Opinión · Otras miradas
Mayo 68, voces y revueltas de la esperanza
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Cincuenta años después del mítico mayo ¿es útil repensarlo? Sin duda, pues interpretar el pasado en el presente ayuda a construir el futuro. La memoria es un espacio de lucha política (Kristin Ross), por ello no es casual que De Gaulle planteara en junio de 1968 olvidar de inmediato la “pesadilla” de las recientes jornadas de huelga general y barricadas y, mucho más tarde, de forma obsesiva personajes como Benedicto XVI, Nicolás Sarkozy o la misma Esperanza Aguirre sigan combatiendo contra el fantasma del 68 al que, cínicamente, atribuyen ser fuente de relativismo intelectual y moral.
Realmente lo que preocupa a estos personajes al servicio del orden neoliberal es el carácter de acontecimiento global que expresó el “gran rechazo” -como lo calificó en su momento, entre otros, Marcuse- al orden establecido, poniendo “brutalmente a la lucha de clases en primer plano” en palabras de Daniel Bensaïd uno de los impulsores del Movimiento 22 de marzo en la Universidad de Nanterre. Rechazo al orden global que se había ido instaurando desde finales de la Segunda Guerra Mundial, volviendo a poner en el centro del debate la posibilidad de “cambiar el mundo” y “transformar la vida”.
Fue precisamente el temor al retorno de un imaginario revolucionario el que llevó a las clases dominantes a desplegar una estrategia de “contrarrevolución preventiva”, iniciada con el golpe militar de Pinochet en Chile en septiembre de 1973.
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El significado de Mayo 68
Algunos intérpretes intentan reducir Mayo 68 a una revuelta generacional, otros limitan su alcance a una revuelta cultural, algo innegable, pero con ello ocultan su dimensión profundamente política, que llevó a cuestionar los regímenes entonces dominantes tanto en Francia como en Checoslovaquia, México, Italia y otros países. Olvidar la dimensión política es banalizar mayo 68 al abordar el fenómeno de forma ahistórica y, con ello, no pueden explicar que los años sesenta también se expresara el malestar y la distancia que importantes sectores de la izquierda social tenían respecto a las políticas de los partidos socialdemócratas y comunistas que globalmente habían aceptado el statu quo capitalista, lo que originó la aparición de nuevos partidos a la izquierda de la izquierda.
Fue un acontecimiento global que se sustanció nacional e internacionalmente, que, de forma desigual, según países, abrió un campo de posibilidades reales, concretas, no ilimitadas para un cambio de rumbo. Ese es su activo simbólico universal y eso es lo que se quiere combatir desde el poder. Pierre Bourdieu, en referencia a Francia, propuso contemplarlo como producto de la sincronización de una multiplicidad de crisis latentes en diferentes universos sociales. Ello puede explicar tanto su extensión geográfica como social, pues por primera vez se incorporaron a las luchas sectores de trabajadores y colectivos sociales que anteriormente no habían participado. Y desde luego puede también explicar su carácter de fenómeno internacional en un “momento bisagra” entre, los treinta “gloriosos” años de expansión de un capitalismo regido por el keynesianismo y el comienzo de la financiarización de la economía global bajo la férula neoliberal. El mundo estaba mutando.
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Aunque el epicentro del seísmo de mayo del 68 fue Francia, conviene destacar que el “momento” 68 y aún mejor decir “los años sesenta” (que se prolongaron a los setenta) fueron el marco de procesos que se realimentaban mutuamente. Baste recordar las rebeliones anticoloniales y anti imperialistas en curso cuya máxima expresión fue la ofensiva del Têt vietnamita; las luchas democráticas antiburocráticas en los países del “socialismo real” que tuvo su punto álgido en la Primavera de Praga; las movilizaciones estudiantiles por la democracia en Madrid, México y Pakistán junto a las ocurridas en las principales universidades del mundo industrializado (Berkeley, Paris, Roma, Berlín, Londres…), o las que se produjeron contra la guerra y el racismo en Estados Unidos, donde el pueblo negro se puso en pie contra la segregación y por los derechos civiles; también el auge de las guerrillas latinoamericanas; y algo muy importante que muchos autores olvidan interesadamente hoy: se dio una profunda removilización de las clases trabajadoras en Argentina, España, Portugal e Italia y, por supuesto, la gesta de la huelga general durante semanas en Francia.
Mayo aquí
Todos estos procesos fueron seguidos, aunque con mucha menor extensión e intensidad, en la sociedad española de aquellos años, especialmente por la nueva generación que fue accediendo a la Universidad y a los centros de trabajo. Las particulares y duras condiciones en las que luchábamos contra la dictadura franquista no facilitaron una explosión de la protesta similar a la que se produjo en países como Francia o Italia.
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Con todo, desde 1965 se había desarrollado un movimiento estudiantil capaz de acabar con el sindicato vertical del régimen y de ir poniendo en pie un sindicalismo democrático que contó con el apoyo de la mayoría del estudiantado. Y también estaba naciendo el nuevo sindicalismo en torno a las Comisiones Obreras de base asamblearia. El año 1968 fue precisamente la culminación del ascenso de un ciclo de luchas que quizás ha tenido en el recital de Raimon el 18 de mayo en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de Madrid el acto que más ha quedado en la memoria colectiva. El curso 1967-1968 en las universidades del Estado español fue excepcional. El premio Nobel André Lwoff describió gráficamente la realidad: “La institución docente franquista estaba en bancarrota con las aulas cerradas por orden ministerial y ocupadas por la policía, los estudiantes permanentemente movilizados y sus líderes expedientados académicamente o juzgados por el Tribunal de Orden Público”.
Luego se produjo el fin del “aperturismo” y se conoció un aumento de una represión que acabaría proclamando un estado de excepción en enero de 1969 tras el asesinato pocos días antes del estudiante Enrique Ruano, militante del Frente de Liberación Popular, por la policía franquista. En la justificación de esas medidas de excepción el entonces ministro de Franco Manuel Fraga Iribarne no ocultó el temor al efecto contagio declarando que “es mejor prevenir que curar, no vamos a esperar a una jornada de mayo para que luego sea más difícil y más caro el arreglo”.
Podemos afirmar que, pese a la represión, el movimiento estudiantil no se amilanó. El franquismo había perdido la universidad y comenzaba a perder las fábricas, ello dificultaba su legitimación, pero también la recluta de nuevas élites. El 68 marcó el final de un periodo de apertura del régimen y el comienzo de otro: el tardofranquismo senil.
Legados del 68, cenizas y brasas
En el caso de los países industrializados se dieron algunos rasgos comunes en los repertorios y formas de lucha y organización: la “liberación de la palabra” (Michel de Certeau), las prácticas asamblearias, la ocupación de las calles y en muchos casos de los centros de trabajo y estudio, el ensayo de experiencias comunitarias alternativas, la enorme creatividad en muy diferentes ámbitos; la conformación, en suma, de una subjetividad rebelde y antiautoritaria compartida.
Los sesenta no trajeron la revolución, pero sirvieron de catalizador de los nuevos movimientos sociales, fueron la brecha por la que entraron inmediatamente nuevos actores y nuevos argumentos. Si bien no cabe calificar aquel acontecimiento de feminista, “sin el 68 no se hubiera producido el feminismo como fenómeno de masas”, ya que “forzó a una generación de mujeres a arreglar sus cuentas con la política” (Lidia Cirillo), llevando así a todas sus consecuencias la fórmula “lo personal es político”. Lo mismo podría decirse del ecologismo, apoyándose en la crítica del urbanismo capitalista y de la vida cotidiana, de la que Henri Lefebvre fue pionero, así como en la denuncia de la sociedad del espectáculo y de consumo. Y lo mismo puede decirse del nuevo pacifismo que cuajó especialmente en Alemania y que tuvo importantes ecos también en nuestro país.
Como planteó Daniel Bensaïd lo que nos interesa “no son las cenizas de Mayo del 68, sino sus brasas, las reapariciones de los posibles vencidos y rechazados.” Y podemos ver reaparecer, años más tarde, en contextos bien diferentes, pero con motivaciones y en ocasiones, palabras, iguales, a las rechazadas, a los nadie, a las y los indignados del movimiento “antiglobalización” y, más recientemente, tras las derrotas de la Transición en el caso español, pudimos volver a albergar la esperanza con el 15M. En todos esos procesos es posible encontrar las brasas de la subjetividad contestataria y desobediente que irrumpió entonces
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