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Opinión · Otras miradas

El mundo en su cénit

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Cecilia Fernández y Patricia Luque

(Ecologistas en Acción y La Transicionera)

Aunque no lo parezca, pronto llegará el invierno, y entonces volverán las noticias sobre la pobreza energética que sufren cinco millones de personas en el Estado español,  que tienen serias dificultades para satisfacer necesidades energéticas básicas de luz y gas. Realidades como éstas son la cara, cada día más visible, de la extralimitación y el agotamiento de la mayoría de recursos sobre los que se asientan nuestras economías y nuestras vidas.

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Toda la información disponible indica que nos dirigimos hacia el cénit de las fuentes de energías no renovables, que supone el grueso de la utilizada por la humanidad. Sobrepasado este pico, el recurso podrá conseguirse en cantidades decrecientes, será de peor calidad y más difícil de conseguir técnica, financiera y energéticamente. Además, la extracción post-pico necesita utilizar generalmente técnicas más contaminantes y que, por lo tanto, requieren de más medidas paliativas. Todo ello implica, por otro lado, una tensión hacia al aumento del precio de la materia prima si la demanda se sostiene, así como mayores posibilidades de especulación en torno a ésta, ante la menor capacidad de controlar el flujo que se pone en el mercado.

Podemos hacer un símil con los recursos materiales no energéticos. El consumo de minerales desde el siglo XIX ha seguido también un crecimiento exponencial. Gracias al desarrollo tecnológico, se siguen extrayendo minerales de forma eficiente, pero esto no puede suceder de manera indefinida, ya que el desarrollo tecnológico depende de la disponibilidad de esos materiales finitos cada vez menos accesibles y cuya extracción requiere de una energía fósil también en declive. Nos encontramos, por tanto, ante una situación de dependencia mutua: no hay materiales sin energía, ni energía sin materiales.

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Suelo y agua son también recursos esenciales en peligro, no sólo en cantidad sino también en calidad. El 20% de los acuíferos del mundo están sobreexplotados y la erosión y el cambio climático están reduciendo de forma importante la disponibilidad de suelos fértiles. Dado que el 70% del agua se emplea en alimentación y estamos agotando los acuíferos, la producción de alimentos se verá irremediablemente comprometida. La crisis energética agravará previsiblemente los problemas derivados de la escasez de suelo y agua, dado que el modelo de producción agroindustrial es profundamente petrodependiente, y tanto la explotación de los acuíferos como los procesos de desalación requieren cantidades importantes de energía. Al mismo tiempo, el agua también es necesaria para la producción energética, como revelan los datos de la Agencia Internacional de Energía (IEA) de 2010, según los cuales el 15% del consumo mundial de agua dulce se utilizó en la producción de energía, principalmente en la refrigeración de centrales térmicas de carbón y nucleares.

Plazos y alternativas

Las previsiones más optimistas para el pico del petróleo se sitúan entorno al 2024, aunque hay fuentes que apuntan que lo alcanzamos ya en 2015. Los picos del gas y el del carbón siguen patrones similares y, aunque decaerán más lentamente, no parecen superar el 2040, probablemente antes. Frente a estas perspectivas, se suceden una serie de alternativas que en la mayoría de los casos no lo son o son incompletas.

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Respecto a recursos fósiles, se suele emplazar a futuros descubrimientos de yacimientos. Pero en el caso del petróleo estos alcanzaron a nivel mundial su máximo histórico en la década de los sesenta (superando las cifras del consumo a la de los descubrimientos ya en 1980). Es por ello que el 70% del consumo de petróleo actual viene de yacimientos de más de 30 años, no debiendo olvidar, además, que los escasos nuevos yacimientos que está habiendo, tanto de petróleo convencional como de otros líquidos combustibles, no alcanzan los mismos rendimientos que los antiguos. En este sentido, la tasa de retorno energético (cociente entre la energía obtenida y la energía invertida para ello) rondó en el caso del petróleo, la proporción 45:1 en la década de los sesenta, descendiendo al 35:1 a finales del siglo XX y al 18-20:1 en la primera década del XXI. Nada hace pensar que la tendencia descendente en los descubrimientos y en su rentabilidad energética vaya a cambiar.

Otra de las alternativas que se vislumbra es apostar por las renovables. Sin embargo, aunque es importante transitar a energías de este tipo, hay que tener presente que no son suficientes para mantener los niveles de consumo actuales. Con las tecnologías de las que ahora disponemos, probablemente no llegaríamos a alcanzar la mitad del consumo actual, debido a tres factores. En primer lugar por el carácter poco concentrado de las renovables. Por otro lado está el hecho de que, frente a los combustibles fósiles que se usan en forma de energía almacenada, las renovables son flujos con baja tasa de retorno energético. A esto hay que añadir por último, que las renovables, en su formato industrial e hipertecnológico, son una extensión de los combustibles fósiles más que fuentes energéticas autónomas, ya que todas ellas requieren de la minería y el procesado de multitud de compuestos que se realiza gracias a los fósiles.

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Y respecto a la escasez de recursos materiales, se han planteado algunas posibles soluciones, todas ellas caracterizadas por importantes limitaciones. La solución más conocida es el reciclado de materiales, que no siempre es viable, por el coste energético o económico y en otras por mera imposibilidad física. Como establece el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, la tasa de reciclado de muchos de los elementos conocidos no alcanza el 1%. Otra opción sería la sustitución de materiales escasos por otros alternativos, un campo en el que se han producido avances. Sin embargo, no es posible sustituir los sesenta y dos metales o metaloides más usados en los aparatos de alta tecnología. Simplemente no existen materiales alternativos suficientes en la tabla periódica. Una tercera opción sería la explotación de nuevos espacios como los polos, las selvas vírgenes o los fondos marinos, pero tienen evidentes limitaciones relacionados con la viabilidad económica y el coste medioambiental, estando nuevamente condicionada por el desarrollo tecnológico y la disponibilidad tanto de materiales como de energía abundante.

Propuestas de acción

En este escenario, urge la puesta en marcha de un plan multisectorial que ordene una transición justa a una sociedad con un menor consumo y uso eficiente de recursos materiales y energéticos, fomentando el cierre de los ciclos mediante una economía circular que cuide la gestión de los residuos. En 2030, la generación con energías renovables debería ser al menos del 45% y la reducción del consumo energético debería ser del 40% respecto a 1990, obviamente con el grueso de reducciones centrado en la población más enriquecida.

Son múltiples las propuestas de acción sobre la mesa, empezando por el reconocimiento y la divulgación de la gravedad de estos límites. Es preciso realizar una reforma de la Ley del Sistema Eléctrico para favorecer el autoconsumo de renovables (especialmente los proyectos cooperativos y de gestión comunitaria), así como incorporar en la legislación el Derecho Humano al Abastecimiento y Saneamiento de agua, derecho extensible al plano energético. Y urge frenar el proceso de pérdida de suelos así como promover su recuperación de materia orgánica y equilibrio biológico.

Éstas son tan sólo algunas de las alternativas que tenemos al alcance y que deberíamos empezar a implementar bajo lógicas de urgencia, donde la reducción del consumo y la distribución justa y equitativa de los recursos se plantea como el gran reto y la mejor de las apuestas.

El presente artículo está formulado a partir del informe “Caminar sobre el abismo de los límites. Políticas ante la crisis ecológica, social y económica”, disponible en: www.ecologistasenaccion.org/abismolimites

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