Opinión · Otras miradas
Mierda, Eurovisión, Amaia e Israel
Periodista remasterizada y coordinadora de @pikaramagazine
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-Déjame pasar, por favor —dice el simpático camarero a una pareja que está sentada justo debajo de la tele—. Voy a cambiar de canal, que estas muchachas quieren ver Eurovisión.
-Uy, ¿a los catalanes esos? —pregunta sorprendida una mujer.
-No sé, no sé — contesta.
Parece la típica persona que no quiere problemas y elude rápido cualquier posibilidad de conflicto. “Los catalanes” esos deben ser Alfred y Amaia. Él, del Prat de Llobregat; ella, de Iruñea. Ambos, representantes de España en el último festival de Eurovisión. Amaia ha tenido la osadía de reconocer que Alfred le regaló el libro España de mierda ante este país de heces irrespirable. Lo que a mí me había parecido un comentario graciosillo ha debido convertirse en una ofensa patria porque, entre que nos traía las cañas y la pizza, el simpático camarero nos contó que llevaba días leyendo en su Facebook llamamientos al boicot a los representantes de la patria en la patraña eurovisiva. Mare de deu. En un bar cántabro, con la tele prácticamente en silencio y prestando la atención justa que se merece la cita televisiva, un año más, me tragué Eurovisión. Lo mejor, como siempre, el momento de las votaciones. España, mierda. A ver si Amaia va a ser una visionaria. De momento, nada nuevo bajo el sol. Sin novedades en este frente. En el de Gaza, 60 asesinados más.
Netta Barzilai vuelve a su casa con un galardón que, más allá del éxito musical, demuestra que el mundo sigue dando la espalda al pueblo palestino. El éxito israelí se asienta, entre otras muchas razones, en la imagen progresista que están tratando de lanzar al mundo con la misma fuerza con la que lanzan bombas. Erigidos, primero, como defensores de los derechos de la población LGTB, ahora Netta Barzilai gana Eurovisión con un alegato contra el bullying, que dice ser feminista, en la voz de una mujer gorda, que rompe con los cánones de belleza impuestos para las mujeres. El Gobierno de Israel instrumentaliza la diversidad sexual y de género para presentarse ante el mundo como una democracia respetuosa con la diversidad silenciando el apartheid al que están sometiendo a Palestina. A maquillar discursos de corte fascista en nombre de la falsa defensa de los derechos de las mujeres, diferentes autores y autoras lo han llamado purplewashing. Un ejemplo: Los discursos racistas y xenófobos que se promueven desde ciertos sectores para controlar aún más las fronteras alegando que los refugiados no respetan los derechos de las mujeres y que ¡corremos peligro! Vienen a violar a nuestras mujeres, tituló Brigitte Vasallo el artículo que escribió en Pikara denunciando cómo Alemania pretendía controlar sus fronteras más ferozmente argumentando que un grupo de refugiados habían violado a varias mujeres en Colonia. Podemos considerar purplewashing que la representante de un país genocida se alce con el galardón eurovisivo con un canto a la libertad.
No es la primera vez que Israel se marca un tanto de estos. Ya en 1998, Dana Internacional ganaba eurovisión con Diva (Viva Maria/ Viva Victoria/Aphrodita) y se convertía en la primera mujer trans en ganar el festival. ¿Y a eso cómo se le llama? Pinkwashing y homonacionalismo, queridas. Pero que a nadie le asusten los palabros, que más miedo dan las bombas, pero vamos por partes. Brigitte Vasallo explicaba también en otro artículo para Pikara que pinkwashing “es la captación (el secuestro) de los derechos de las comunidades LGTBI para hacer “limpiezas de cara” a políticas represivas, racistas y xenófobas, que utilizan las libertades sexuales como excusa para negar a algunos grupos de población sus derechos de ciudadanía. El caso paradigmático es el Estado de Israel, que se publicita como el mayor defensor de los derechos de las personas homosexuales en Oriente Medio, sin llegar a matizar que esa defensa se refiere solo a algunos derechos y para un tipo de personas que responden a un prototipo de raza, clase y pertenencia nacional”. Que los y las palestinas no pillan nada, vaya. No es una estrategia demasiado original: la llevan a la práctica tanto Estados como empresas. Daniel Ahmed, activista contra la islamofobia y a favor de la diversidad sexual y de género en el islam, explicaba a mi compañera June Fernández en una entrevista que el pinkwashing es una estrategia que forma parte de otra aún más compleja: el homonacionalismo. El concepto, acuñado por la académica Jasbir Puar en 2007, trata de explicar cómo los Estados instrumentalizan los derechos de la población LGTBQ para afianzar discursos y prácticas racistas y xenófobas. Sería algo así como pinkwashing estatal. Lo explicaba con este ejemplo: “El Ministerio de Interior de Austria en 2014, durante la primera oleada de refugiados provenientes de la guerra de Siria (...), publicó unas guías de conducta para aleccionar a la población refugiada sobre los valores de la sociedad austriaca. Era un póster con dibujitos: un hombre acompañando a una señora mayor para que cruzara la calle, por ejemplo. Había algunos relacionados con la identidad sexual y de género: dos hombres besándose y dos mujeres besándose, y ponía: “En Austria es normal y ha de ser respetado”. En primer lugar, esta guía tardó en ser traducida al árabe, así que uno se plantea a quién estaba dirigido. La idea era reforzar en la población austriaca un sentimiento nacional de superioridad en oposición a una alteridad que es bárbara, que no tiene educación”. En esta entrevista, Ahmed ya explicaba que un ejemplo muy paradigmático de estas políticas podría encontrarse en el estado israelí que vende “Tel Aviv como el paraíso de las personas LGBTIQ+ pero sin explicar que ese mismo Estado está violando los derechos de las personas palestinas, que hay personas palestinas LGBTIQ+ que no tienen acceso a ese paraíso, o que hay espacios dentro del Estado de Israel no precisamente gay-friendly”.
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Tenemos que tener mucho cuidado al abrir las ventanas porque, tratando de ventilar, es probable que nos entre mucha mierda de esa que comentaba Amaia. Los discursos racistas, islamófobos y xenófobos se cuelan con una facilidad pasmosa también entre los discursos más progresistas. No quiero decir con esto, nadie vaya a confundirse, que atisbo progresismo alguno en Israel, pero la tendencia a promover el odio en defensa de nuestros derechos como lesbianas o como mujeres es mucho más habitual de lo que deberíamos permitirnos. Recuerdo las reacciones de parte del movimiento lésbico de Bilbao cuando hace unos años un tipo reventó el acto que estábamos organizando durante el día de la visibilidad lésbica: se empapeló el Casco Viejo con su cara en un alarde de justicia que, permitidme la duda, creo que hubiese sido bien distinta si el agresor no hubiese brasileño y no viviese en la puta calle. Algo parecido pasa con las condena a las agresiones verbales callejeras, que es más firme en ciertas zonas de la ciudad que, oh, casualidad, están más habitadas por hombres del Norte de África.
Israel ha ganado Eurovisión. Esa frase contiene mucha mierda.
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