Opinión · Merienda de medios
La leyenda negra, o casi
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Michael Jackson partió hacia la eternidad en un ataúd dorado y despedido por un coro gospel. Ni siquiera él pudo saltar más allá de su sombra. El negro que quiso ser blanco no pudo evitar la eclosión de negritud que se desencadenó en torno a su féretro. Ni murió joven ni dejó un bonito cadáver, pero todo el mundo jurará a partir de ahora que había un negro debajo de sus trajes de lentejuelas y que una mano negra se ocultaba en su guante blanco. A Elvis, que cantaba como un negro, le fue muy bien ser blanco; a Jackson, su empeño en ser blanco le ha convertido en el negro más famoso de todos los tiempos. Con permiso de Obama, por supuesto.
Contaba Quim Monzó que hay 30.000 tipos disfrazados de Elvis por el mundo. “Lo mismo pasará pronto con Michael Jackson, otro que tiene montones de dobles y del que cualquier día empezará a correr que lo han visto en una gasolinera, llenando el depósito”, escribía en La Vanguardia. Con tanto extra, es más fácil ser un muerto viviente, como en Thriller, que morirse del todo. Así cualquiera es una leyenda negra, o casi.
Ante el espectáculo de un funeral con más share que los Juegos Olímpicos era una temeridad ponerse trascendente en plan Jorge Manrique. Aun así, Antonio García Barbeitio lo intentaba en Onda Cero: “Se acabó, Jackson. No es más muerte la tuya porque el boato y la exageración levanten un homenaje gigantesco (...) Te has muerto para siempre como todos los muertos de la tierra”.
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Para saber quién fue Jackson no era imprescindible que su hija París nos lo presentara como el mejor padre del mundo. Hubiera bastado con escuchar a Ramón Tamames en Punto Radio: “¡Cómo se movía! Eso solamente lo sabía hacer él así; cuando se movía hacia atrás que parecía que estaba patinando o se contorneaba con esos cambios bruscos (...) Es un bailarín más que un cantante”. Acabáramos.
¿La mitomanía? Un asco
Otras cosas se nos ocultan. Desconocemos, por ejemplo, si esta defunción será “digna de un capítulo de House o de uno de Colombo”, como apuntaba Francesc Escribano en El Periódico de Aragón. En cambio, podemos estar seguros de que sus fastos funerarios han sido “un fiel reflejo de la moderna y leve sociedad de consumo”, en opinión de El Comercio. Lloramos por la muerte del negro que quiso ser blanco y nos encogemos de hombros por la de millones negros que hubieran querido seguir siéndolo. Cosas de la mitomanía. Un asco, vaya.
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