Opinión · Merienda de medios
Darwin y los paramecios
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A falta de que Aznar nos revele que, igual que el cambio climático, la evolución de las especies es una paparruchada de los progres, el bicentenario del nacimiento de Darwin que ayer se conmemoraba apenas sí dejó unos jirones de escepticismo sobre sus teorías. Ni siquiera el descubrimiento de que el hombre y el mono se parecen, pero menos, estimuló la controversia. El caso hubiera merecido algo más de debate, como el que enfrenta en Estados Unidos a darwinistas y creacionistas, y dejó sin contestar el gran interrogante sobre la vida en el planeta: ¿es posible que todos, incluido Ángel Acebes, procedamos del mismo paramecio?
Sólo Alfa y Omega, el suplemento “católico de información” que distribuye ABC, destacaba que “no hay evolución sin creación”, y prueba de ello es que “no han aparecido restos fósiles de jirafas en vías de desarrollo, puesto que son iguales desde su aparición, hace dos millones de años”. El seminario, digo el semanario, llegaba a admitir que “evolución y fe son compatibles”, aunque José Antonio Sayes, sacerdote y doctor en Teología, rozara la condenación para demostrar que lo que llamamos azar no es sino un diseño divino: “Hace poco hablaba con una muchacha que tenía unos ojos azules preciosos, en los que se adivinaba el fondo de su alma... Demasiada belleza para que surja por casualidad”.
Por lo demás, la pleitesía hacia Darwin fue generalizada. Uno de los más deslumbrados, Baltasar Porcel, no dudaba en alabar en La Vanguardia su capacidad de trabajo y su humildad “estudiando gusanos, lagartijas, el humus, flores, colores, los insectos, atento a la maravilla y riqueza de su condición mutante”. Lo que enervaba a Porcel es que “en Catalunya hasta enlodamos su egregia efigie con el resobado Anís del Mono”. Y a eso no hay derecho, oiga.
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Lo de los monos cuesta asimilarlo. Conversando sobre los principios de la selección natural, a Eduardo Punset una “gran artista de la canción española” le negó que ella descendiera de los primates, tal y como explicaba en El Mundo el divulgador con aspecto de científico loco más famoso de la tele. “Es bastante grotesco calumniar el pensamiento de Darwin tildándolo de una simple teoría”, sentenciaba.
Dios, en paro
La complacencia con los trabajos de Don Charles alcanzó al diario Gara, donde se cree efectivamente que sólo sobreviven los más fuertes, especialmente si llevan capucha y dan tiros en la nuca. “Sin duda, la ciencia le ha dejado sin alma al animista y a Dios sin faena laboral entre semana. Los seis días laborables en lo que, según la Biblia, empleó para construir el mundo se han mostrado como engaño”, escribía ayer un tal Mikel Arizaleta, traductor de oficio. ¿Sería vasco el primer paramecio?
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