Opinión · Merienda de medios
La muerte digna
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Andalucía se dispone a regular el derecho de los pacientes a una muerte digna, de forma que, ya bien a través del testamento vital, del consentimiento informado del agonizante o el de la familia, expresando el deseo del enfermo si este no pudiera hacerlo, puedan rechazarse tratamientos inútiles y, en su caso, recibir sedaciones paliativas terminales. La norma no legaliza la eutanasia ni el suicidio asistido, aunque ha indignado a algunas almas sensibles, esas que defienden el derecho a la vida y justifican como daños colaterales la muerte de miles de civiles en guerras preventivas.
La futura ley no recoge tampoco el derecho de objeción de los médicos, a los que se prohíbe imponer al paciente sus opiniones morales y religiosas. Esto sacaba de sus casillas a Carlos Dávila, ese hombre cabal que inflama sus venas en Intereconomía como un cantaor de siguiriyas: “¿La Junta de Andalucía va a obligar a un médico a desenchufar a un paciente si a él no le da la gana? Al idiota que haya parido esta ley le digo tururú con acento en la u”. Un detalle lo de recordar la tilde.
Había curiosidad por conocer la opinión del apóstol Federico, después de que el juzgado le impusiera una fianza de 132.000 euros en la causa por las injurias que le imputa el doctor Montes. “(Que la decisión no corresponda a la familia) es la fórmula que ya conocemos en Leganés: Sendero Luminoso. Llegabas a Urgencias y adiós mundo cruel. ¿Y la familia? A la familia no le daban ni parte de la cosa”. ¿Conclusión? Que al de Teruel le sobra la pasta.
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Pero no adelanten juicios sin antes haber leído al alambicado cómico que hace los editoriales del ultracatólico Ya. ¿Pretende la ley ahorrar sufrimientos al paciente? No. “La motivación última y real (...) es mercantilista (...). Se ejecuta para liberar al Estado de la carga onerosa de la enfermedad, para evitar a las compañías de seguros el coste de unos servicios a perpetuidad, a la Seguridad Social de una cama ocupada”. Este tipo es de traca y muy piadoso.
¿Pecado?
Los que piensen que adelantar el reloj y salir al encuentro de la señora de la guadaña es pecado harían bien en seguir el consejo de José Aguilar en el Diario de Cádiz: “Lo tienen realmente fácil: basta con que no hagan uso ellos de los derechos que les concederá la ley. Lo que no pueden es imponer a otros que no los ejerzan”. Dimitir es muy digno cuando la vida ya ha redactado la carta de despido.
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