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Opinión · Otras miradas

Carta abierta a Carlos López Otín

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Estimado Dr. Otín,

Le escribo para demostrarle públicamente mi más sincera solidaridad y mi apoyo en estos duros momentos personales y profesionales.

La ciencia goza hoy de gran confianza por parte de la sociedad gracias a siglos de descubrimientos maravillosos, y a pesar de algunos terribles desmanes protagonizados por científicos. Sin embargo, se acerca rápidamente a una dura crisis, que tiene dos frentes, uno interno a la comunidad científica y otro externo. Del externo le hablaré en otra ocasión, porque hoy no viene al caso. Pero internamente, hemos asistido a una alarmante bajada de calidad en las publicaciones científicas derivada casi con toda seguridad de la altísima competitividad y presión que sufren los científicos. Esto hace que los propios científicos desconfiemos más unos de otros, y que hayan crecido dentro de la comunidad científica fuertes movimientos para “limpiar” la literatura de errores y fraudes. Como suele suceder con el purismo, estos movimientos han desembocado rápidamente en verdaderos Tribunales de la Inquisición que no dudan en llevarse por delante a justos y pecadores en nombre de La Ciencia. Dar ejemplo con la ejecución pública de figuras mediáticas forma parte de sus actividades favoritas.

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El investigador bioquímico Carlos López Otín, en una foto de abril de 2016, cuando recibió el Premio Aragón 2016. EFE

Es en este contexto, y no en otro, en el que usted tiene que encuadrar el acoso que está sufriendo ahora mismo, racionalizarlo, y luchar (como sé que ha hecho durante los últimos años) para que triunfe no su propio ego, ni la histeria de los inquisidores, ni la pulcritud del registro científico, sino La Verdad. Y La Verdad es que los resultados de sus artículos –todos, los 9 que están en causa y los cientos que no- han venido refrendados por multitud de científicos independientes. Esto es un logro del que muchos de nosotros no podemos presumir. Es eso, y no su estatus de científico famoso y premiado, eterno aspirante al premio Nobel, ni sus hazañas a la hora de recaudar fondos y crear institutos de investigación de calidad internacional, es eso, repito, lo que tiene que prevalecer de toda esta triste telenovela.

Pero voy a decir aún más, y es la razón por la que muchos de nosotros, sus colegas, sus estudiantes, sus colaboradores, estamos más tristes. Es usted un científico honesto, trabajador incansable y totalmente dedicado, pero nunca se ha olvidado de la gente. Ha sido un grandísimo mentor para sus estudiantes de doctorado y sus investigadores post-doctorales. Puedo recordar como acogió de vuelta a un estudiante suyo que no consiguió adaptarse a los Estados Unidos. Tengo varias amigas que hicieron el doctorado con usted, y que sólo recuerdan cómo las animaba a publicar estudios –pequeños o grandes- de los cuales pudieran enorgullecerse en el futuro, cómo les daba proyectos más fáciles para darles autoestima cuando las veías frustradas, problema tan frecuente en investigación. Me cuentan cómo dedicaba todos los viernes a recibir personas con cáncer y numerosas enfermedades genéticas, cómo se ofrecía para secuenciarles el genoma y ver si se podía hacer algo, o cómo los ponía en contacto con los profesionales pertinentes. Pero esto último no necesitaba que me lo contaran, porque lo viví yo, cuando a mi hija Camila le diagnosticaron un neuroblastoma que finalmente la mató (muchísimas gracias de nuevo por su ayuda).

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Así que ánimo, hombre, las tormentas terminan algún día, y luego viene el buen tiempo, incluso en Asturias. Sobre todo no deje usted de trabajar y ocuparse de las personas como hasta ahora. Sería una gravísima pérdida para la ciencia y la sociedad españolas, y nos dejaría a muchos verdaderamente tristes. El premio Nobel está sobrevalorado.

Lisboa, 2 de Febrero de 2019

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