Opinión · Otras miradas
Romper la mordaza para hacer visibles los abusos
Docente y coordinadora de AGAMME
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La imposición del silencio a la víctima, el secreto logrado bajo coacción es la gran baza del violento sexual. Con ello logra en primera instancia un “seguro de impunidad”, así como la prolongación del control sobre su víctima. Sin embargo, éste no es el único ni quizás el principal beneficio. Como parte de un colectivo, logra hacer invisible e inverosímil ante la opinión pública la realidad de la violencia sexual contra la infancia y la adolescencia, especialmente la incestuosa (gran paradoja, dado que se trata de al menos el 80% de este tipo de violencia). Sería tranquilizador poder limitar hasta este punto la responsabilidad colectiva respecto a esta problemática, aunque sería una lectura incompleta: la coacción para lograr el silencio de la víctima no tendría resultado alguno si no existiese al mismo tiempo un pacto social que confirma esta norma. De facto, la profecía del agresor se cumple: a la víctima no se le cree. La socióloga alemana Nöelle-Neumann describe ciertos fenómenos sociales que tienen como objetivo eliminar los elementos “indeseables” o incómodos, empujarlos al margen, y los reúne bajo la denominación de espiral de silencio, dado que el silenciamiento es precisamente la herramienta de cirugía social que se pone en práctica. Un recurso que es controlado por los grupos dominantes.
Las víctimas de violencia sexual, mujeres, niñas y niños no son grupos dominantes. Por el contrario, son colectivos que se decide enviar al margen, donde nadie pueda escucharles. Hablemos ahora de esos márgenes pues, por extraño que parezca, de ellos parte a menudo la energía que mueve la Historia. Las revoluciones se accionan cuando los márgenes se deciden a borrar la barrera que se había construido en el imaginario social y a poner sobre la mesa de debate su realidad. A lo largo del último tercio del siglo pasado algunas pensadoras feministas empezaron a definir esa posición al margen de los colectivos minorizados, así como a reconocer la naturaleza completamente diferenciada de sus procesos de pensamiento y acción. Las feministas marxistas analizaron las similitudes entre el punto de vista de la experiencia femenina y el punto de vista del proletariado, frente a los poderes que ejercen respectivamente el control hegemónico. Finalmente, por extensión, llegaron a la conclusión de que este punto de vista diferenciado, y que ellas analizan como más válido por no encontrarse ligado a estructuras de poder, sería aplicable a cualquier otro colectivo sometido.
El silencio social alrededor de la violencia sexual se está resquebrajando, se ha abierto una brecha por donde entra un fino haz de luz y aire fresco. Es un proceso imparable que pone en peligro la permanencia del poder de los violentos sobre sus víctimas. Los violentos han empezado a ver que la varita mágica del silencio no era más que una construcción y que se les deshace en las manos. El posicionamiento público de actrices, deportistas, de víctimas de pedofilia en la iglesia, las campañas en redes sociales, la reacción social ante sentencias clamorosamente machistas, el trabajo constante de asociaciones de derechos de infancia y de lucha contra la violencia de género, la creación de corrientes feministas dentro del derecho, las actuaciones de organismos internacionales que advierten del incumplimiento de los estándares de derechos, etc. Todo esto ha contribuido a la creación de este escenario nuevo en el que es posible para las víctimas reconstruirse con dignidad. En calidad de testigos de una realidad oculta pueden situarse, tal y como definió G. Agamben, como “sujeto ético”, y desde ahí promover cambios.
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No cabría esperar, por supuesto, que quien ha ostentado el poder permanezca impasible ante este nuevo estado de cosas. La reacción, el movimiento contrarrevolucionario, el backlash al que cantara Nina Simone (not me, just wait and see) está aquí, tocando a la puerta. Se muestra violentamente, haciendo alarde de sus armas, lo cual por otra parte no hace sino confirmar su caída, su ocaso, su miedo. En los últimos meses se ha puesto en escena esta estrategia de basilisco. Partidos políticos que reclaman la derogación de la Ley de Violencia de Género, tribunales que defienden sin sonrojo resoluciones que depositan en las víctimas la responsabilidad del hecho violento, la persecución de profesionales por cumplir su deber de denunciar situaciones de violencia o defender a niños y niñas en procedimientos judiciales, etc. La persecución mediática que están sufriendo varias mujeres que denunciaron en su día abusos incestuosos contra sus hijos e hijas, es la última y más alarmante muestra. El lobby pro-Ssap (Supuesto síndrome de alienación parental) no va a soltar la presa tan alegremente. Después de haber fabricado la receta magistral del Ssap y haber logrado que se aplicase aun sin el respaldo de la comunidad científica y de este modo eliminar de un plumazo la validez del testimonio infantil y la capacidad de protección de las madres. Después de haber emprendido la estrategia del ataque a los y las profesionales que de alguna manera tomasen partido a favor de las víctimas de abuso incestuoso. Ahora inicia la tercera fase: el ataque contra las asociaciones dedicadas a la defensa de los derechos de las víctimas y a la promoción de una justicia adaptada a la infancia que logre bajar la tasa de sobreseimientos y eleve la capacidad de protección por parte del sistema judicial. Infancia Libre ha sido la primera, pero no será la última. Salvo que haya una respuesta firme por parte del movimiento de derechos de infancia y de víctimas de violencia de género. El tejido asociativo juega un papel imprescindible en la constitución de la vida democrática de un país. Es un derecho de la ciudadanía, que habilita vías para su participación en los espacios políticos y públicos. Permitir el ataque indiscriminado a una asociación como Infancia Libre tachándola, sin fundamento, de organización criminal, es admitir que se pongan mordazas a las víctimas. La sabiduría popular nos lo recuerda, quien calla otorga. Nuestra será la responsabilidad de lo que venga después.
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