Opinión · Otras miradas
Carta por el diálogo de #Hablamos
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El pasado 7 de Octubre miles de personas salimos a las plazas de nuestros ayuntamientos para exigir diálogo y mostrar que hay un país dispuesto a construirse desde el respeto, la pluralidad y la diversidad. Un país que resuelve sus conflictos ensanchando la democracia y los cauces para la convivencia, que no renuncia a las banderas pero que entiende que no es el momento de usarlas para enfrentarlas a otras en un juego de exclusión y confrontación. Un país mejor que sus gobernantes.
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El clima de beligerancia que se vive en estos días, la pulsión de choque y el deseo de arrasar que se percibe en algunos sectores pueden conducir a un gravísimo punto de inflexión en nuestro país. Digámoslo alto y claro: en democracia nadie debe aplastar a nadie. Estamos ante un asunto político entre ciudadanos y ciudadanas que viven en un mismo Estado. Solo desde la frivolidad, la irresponsabilidad o el revanchismo ideológico pueden defenderse posiciones que abogan por acelerar el choque de trenes a expensas de la cordura manifestada este pasado fin de semana por amplios sectores de la sociedad civil.
En estos últimos días muchas voces pidieron un gesto para evitar una irreversible escalada de la tensión. Independientemente de las diferentes valoraciones sobre la declaración de Puigdemont, y de su indudable ambigüedad, la realidad es que hoy hay más probabilidades de una solución negociada que ayer. Si una declaración de independencia en diferido se ve contrarrestada por una aplicación en diferido del artículo 155, corremos el riesgo de permanecer indefinidamente en el bloqueo.
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Se ha abierto una tímida posibilidad al diálogo, pero éste tiene que darse de forma honesta, no en modo de partida de póker electoralista. Un diálogo que debe aprovechar el debate sobre las reformas pendientes para reconciliar a nuestro país con su diversidad, es decir, con toda su riqueza y pluralidad de actores, y siempre desde el respeto al deseo de la sociedad catalana. Es este también un buen momento para alejar a los fantasmas de algunos sectores de la sociedad española, esos que solo ven en la diversidad un peligro de desintegración. Debemos superar estos complejos para construir un país mejor, más vivible y más democrático. Un país más rico.
Ante este giro que ha tomado la situación, debemos centrarnos en el problema político de fondo más que en el cruce de declaraciones, lo que hace todavía más evidente la necesidad del diálogo. Pero para que el diálogo pueda existir y tener efectos, es siempre necesario salir de la instrumentalización estratégica del otro, ponerse realmente en el lugar de él, entender sus motivaciones y razones, por más que no se puedan compartir. Y también entender la correlación de fuerzas: nadie es lo suficientemente fuerte, ni el Gobierno central ni el Govern, para ganar sin pagar un alto precio. Uno se ve obligado a dialogar cuando la fuerza de su adversario ni es rotunda ni insignificante.
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Efectivamente, el 1-O puso de relieve la gran fuerza de movilización en favor del referéndum, pero no es menos cierto que la manifestación del 8-O mostró que hay amplios sectores de la población catalana que no se ven reflejados en el Procés.
Ni Mariano Rajoy ha sabido o ha querido entender realmente qué estaba pasando en Catalunya ni Carles Puigdemont ha hecho un esfuerzo por comprender las complejas dinámicas de lo que ocurre en España. Ambos se han desoído interesadamente durante largo tiempo.
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No estamos solamente en presencia de una crisis territorial o constitucional. Nos encontramos en una encrucijada de mayor alcance en la que una nueva realidad sociocultural y generacional ya no se siente interpelada por sus gobernantes. Una cultura política en crisis necesita nuevas formas de integración social y de representación política, y dejar a un lado los cómodos pero rígidos enfrentamientos que solo expresan la incapacidad enquistada de construir un país en común.
Tenemos un problema de fondo: la nueva realidad social y cultural no solo debe obedecer a la Ley, debe asumirla, encarnarla y quererla como suya en el día a día de su compromiso ciudadano.
Demasiado tiempo hemos recurrido a la “leyenda negra”, a la lucha a garrotazos de Goya, a la amargura del "vivan las caenas". Desde 2004, desde las movilizaciones por los atentados de Atocha al 15M, pasando por el No a la Guerra, ha emergido una sociedad civil renovada que se ha socializado en democracia, menos culpabilizada por su pasado y que se relaciona de forma diferente con la diversidad cultural y política en España.
Aquí no sobra nadie porque queremos un país respetuoso con su riqueza y pluralidad. Mientras miremos al dedo del problema de independencia de Catalunya no veremos la luna: el proyecto de construir una país capaz de sumar voluntades y de agregar diferencias.
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