Opinión · Merienda de medios
Las cartas boca arriba
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Las cartas al director se inventaron cuando no existía Internet y las palomas mensajeras seguían en servicio. Trataban de asegurar eso de la retroalimentación de la información, de forma que los periódicos conocieran lo que opinaban los lectores de sus noticias, expresaran sus preocupaciones o, simplemente, alertaran de las erratas. Con el tiempo se convirtieron en la coartada perfecta para rectificaciones sotto voce, porque la relevancia tipográfica de las cartas es similar a la de los anuncios por palabras. El ridículo es menor si los que miran son pocos.
Un ejemplo de esta sordina es la que le ha dado El País a la indignación del escritor, académico y columnista de la casa, Antonio Muñoz Molina, por el artículo de Almudena Grandes del pasado lunes en ese mismo diario. Hace algún tiempo a la novelista del “corazón helado” le daban ganas de fusilar cada mañana a algunas voces, sobre todo a una que pronuncia fatal la erre. Ahora le ha dado por hacer befa del ideario masoca de Santa Maravillas, de su “déjate sujetar y despreciar”, e imagina su “goce” al caer “en manos de una patrulla de milicianos, jóvenes, armados y –¡mmm!– sudorosos”.
La supuesta broma no le ha hecho gracia a Muñoz Molina, que le da un repaso y una clase de historia por el mismo precio: “Ni a Manuel Azaña, ni a Indalecio Prieto, ni a Arturo Barea, ni a Julián Zugazagoitia les costó nada imaginar la tragedia de tantas personas asesinadas por esas pandillas no siempre incontroladas que preferían mostrar su coraje sembrando el terror en Madrid en vez de combatiendo al enemigo en la sierra”. Por si no había tenido bastante, a la “escritora del régimen” le sacudía desde el ABC Herman Tertsch, un hombre tan contenido como la gota que desborda el vaso: “Aquellos hombretones fraternales de la izquierda progresista sólo violaban para hacer favores, nos dice Almudena. Una santa laica más del país que parece añorar que se repita".
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Conde y el conde-duque
En esto de las rectificaciones hay que descubrirse ante el logroñés Ramírez, que ayer daba una clase magistral en las cartas a él mismo de El Mundo. El periódico había publicado el lunes una historia tan graciosa como falsa, según la cual Mario Conde, travestido al taoísmo, se había arrodillado ante Alfonso Guerra en un AVE a Sevilla implorando su perdón. Conde envió una réplica que se mutiló ayer, según la costumbre de la casa. “Creí que el comentario era una broma y así me lo he tomado (...). El objetivo perseguido al comentar como noticia hechos falsos no son de mi incumbencia sino de la suya. Lo mío es sencillamente aclarar la falsedad”. Nada de esto se publicó. ¡Es grande el conde-duque!
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