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Opinión · Otras miradas

¿Quién conoce a María Isabel?

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Por lo menos ha pasado ya un año desde que entrevisté a Marta. Es el nombre ficticio de una mujer de más de 80 años, vecina del barrio en el que tenemos la redacción de Pikara. Camina con dificultad y se entretiene, cada mañana, en un centro de día cerca de su casa. Es una mujer adorable, con el pelo blanco, que habla despacito y parece tímida. Durante la entrevista, que apenas duró un par de horas, no dejó de sonreír en ningún momento. A veces, la risa devoraba su cara al recordar algunas anécdotas. Me contaba que creyendo que así podría prevenir enfermedades de transmisión sexual, antes de empezar cualquier servicio, daba una buena “lavada de huevos” a sus clientes.

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Sin perder su mueca alegre, pero en actitud más seria, me dijo también que ella fue una de las personas que estuvo en el Hospital para reconocer el cadáver de María Isabel Gutiérrez Velasco. Y así, de la mano de Marta, María Isabel llegó a mi vida. Ella, Mertxe, Bego o Khaira son algunas de las mujeres que estoy entrevistando para Vecinas, una iniciativa en la trabajo con compañeras del colectivo Histeria Kolektiboa y la arquitecta Zuriñe Burgoa. Todas, curiosas y vecinas de alguien. Queremos conjugar juntas el verbo vecinar para ver qué pasa. Nos lo hemos inventado, sí, pero funciona bien en casi todos los tiempos. Estamos encontrando pequeñas historias apasionantes, que nos llevan de acá para allá, que se entrelazan y nos entrelazan casi sin querer.

Pero volvamos a María Isabel. Nació en Santander, entre 1953 y 1954. En su parte de defunción nadie rellenó la fecha de su cumpleaños, pero sabemos que tenía 23 años cuando murió. ¿El motivo? Según la versión oficial, un shock por quemaduras.  Vamos por partes: La policía detuvo a María Isabel acusada de haber robado unos dulces en la tienda de Don Bernardo, pero ingresó en prisión porque era prostituta. En noviembre de 1977 aún estaba en vigor la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, heredera directa de la Ley franquista de Vagos y Maleantes. Iba a ser trasladada a un centro psiquiátrico de Madrid, como exigía la ley, cuando apareció muerta en su celda. Sus compañeras nunca se creyeron la versión oficial y a partir de su muerte se convocó una huelga de prostitutas sin precedentes en Bilbao.

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Lo conté en Las putas que clamaron por María Isabel, una crónica para Pikara Magazine en la que traté de reconstruir su historia a partir de pequeños retales a los que he podido acceder. Ahora, con la crónica ya publicada, la historia de María Isabel sigue acompañándome, día y noche; igual que un pequeño cuaderno rosa, con su nombre en la portada, en el que quedan muchas preguntas sin responder, muchos hilos de los que tirar, muchas intuiciones sin confirmar A mí la vida me lleva a historias y, a veces, esas historias empiezan a formar parte de mi vida sin que pueda hacer nada por evitarlo.

Me rondan la cabeza cientos de preguntas que me gustaría hacer a María Isabel. La más recurrente es también la más importante para mí ahora mismo: ¿Tengo derecho a contar la historia de María Isabel? No he podido contactar con su familia, pero ¿a quién pertenece su historia? Si su entorno más cercano (quizá sea un atrevimiento por mi parte creer que su familia era su entorno más cercano) no quisiera que yo siga tratando de reconstruir su tan corta vida, ¿debería dejar aparcado nuestro cuaderno rosa? Toda la información que he conseguido hasta el momento está en la hemeroteca, ¿por qué entonces me inquieta sentir que puedo estar traspasando algún límite ético al contar todo esto? Tampoco sé quién puede responderme a eso. Pero hace 41 años, a unos kilómetros de mi casa, en una cárcel que sigue abierta, una mujer murió quemada. Tenía un hijo de cuatro años. Las calles de mi barrio ardieron con ella y quiero entender por qué, cómo y para qué; quiero saber si las movilizaciones fueron una iniciativa autónoma de las prostitutas de mi ciudad o si su lucha fue instrumentalizada por COPEL (Coordinadora de Presos En Lucha), que justo entonces estaba pidiendo a los y las presas sociales que se autolesionasen para denunciar que la amnistía del 77 se había olvidado, una vez más, de esos presos que llamamos comunes o sociales, esos que, cuando mueren, apenas provocan incendios.

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Si conociste a María Isabel, por favor, llámame.

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