Opinión · Otras miradas
Comulgar con ruedas de molino
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Laura Freixas
Escritora. Sus últimos libros publicados son Una vida subterránea. Diario 1991-1994 (2013) y El silencio de las madres y otras reflexiones sobre las mujeres en la cultura (2015)
Soy catalana. Nacida en Barcelona, de padre catalán y madre charnega: mis abuelos maternos eran de Ávila. He vivido en Francia y Gran Bretaña, resido ahora en Madrid, aunque paso mucho tiempo en Barcelona; trabajo con frecuencia en Estados Unidos; hablo catalán y castellano. Soy, en fin, una catalana como tantas.
Empecé a tener conciencia política cuando entré en la Universidad, en un año histórico: 1975. Me hice, en rápida sucesión o superposición, catalanista, marxista, trotskista, feminista; desde entonces esta última ha sido mi principal definición política. En esa época, los 70, apenas existían independentistas en mi entorno; pero en los últimos años, buen número de mis amistades, feministas incluidas, se han hecho indepes. ¿Por qué? No por por un sentimiento identitario, como pudiera creerse; eso existe, sin duda, pero también hay otro independentismo: el que procede del rechazo a un Estado corrupto, autoritario, protector de las desigualdades; el que consiste en una aspiración a construir un país mejor.
¡Cuánto me seduce a mí también ese proyecto! Hacer tabla rasa, imaginar una sociedad más justa, trabajar para hacerla realidad…... Entonces, ¿por qué no soy independentista?
Una utopía tiene que enmarcarse en un relato. Es un ensueño de futuro que requiere un pasado, un sentido, un sujeto. Para poder valorar el porvenir que el independentismo nos propone, es imprescindible preguntarse: ¿de qué pasado quiere ser continuador? ¿Qué sujeto y sentido le atribuye a la historia?
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A esas preguntas responde el independentismo con una vulgata que repiten todo tipo de fuentes: Puigdemont, Junqueras, Forcadell, De Gispert; el Parlament en su ley de enero de 2013, el congreso de historia “España contra Catalunya”, la película de Isona Passola L’endemà, el popularísimo vídeo Los García, la independencia y el futuro de Catalunya y los producidos por Òmnium Cultural, e innumerables tertulianas/os, columnistas y tuiteras/os.
Esa versión oficial se puede resumir como sigue: Catalunya es una nación milenaria; es por esencia, como demostró ya en sus albores, de vocación pacifista, igualitaria y democrática. En 1714 sufrió una derrota a manos de los castellanos, aliados con Felipe V y algunos quintacolumnistas catalanes, los botiflers; en 1936-1939 luchó contra el fascismo, pero perdió, y Franco se vengó oprimiéndola. En todo este tiempo, Catalunya no ha dejado de pedir diálogo, pero siempre ha recibido un “no” como respuesta. En 2010, el Tribunal Constitucional tumbó el Estatut, y eso hizo que el pueblo catalán abriera los ojos y comprendiera que nunca sería tratado con justicia si permanecía dentro de España.
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Queridas amigas y amigos indepes: yo entiendo, y apruebo, y simpatizo de todo corazón con vuestro afán de construir una sociedad mejor. Pero mal vamos, si para empezar me pedís que comulgue con ruedas de molino. Veamos. Que Catalunya “es una nación” desde tiempos inmemoriales, no me lo creo, como tampoco en el caso de España: pienso, como Álvarez Junco, que las naciones datan del siglo XVIII o XIX: son un invento del nacionalismo. Pelillos a la mar, pero sigamos. ¿Que “a lo largo de su historia el pueblo de Catalunya ha manifestado su voluntad de autogobernarse con el objetivo de mejorar el progreso, el bienestar y la igualdad de oportunidades” (ley de 23-1-13)? ¿Somos tan estupendos, que ya éramos socialdemócratas en la Edad Media?... A otro perro con ese hueso. ¿Y quién derrotó a quién en 1714? Los partidarios de Felipe V a los del archiduque Carlos; había castellanos y catalanes en ambos bandos. ¿La guerra civil, una lucha de “Catalunya contra el fascismo”? Esta sí que es buena: ¡pero si el principal partido político catalanista de la II República, Francesc Cambó, fundador de la Lliga, financió a Franco! ¡Si la mano derecha de Cambó, Joan Estelrich, dirigía la oficina de propaganda del bando franquista en París!... Y durante los 40 años siguientes, la mayor parte de esa misma burguesía, desde Dalí a Samaranch, desde Porcioles a la familia de Esther Tusquets, que lo cuenta en Habíamos ganado la guerra, apoyó a Franco… Luego, a la muerte del dictador, vino el restablecimiento de la Generalitat y el Estatut de 1978, cosa sobre la cual el independentismo, empeñado en convencernos de que “España es irreformable”, pasa como sobre ascuas. ¿Y qué hay de 2010? Nos dicen que el Constitucional “tumbó” el Estatut, cuando en realidad modificó 14 artículos de 223; y que provocó, como reacción, el auge del independentismo. Pero qué raro: en la Diada del 11 de septiembre de ese año (la sentencia había sido en junio), hubo los mismos pocos miles de manifestantes de siempre, y lo mismo en la del año siguiente… Lo que ocurrió, en cambio, fue que en 2011, catalanas/es “indignadas/os” rodearon el Parlament, al que Mas tuvo que acceder en helicóptero. Y que el PP ganó las elecciones con mayoría absoluta, lo que le permitía prescindir de CiU en el Congreso, mientras que CiU necesitaba pactar con el PP en el Parlament. No hace falta ser muy mal pensada para deducir qué plan pergeñaron Mas y los suyos a fin de seguir gobernando Catalunya, arrinconar al PP, y redirigir la indignación del 15-M de tal modo que no pusiera en peligro la hegemonía de la burguesía nacionalista.... Fue en la Diada de 2012 cuando por primera vez, salieron a la calle cientos de miles de catalanas/es reclamando la independencia.
¿Entendéis, queridas amigas, entienden ustedes, que me leen, por qué no soy independentista? Porque no soporto que me mientan, que me traten como a una niña. Desconfío de quien me halaga: sospecho que me quieren vender alguna moto. Y francamente, no es difícil ver de qué moto se trata. Hablándome de agravios y derrotas, del heroico y noble pueblo catalán sojuzgado por el pérfido Estado español, haciendo a España (o Madrid, o el Estado, o el gobierno o el PP, que para ellos es lo mismo) culpable de todo, desde la corrupción a los retrasos de los trenes de Cercanías, desde los recortes hasta de que Vueling eche a una pasajera por hablar catalán (supuestamente)…, lo que quiere la burguesía catalana es que no nos fijemos mucho en cómo gobierna. Pues es la burguesía catalana la que ha iniciado todo esto, por mucho que con halagos, victimismo, maniqueísmo, coreografías, tuits de Rufián y cortes de carretera de la CUP, haya conseguido arrastrar a muchos más. Su objetivo, a mi modo de ver, es tapar con banderas todos sus trapos sucios: los tejemanejes de la familia Pujol o la privatización de la sanidad, por ejemplo.
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Y lo está consiguiendo. Por partida doble: en Barcelona y en Madrid. Le ha dado la excusa perfecta al PP para hacer lo mismo. La DUI y el 155 hacen tanto ruido, que nadie debate ya de nada más.
¿Referéndum “legal y pactado” para terminar con todo esto? No lo terminaría sino que lo prolongaría. Nos pasaríamos los próximos años discutiendo que si el censo, que si la mayoría, que si Catalunya puede dejar España por qué Tarragona no puede dejar Catalunya... Que si hemos ganado o perdido por un puñado de votos, que si algunos no fueron a votar porque llovía, que queremos otro referéndum (neverendum, como en Escocia), que si ahora que ya no hay marcha atrás descubrimos que nos habían mentido, como en el Brexit... Y si seguimos así, ¿cuándo vamos a preocuparnos de verdad por la Gürtel y el caso Palau, por el cambio climático, la brecha salarial, los refugiados, la renta mínima, el tráfico de mujeres y niñas, la precarización del empleo...?
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