Opinión · Memento
Rafael Lahuerta: “València es una ciudad parcheada”
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Si digo que ‘Noruega’ (Drassana, 2020) es la gran novela que necesitaba la ciudad de València, tal vez no exagero. Aunque el protagonista del libro se pasa la vida buscando escribir ese canto de amor a la capital del Turia sin éxito. Porque esta ciudad tiene muchas visiones, tienes muchos rincones por descubrir y reconstruir y, sobre todo, sigue teniendo muchos complejos. Mucha falta de autoestima. Pero recorriendo las calles de la ciudad a través de las páginas de esta novela, nos reencontramos con la ciudad que no supimos cuidar y dejamos que otros hicieran con ella lo que quisieran. Una ciudad parcheada, como dice su autor.
Rafael Lahuerta (València, 1971) nos traslada en ‘Noruega’ una relación de amor y odio con València. Nos narra en primera persona la vida de Sanchis, el cual conoce la cara más amarga de la soledad, si es que tiene algún rostro amable. Nos habla desde la autodestrucción como castigo impuesto, pero sin romantizar las vidas que parecen perderse. Una tormenta perfecta en forma de libro que está siendo un éxito en València. Éxito relativo, que señala su autor en otras entrevistas, pero que, sin duda, nos ha hecho reconciliarnos con nuestra ciudad cuando todos los ojos mediáticos están en Madrid o Barcelona. Por ello, mi forma de declarar mi amor a la ciudad es realizar esta entrevista.
Según la organización de los Premis Lletraferit, ‘Noruega’ es “un canto definitivo a la ciudad”. En cambio, leyendo la novela, no queda claro si es un canto a favor o en contra. ¿Hay amor a València dentro de la crítica?
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Siempre he creído que el amor sin crítica no es amor, es babosería. El amor implica crítica, ironía y autocrítica. Implica intentar ver las cosas desde un prisma maduro, adulto. Lo otro no es amor, es una variable enfermiza del amor que a mí no me interesa porque se convierte en sobreprotección. Se convierte en una mentira permanente porque, de alguna forma, nunca le estás diciendo a la persona amada aquello que ves y no te gusta.
El amor es algo que implica siempre decir, con respeto y con cariño, las cosas que no nos gustan. Sobre todo, si el interlocutor es, en este caso, una ciudad a la que va a ser difícil que le hagas daño con tus palabras porque, al fin de cuentas, es un ente inanimado que está ahí y que ni siquiera repara en ti. Como decía Joan Francesc Mira, “yo quiero mucho a esta ciudad, pero la ciudad no sabe que yo existo”.
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La novela está ambientada en los años 80, pero, quitando la proliferación de restaurantes y pisos turísticos en detrimento del comercio local en algunas zonas, hay lugares del centro histórico de la ciudad que parecen no haber cambiado tanto. Algunas zonas como Velluters parecen resistir al paso del tiempo. ¿Es la gentrificación la única manera de rescatar las zonas más deprimidas?
La gentrificación es siempre un proceso interesado. Detrás de ella siempre hay una estrategia de abandono y de dejar que las cosas se caigan. Intentan que las personas que llevan vidas saludables, convencionales y de supervivencia cotidiana, que somos la gran mayoría, no se sientan a gusto en esos barrios.
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Pero en Velluters sí que percibo un cambio desde los 80. La trama urbana no tiene nada que ver con la actual. Ampliaron calles, derribaron muchos bloques. Intentaron, de alguna forma, cambiar el paisanaje. Seguramente, en una época en la que todavía no estaba tan en boga la gentrificación del centro.
La verdad es que se ha quedado como un barrio anodino. Pasas por ahí y sigues viendo los restos del viejo mundo, pero han hecho un espacio que no te trasmite nada porque carece de vida. Entre otras cosas porque sabes que es una zona parcheada que no ha sido rehabilitada. Es un parche, como en esta ciudad se hacen tantos. València es una ciudad parcheada.
Es curioso que en una novela que habla de la València de las dos últimas décadas del siglo XX principalmente, la Ruta del Bakalao y las Fallas aparezcan de refilón. ¿Buscabas escapar de los estereotipos o crees que existe una València al margen de estos dos fenómenos culturales y sociales?
Viví completamente al margen de la Ruta. No formé parte de ella. Para mí nunca ha sido un referente y si hablara de ella estaría impostando. Estaría contando algo que ni viví ni realmente llegó a interesarme. Igual no soy un reflejo generacional de aquella época, pero no participé en todo aquello ni me interesó nunca.
Sobre las fallas hay una literatura muy poderosa y no me siento capacitado para hablar a fondo de las fallas, aunque es cierto que en la novela hay algunas referencias puntuales al ambiente que se vivía. Pero volvemos a lo de siempre: miradas a la ciudad hay infinitas y ‘Noruega’ es la mirada concreta de un narrador concreto en unos años concretos y en determinadas circunstancias. Luego está la gracia de saber armonizar todo eso para que el relato sea verosímil, coherente y a la gente le interese.
¿Piensas que esa visión festera de la ciudad, sumada a la corrupción de los años del PP y los proyectos faraónicos, han influido en la imagen negativa que ha proyectado la ciudad en el exterior?
No sé si es algo que nosotros intuimos; algo que creemos. El ser humano tiende a victimizarse con mucha facilidad y las identidades colectivas casi siempre se sustentan en la victimización. Creo que eso nos pasa a todos. Si preguntas a un madrileño, seguramente también pensará que los maltratamos. Lo mismo les pasa a otras regiones. Es algo bastante común. No creo que en ese sentido seamos especiales. Es verdad que, como somos nosotros, ponemos el foco en lo que nos atañe, pero es una actitud muy humana.
De hecho, si te das cuenta, en el día a día, la mayoría de gente se pasa el tiempo victimizándose y echándole la culpa a los otros. Creo que es un mal endémico. Falta autocrítica. Lo que te decía antes sobre el amor. Hecho en falta la capacidad de vernos a fondo. Quizá mi intención con la novela era esa, ir un poco más allá de las frases hechas, de los tópicos y de las visiones consolidadas como hegemónicas. Me apetecía plasmar lo que he pensado y sentido durante todos estos años.
Volviendo a la novela, relatas muchas zonas, bares y discotecas que ya no existen. En este sentido, parece que en los últimos años la nostalgia ha servido para crear contenidos culturales de éxito. Tu libro también tiene gran parte de su tirón en narrar esa València de otros años. ¿Tendemos a idealizar tiempos pasados como si fueran mejores?
Sí, pero a mí la nostalgia no me interesa nada. Siempre distingo entre nostalgia y memoria. Creo que la nostalgia es la utilización que el sistema hace de la memoria para llevarnos a su terreno, para convertirnos en peleles de un discurso que, en el fondo, está lleno de trampas y es impostado. Realmente no recuerdas lo que pasó. Crees recordar lo que ellos quieren que tú recuerdes. Es un contenido lleno de trampas en el cual entramos muy alegremente por falta de mirada crítica.
Cuando me hablan de la nostalgia me pongo en guardia porque no me interesa. Me interesa hacer memoria. Creo que hay una diferencia muy grande, aunque no sé por qué, aunque lo intuyo, mucha gente quiere confundirlo.
"La nostalgia es la utilización que el sistema hace de la memoria para llevarnos a su terreno, para convertirnos en peleles de un discurso que, en el fondo, está lleno de trampas y es impostado"
Es cierto que muchas veces tendemos a pensar que éramos más felices a los 18 o 20 años y tal vez no era así.
Es inevitable. De alguna forma, te pasas la vida echando de menos la juventud y luego piensa a veces: “si tuve una juventud de mierda, estoy mejor ahora” (risas).
Aunque Sanchis, el protagonista, tiene esa imagen de escritor maldito, con cierto aire “bukowskiano” y con épocas de alcohol, drogas y prostitución, no le das un halo romántico a esa vida autodestructiva ¿has buscado a propósito no poetizar esa faceta de su vida?
Totalmente, porque para mí no es algo que deba ser positivizado. Creo que cuando uno llega ahí es porque está muy perdido y poetizar eso, creyendo que es algo bueno, es un error. Porque confunde a mucha gente y les puede hacer cometer errores. Este muchacho llega ahí porque está muy perdido, pero todo el rato está queriendo salir. Lo que pasa es que tiene la vida que tiene y, cuando parece que va a conseguirlo por edad y otras circunstancias y alcanza una estabilidad personal y emocional, se pone enfermo.
Siempre imaginaba para el personaje una buena madurez. Es un hombre intelectualmente formado, con una mirada crítica sobre las cosas, sensato, inteligente… Creo que hubiera sido un buen hombre, pero no ha podido disfrutar de eso.
Entonces, ¿por qué decides darle ese final si pensabas en otra madurez para él?
Hay una cuestión muy personal. Yo necesitaba de alguna forma hacer ese viaje como persona. Ese viaje hacia la soledad extrema y hacia la enfermedad. Entre otras cosas porque es algo que me obsesiona. Ten en cuenta que yo empiezo a escribir esta historia cuando tengo la misma edad a la que mi padre le detectan su enfermedad. De alguna forma, he escrito la novela en paralelo al proceso en el que mi padre tenía la edad que yo tengo ahora y cayó enfermo y, finalmente, falleció.
Por circunstancias, mi familia muere muy joven. Mis abuelos murieron con 49 y 50 años. Mi padre con 51. Al final cada uno tiene sus miedos. De alguna forma quería hacer ese viaje, aunque nunca es igual, porque cuando me toque veremos cómo lo afronto, pero quería hacer el ensayo. La ficción ayuda muchas veces a proyectar esos miedos, a relativizarlos. A intentar conocerlos mejor para que nos afecten menos o sepamos, cuando llegue el momento, afrontarlos de una forma más sana. Sin cobardía o, más bien, con una cobardía masticada. Porque cuando llegue el momento nunca sabes cómo vas a reaccionar.
Pero sí tenía esa necesidad de, ahora que tengo buena salud y ahora que estoy bien, que sé que todo es frágil y en cualquier momento todo puede cambiar, pero yo estoy bien, voy a afrontar eso porque creo que me va a ayudar a ser mejor persona. Me va a ayudar a comprender mejor las cosas y a tener una visión más amplia de lo que es la vida, que es a lo que las personas que tenemos inquietudes y ciertas aspiraciones aspiramos. A tener una vida mejor en ese sentido, no mejor en el sentido que el capitalismo quiere que la tengamos.
El protagonista pasa gran parte de su vida solo y, en ese sentido, la novela parece un relato crudo sobre la soledad. Crees que, si Sanchis hubiera crecido en este siglo tan interconectado, ¿hubiera estado igual de solo?
No lo sé. No tengo ni idea. Ten en cuenta que soy de esa generación intermedia que está con un pie en el siglo pasado y con otro en el nuevo, pero yo en este siglo estoy poco. Llegó un momento en el que pensé “¿cómo quiero vivir? ¿Quiero vivir con las menores servidumbres posibles? ¿Quiero vivir con las necesidades básicas, porque no quiero que me creen nuevas? ¿Quiero estar un poco al margen de ese ruido que no me interesa en absoluto?” Entonces necesito blindarme contra eso porque puedo hacerlo. Porque soy un privilegiado que tiene la capacidad de poder elegir ese tipo de cosas.
Entonces, no sé si Sanchis ahora estaría igual de solo, porque lo de ahora me queda muy lejos. El hecho de no tener hijos y de no interactuar con las nuevas maneras de comunicarse, me deja un poco al margen. Quizá por eso he escrito esta novela, porque es la que podía escribir.
No estoy en la jerga actual, no estoy en este mundo porque no es el mío. Lo que intento es sobrevivir de la mejor manera posible, tener un buen pasar dentro de mis limitaciones y circunstancias y que sean otros los que hablen de esta época.
De hecho, iba a escribirte por whatsapp para concretar la hora de la entrevista y vi que no tenías.
Es algo que vi claro en su momento, que sentí que me iba a esclavizar. No he tenido nunca. No es que sea por moda. Lo tenía claro desde un principio. Por eso digo que tuve la “suerte” de que todo esto me pillara a una edad en la que te das cuenta de bastantes cosas y no piensas en entrar ahí. Es un lujo que me he podido permitir.
Tu anterior publicación fue en castellano, en cambio ‘Noruega’ está escrita en valenciano. ¿Qué importancia tiene el idioma a la hora de narrar esta historia?
Es una historia que exigía ser escrita en valenciano, que lo pedía a gritos. Lo vi claro desde un principio. Aunque empecé a escribirlo en castellano, me chirriaba mucho. También era una obligación moral que yo tenía con la lengua de la familia de mi padre. Era un reto y algo que quería hacer. Además, tenía una exigencia personal en ese sentido. Ahora mismo no veo la novela en castellano, sinceramente.
Para terminar con un poco de humor, en la novela se habla de València como capital mundial del antiturismo, ¿te imaginas un freetour siguiendo los pasos de la vida de Albert Sanchis?
(Risas) Si algún listo ve negocio seguro que se hará, porque hay gente que ve dinero en todas partes. Para eso no estoy espabilado yo.
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