Opinión · O es pecado... o engorda
Tras las sectas culinarias
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Cualquier cocinillas conoce esa sensación de vértigo ansioso ante una buena tienda de menaje. Hay cacharritos para todo: para deshuesar aceitunas y cerezas, para picar perejil, para pelar ajos, para quitar el hilo a las vainas o para convertir en flores y estrellitas cualquier elemento comestible… Luego están esas vajillas para servir la mesa como si nuestra casa fuera el Bulli: cucharitas, mini platos, boles diminutos, que parecen sacados de los fascículos otoñales de “Casas de Muñecas”. O, todo lo contrario, esos inmensos platos y bajoplatos donde las raciones parecen escasas aunque hayas servido un huevo de avestruz. Quién no ha caído en la tentación de tener un “kit completo del comida japonesa”, con su esterilla para el sushi, sus palillos y sus “apoya palillos” que jamás ha salido de su elegante cajita de regalo.
La prueba de la importancia de esa debilidad está en cómo la aprovechan los bancos, que regalan sartenes y pucheros como mercancía de cambio por domiciliar una nómina -ese milagro cada vez más en extinción-. Esa debilidad la conocen también al dedillo los de la teletienda que de madrugada nos ofrecen cuchillos que lo cortan todo eternamente o picadoras que, en tres toques, podrían triturar hasta un coco. Y, cómo no, también quienes –como si de “Avón llamando a tu puerta” se tratara- llevan la tentación directamente a tu cocina y te ofrecen una historiadísima batería de cocina –la mitad de cuyos componentes jamás conseguirás usar- o un carísimo y milagroso robot de cocina.
Y, atención. El día en que caes en la tentación y compras –a plazos, por supuesto- ese robot de cocina, ya eres inevitablemente miembro de la secta. Concretamente, de la secta Thermomix. Y lo digo por experiencia. A partir de ahí, la amable y agradecida señora que te la vendió, que te hizo una demostración en casa de la que era imposible escapar sin comprar, te mandará recetas de todo tipo con el cambio de estación. Tu acabarás llevándote, de las estanterías donde antes buscabas novelas y ensayos, recetarios específicos para hacer en la Thermomix hasta champú. Por no hablar de las infinitas posibilidades que proporciona Internet para intercambiar experiencias con otros miembros de la secta. En los casos más graves, acudirás a concentraciones quincenales de tu congregación culinaria en locales que parecen la sede de una iglesia evangélica. Y sí, seguramente crees que puedes “dejarlo cuando quieras”…
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Me temo que no es la única. Las sectas culinarias han proliferado y su biblia -para cada una la suya- tiene forma de recetario. Yo me siento responsable de la captación de un amigo al que regalé, de forma irresponsable, las fundas de silicona para cocinar al vapor. Ya es un “hombre Lekué”. Nunca volverá a usar la sartén. Querrá hacer en la funda hasta la bechamel. Se colgará de cada página de Internet que le ofrezca nuevos platos. Se comprará todas las variaciones que le ofrezca la marca en formas y colores.
Por lo menos no le regalé –por precio, fundamentalmente- el otro gran totem de la gastronomía casera: la máquina de hacer pan. A sus seguidores se les detecta porque antes siempre, cuando les invitabas a comer, te llevaban una botellita de vino buenísimo o las primeras cerezas de la temporada. Ahora llegan con un gran mazacote de extraños panes: con cebolla, con zanahoria, con pipas… o con todo junto.
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¿Cómo se nota si estamos hablando de un grupo sectario? Esta es la prueba de fuego: cuando tu alabas su comida, ellos automáticamente dicen –o decimos- lo he hecho con… la thermomix, el lekué, la panificadora… (pon la marca o el artilugio que quieras). Una vez comprado el aparato, parece que uno queda a merced de él para siempre. En el fondo eso es rarito. Es como si, al alabar las exquisitas lentejas de tu madre, ella te dijera, como una explicación lógica: “Sí. Las he hecho con la olla roja, la que tiene un desconchón en la tapa”.
Me consta que también ha habido intentos sectarios fallidos. Uno de ellos, los wok, esa especie de sartenes chinas de forma cónica en la que se va cocinando por zonas. No llegó a generalizarse porque lamentablemente las cocinas de gas están en franco retroceso y no se pueden utilizar en vitrocerámicas ni inducción. También resultó fallida la generalización de la licuadora. ¿Os acordais? La gente las compró en su momento para hacer zumo de todo, hasta de las judías pintas. Todo tan sano, tan natural… Hasta que reconocimos que era engorrosísima de limpiar y, sobre todo, que hacía un ruido infernal.
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Hay otras sectas mucho más minoritarias pero igual o más potentes y más vinculadas a la comida saludable y ecológica. Las de los deshidratados, que permite amojamar cualquier cosa y aprovechar el superavit del huerto. Y las de los germinados, que hay que cuidar como si fueran cachorritos, cambiarles el agua cada cierto tiempo y observar su proceso de crecimiento porque hay que comer brotes porque son alimentos vivos.
Y cuando la automatización invadía la cocina, cuando habíamos encontrado robots para todo... aparece el colmo de la artesanía cocinera. De Estados Unidos, apoyada por una andanada mediática en los canales temáticos de la TDT y en la apertura de un buen número de locales en los que se pueden degustar o comprar todos los elementos necesarios para su degustación, llegaron los cupcakes. Los habíamos visto en series como “Sexo en Nueva York”, como tartitas individuales entre cursi y glamorosos. La verdad es que esas magdalenas esponjosas, cubiertas de azúcar de todas las formas y colores tiene un aspecto apetitoso y hasta artístico y parecen sacados de una serie de dibujos animados.
Pero, atención, esta secta culinaria es de las peligrosas: su dependencia no queda, como en los otros casos, zanjada con la compra de un aparatejo y un libro de recetas, sino que se mantiene para siempre en forma de moldes, elementos de decoración como anises, lacasitos o fideos de chocolate y “toppers” o “cositas monínimas para poner por encima” de venta en tiendas ad hoc o en Internet. No quiero imaginar a cuanto va a salir cada cupcake.
Hay algunos revisionistas que ya "piensan en grande" y han avanzado más, que prefieren dedicarse en cuerpo y alma al “fondant” y emular a los grandes pasteleros americanos, de forma profesional o doméstica. Defienden que, en azúcar y chocolate, todo es posible. Es difícil resistirse a esos pasteles temáticos de arte más efímero que los castillos de arena. Y esta secta aún está aterrizando. Dónde habrán quedado las rosquillas de nuestras abuelas…
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