Opinión · Cabeza de ratón
Espías y detectives
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No tengo nada que ocultar dijo Ana Mato y quizás tenía razón, no tiene nada que ocultar porque ya lo hemos descubierto todo, o al menos lo suficiente. Y todo gracias a nuestros magníficos espías y detectives, dos gremios que sobreviven bien en horas bajas al servicio de quien les pague el sueldo o abone puntualmente sus servicios, según los casos. Entre los espías de los Servicios de Inteligencia de la Comunidad de Madrid (SICOMA) más conocidos como los “gamones” predominaban los guardias civiles, entre los detectives encargados, entre otras cosa, de ocultar micrófonos en ramos de flores, predominan los expolicías y los policías en excedencia, funcionarios o empleados en dos de los oficios más viejos del mundo que, pese a su siniestra historia gozan, casi podíamos decir gozaban, de un aura y de un prestigio, inmerecidos, sobre todo entre la infancia del sexo masculino. Imprimiendo a mis sueños infantiles un toque de realismo y sabedor de que no había escuela ninguna, ni siquiera lonja de contratación, para reclutar agentes secretos, solicité a los 14 años el ingreso en una academia de detectives que se anunciaba en las páginas de los tebeos, en la academia daban clases y títulos de delineante, reparador de radios o detective privado. Había ahorrado para la matrícula pero me devolvieron el dinero por ser menor de edad y no contar con la debida autorización paterna. Así se frustró mi vocación detectivesca y pronto aprendí que los espías y los detectives de verdad eran casi siempre extranjeros y preferentemente de habla inglesa como Sherlock Holmes, Philip Marlowe, o James Bond.
También supe pronto que los detectives españoles tenían fama de “huele braguetas” especializados en casos muy cutres de adulterios. En cuanto a los espías, los que me caían más cerca eran los torvos policías de la Brigada Político Social infiltrados en la Universidad, cualquier cosa menos un ejemplo a imitar. La trama de espionaje en la Comunidad de Madrid vino hace unos años a enseñarnos como había cambiado el oficio. Los espías dirigidos por Sergio Gamón espiaban a políticos del mismo partido que les contrataba a través de una tela de araña en la que incluso resultaba muy difícil saber quien iba a pagar la nómina a fin de mes. Los indicios apuntan al entonces número dos de Esperanza Aguirre, Ignacio González que a su vez también fue espiado en un rocambolesco viaje turístico a Colombia con un grupo de empresarios madrileños. Menos sofisticados que los detectives catalanes que camuflaron el micro entre las flores, los “gamones” madrileños tenían incluso graves problemas de transporte para hacer unos seguimientos chapuceros y sus informes solían ser insulsos e incompletos. Devanar la madeja, desmontar el tinglado, resulta extremadamente difícil, los hilos se entrecruzan y es casi imposible saber quien tira de ellos. Esperanza Aguirre tampoco tiene nada que ocultar, ya hay otros que la ocultan a ella cuando cruza, en calcetines para no hacer ruido, sobre las espesuras de la Gürtel madrileña o el espionaje casero.
Los efluvios florales de la entrevista que mantuvieron Alicia Sánchez Camacho y la maltratada exnovia de Jordi Pujol Ferrusola, exportador de billetes de 500 euros, no han bastado para tapar el olor a podrido de este submundo del espionaje, aunque emerge la idea de que todos los partidos políticos de Cataluña que se lo pueden permitir espían a sus rivales y se supone que, como en el caso de Madrid, también se espían a sí mismos. En este inframundo paranoico cualquier día un político encargará, si no lo ha hecho ya, su propio seguimiento para ver si le están persiguiendo. El hilo del micrófono, se supone que inalámbrico, del florero condujo en primera instancia al PSC, los socialistas espiaban al PP para enterarse de los trapos sucios de CIU, jugada a tres bandas desmentida por el presunto financiador que empezó negando la mayor: El PSC no ha tenido nunca contactos con la agencia de detectives, y continuó negándose a sí mismo: Tuvimos contacto pero para que se encargarán de cuestiones de seguridad. En tres años el PSC gastó 72.438 euros en blindar su sede contra el espionaje de otros partidos y hay quien apunta que a lo mejor lo de la entrevista espiada fue una especie de propina por ser tan buenos clientes. No está claro pero lo que queda transparente es que el PP y el PSC estaban al tanto de las andanzas del delfín (léase pedazo de atún) de CIU y no lo denunciaron, lo guardaron en sus archivos a la espera quizás de mejor ocasión para traficar en el trapicheo del mercado negro de la política: tu me tapas una cosa a mí y yo te tapo otra cosa a ti. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra y se proteja la cabeza porque probablemente le lapidarán.
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