cuanto que el objetivo que persigue no es tanto llegar hasta Bruselas sino arribar a las profundidades de nuestro propio interior.
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Y esta aventura produce más vértigo que cualquier otra en la que pudiéramos embarcarnos. Bucear dentro de nuestros corazones, enfrentarnos a las fuerzas telúricas y misteriosas que imaginamos que rigen nuestras vidas para descubrir que, únicamente nosotros, somos los responsables de nuestros destinos. Esta experiencia que ahora compartimos con las compañeras y compañeros galos, igual que lo hacemos con los símbolos templarios y toda la cultura e historia que los envuelve, nos está ayudando a tomar conciencia de cuál debe ser la verdadera meta de este recorrido: el descubrimiento de que las dificultades pueden ayudarnos a crecer como personas para aprender a enfrentarnos a los miedos que nos paralizan.
Las etapas de este viaje se transforman en ritos de un pasaje hacia la fuerza que subyace dentro de cada uno de nosotros. Nos está ayudando a cambiar nuestra perspectiva vital y la del mundo que nos rodea. Nos hace más poderosos frente a la fatalidad que acecha desde las cavernas de los nigromantes mercantiles. Nos hace más humanos y más libres. Por eso, a pesar de ser una agnóstica recalcitrante, la brisa de estos parajes me susurra al oído que no dejemos de andar.
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Que después de Montsaunés, Noé, Toulouse... al final del camino, nos está esperando la eternidad. Porque como ya dijo el filósofo Apuleyo: "Uno a uno, todos somos mortales. Juntos, somos eternos".
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