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Opinión · Memento

En salud mental también vale más prevenir

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100 millones para salud mental. Bravo, Pedro. Suena genial. 100 millonazos de euros, joder. Qué cantidad de dinero. El 0,14 del fondo europeo de recuperación. Guau. Además, España dedica el 5% de su gasto sanitario a la salud mental. Enormes. No pasa nada, sabemos que los hoteleros y hosteleros tienen prioridad. Tenemos que seguir siendo el resort de la Europa del norte y eso requiere un esfuerzo económico. La salud mental ya para otros presupuestos, que la gente, con una cañita y un día en la playa, seguro que ya está menos deprimida y su sufrimiento es menor.

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Ironías aparte, es grave que el dinero destinado a mejorar la salud mental de los ciudadanos sea tan irrisorio. La sanidad pública sigue en claro deterioro y ni una pandemia (ni el gobierno más progresista blablablá) parece que vaya a revertir la situación. Ni siquiera la mayor inversión social en unos presupuestos generales es capaz de atajar un problema tan grave. No voy a dar datos del daño económico y humano que provoca la falta de inversión en salud mental, que ya se sabe que es mayúsculo, pero si no financiamos y mejoramos el remedio, ¿por qué no invertir en la prevención?

No podemos negar que existen numerosos factores que agravan el problema. Condicionantes sociales, económicos y estructurales que empeoran la vida de las personas. Dependiendo de dónde naces puedes estar más expuesto a sufrir un trastorno. En un barrio obrero es más sencillo tener menos expectativas, sufrir situaciones desfavorables en la niñez y, además, dependiendo tu color de piel, el racismo puede provocar graves secuelas. La pobreza empeora nuestra vida, nuestras relaciones y, cómo no, nuestra salud mental.

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La falta de acceso a una vivienda, a una atención médica adecuada, a una educación pública de calidad, no poder hacer todas las comidas necesarias al día… La precariedad nos empuja a vivir en constante preocupación y con altas dosis de ansiedad. La maldita incertidumbre que genera vivir al día. La falta de expectativas por parte de la juventud, con un paro que supera el 50% con creces, es insostenible. O el nuevo crecimiento del precio de la vivienda, que se suma al sobrecoste del alquiler, sobre todo en las grandes ciudades. Que parece que vamos de cabeza a otro boom inmobiliario y nadie hace nada, pero nos miramos todos sabiendo que nos tocará volver a pagar la fiesta. Con este panorama, ¿cómo no vamos a tener problemas mentales?

Con esta situación de gravedad extrema, las instituciones deben hacer mucho más si no quieren perder una generación en el camino, además de a muchas otras personas que arrastran problemas desde tiempo atrás. Dejad de recetar opiáceos y comenzad a combatir la austeridad económica que nos asfixia. Derogad la reforma laboral, subid el SMI, haced una ley de alquileres eficiente que regule el precio de una vez y permita la juventud emanciparse. La libertad es dormir bien por la noche sin preocupaciones y con el estómago lleno, no poder tomarte una caña al salir del trabajo, que muchas veces se hace para acallar las voces de tu cabeza que te recuerdan que estás mal y que no tienes futuro.

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Aunque hay que reivindicar a la psicología (a mí me salvó la vida) y exigir más puestos en la sanidad pública, también se puede ir más allá de las recetas tradicionales que se basan en intentar curar el enfermo o apartarlo del sistema. No puede ser que ir al psicólogo siga siendo un privilegio, pero tampoco que lo sea tener un trabajo bien remunerado, un techo donde descansar o un plato de comida en la mesa. Se puede (y se debe) tratar a una paciente, pero no podemos individualizar un problema que, muchas veces, es colectivo.  Nuestra salud mental se cuida en el día a día, no puede estar en listas de espera. Por eso, además de mejorar la sanidad, debemos mejorar los factores que nos empujan a la ansiedad y la depresión. A la muerte por suicidio.

La sanidad pública, la vivienda y el trabajo son derechos fundamentales. Y como decía el poeta, también la alegría. Por supuesto, igualmente la defenderemos.

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