Opinión · Otras miradas
Muerte de Noa por violencia machista
Periodista
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El pasado domingo la joven holandesa Noa Pothoven decidió dejar de vivir. Se dejó morir por inanición acompañada por sus padres porque, según afirmó, ya no podía aguantar más el sufrimiento. Dicho dolor no procedía de una enfermedad incurable, sino del hecho de haber sido violada a los 11, 12 y 14 años, como ella misma había narrado en un libro.
En un primer momento se habló de eutanasia. El debate se centró entonces en si era ético o legal aplicar tal práctica a una menor –en Holanda está permitido– y además qué significaba hacerlo por motivos de sufrimiento psicológico, más concretamente depresión severa. Ese era el escándalo y y ahí se centró todo el debate.
Poco después nos enteramos de que no se le había practicado una eutanasia, sino que la joven había decidido prescindir de la alimentación que le era suministrada a través de una sonda nasogástrica. O sea que se dejó morir de inanición. Junto a ella, asistiéndola y acompañándola en el suicidio, se encontraban su padre y su madre. Entonces el debate se centró en si parecía o no ético que los padres atendieran el suicidio de una hija de 17 años. Incluso se discutió sobre si eso podría responder o no a una supuesta "normalidad".
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Posteriormente, el asunto pasó a la discusión sobre los problemas sicológicos de jóvenes y adolescentes. Gentes de la medicina, de la Universidad y de las instituciones han opinado sobre si los recursos para tratar la ansiedad, depresión o suicidio de los menores son suficientes. Se ha abundado también en la cantidad y calidad de dichas crisis y trastornos psicológicos. Ahí lo importante pasaron a ser las autolesiones y la anorexia de la joven Noa.
Y pasan los días sin que al parecer nadie se detenga en el fondo del asunto, en la base de todo este horror. Esta es: la muchacha holandesa se quitó la vida porque la habían violado a los 11, a los 12 y a los 14 años. Es decir, se trata de una serie de agresiones sexuales con resultado de muerte. Es decir, estamos hablando de violencia machista.
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No se trata de un caso de eutanasia a una menor, así en general.
No se trata de un caso de suicidio, así en general, como el de tantos jóvenes.
No se trata de uno más de los muchos trastornos psicológicos que arrastra la adolescencia, ni de uno más de los casos de autolesiones o anorexia.
Es pura y dura violencia machista con resultado de muerte. Y, sin embargo, por ese tema no se ha pasado ni siquiera de puntillas.
De hecho, Noa sí llegó a solicitar en un centro médico, sin conocimiento de sus padres, que le practicaran la eutanasia, a lo que se negaron. Pasó por alguna institución más, según sus palabras con tratos poco adecuados. Llega a afirmar que en una llegaron a tratarla como a una delincuente.
Las agresiones sexuales continuadas, como toda forma de violencia machista, requiere de unos protocolos muy determinados. No es solo una depresión o una anorexia. Es el resultado de varios crímenes. No es solo una enferma, sino la víctima de una serie de crímenes insoportables. Resulta pavoroso cómo en todo este proceso se ha omitido este hecho. Y el horror procede de que si la sociedad es incapaz de detectar el origen y denunciarlo como lo que es, también lo son las instituciones públicas.
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Todavía recuerdo con horror una conversación con Ángela González Carreño. Esta española presentó más de 70 denuncias por agresiones sexuales de su marido y luego ex marido, una violencia que por lo tanto era también ejercida sobre su hija. Cuando esta tenía 3 años, ambas huyeron después de que la cría presenciara cómo su padre agredía a su madre en el suelo de la cocina con un cuchillo jamonero. Tras tres años de pelea en comisarías y juzgados, tras más de 70 denuncias rogando a las instituciones que impidieran al padre quedarse solo con la niña, la Justicia lo desestimó. Cuando al fin padre e hija se vieron solos, la mató de un tiro. Entonces, tal y como me comentó Ángela en aquella ocasión, la Administración pública, sin duda responsable de tal asesinato, jamás le ofreció ayuda psicológica ni ningún otro tipo de atención.
Me parece evidente que en el caso de Noa existe una brutal negligencia de las instituciones públicas, que responde a su vez a una percepción social sobre la violencia machista. Y es brutal porque Noa no se dejó morir por depresión ni por anorexia, sino por ser víctima de una violencia machista continuada.
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