Opinión · Otras miradas
Apuntarán mi nombre
Periodista
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Si España ha conseguido evolucionar hacia un estado progresista, desde luego que no ha sido en los periodos en los que ha gobernado la derecha de nuestro país. Una derecha que ha basado todas sus competencias y esfuerzos, tanto con sus mayorías absolutas como con sus minorías mayoritarias, en eliminar los derechos que toda la sociedad ha ido adquiriendo según ha ido madurando la idea de democracia parlamentaria y monárquica en la que hoy estamos inmersos.
Si de González dijeron que fueron suyos los años de los derechos, a Zapatero se le atribuyen los momentos de las libertades. Libertades públicas y privadas que han ido no solo desarrollando una conciencia común del sentido de la palabra libertad, sino también los contextos necesarios para que los derechos que antes se veían como innecesarios hoy se entienden como infranqueables.
Pero, por mucho que tengamos aún hoy el recuerdo imborrable de personas como Pedro Zerolo, tristemente fallecido, o voces como la de tantas y tantos activistas que siguen dando toda la fuerza por los derechos de las minorías que hacemos mayorías, la caída de los hitos que ha alcanzado la sociedad en la que vivimos, siendo por ello denominada una de las más avanzadas de la política actual en el plano internacional, está a la vuelta de la esquina. Allí donde creíamos que el avance suponía una constante hacia la igualdad de las personas, hoy se cuestiona.
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Y no es menos cierto que la política se nutre de ciclos, de una noria constante desde la que ves, a veces desde arriba y otras desde abajo, el devenir de la vida. En este caso, lo importante es no bajarse nunca de la noria y entender que esta fiesta, nuestra fiesta por la libertad, debe continuar siendo una lucha diaria hacia esa sociedad impregnada con los colores del arcoíris que muchos antes que nosotros y nosotras soñaron como un futuro ideal en el que poder desarrollarnos con orgullo. Nuestra bandera no riñe con otros colores porque, como dijo Zerolo "en su modelo de sociedad no quepo yo, en el mío sí cabe usted". Y esa es sin duda nuestra fuerza, nuestra gran fuerza.
En este presente que vivimos y al borde de una nueva cita con las urnas, debemos mirar hacia nuestros días como el momento de las oportunidades. La oportunidad de crear un espacio común donde la entelequia y la razón destruyan por fin el azote de aquellos que no entienden que los dogmatismos y los prejuicios nos hacen menos inteligentes y capaces. La oportunidad de diseñar un futuro en el que el cambio climático, que en estos días nos demuestra que no era solo la idea de unos cuantos científicos, deje de ser un eje vertebrador del fin de tantas sociedades y especies animales que se está llevando por delante. La oportunidad de crear un país pionero en la luchar contra la brecha salarial, en el que los laberintos y techos de cristal algún día dejen de ser una realidad para convertirse en el recuerdo de una lucha por la dignidad e igualdad. Nuestra fuerza, sin duda, es la palabra. La palabra escrita y la palabra dada. Nuestra fuerza es el conocimiento y la certeza que tenemos al asegurar que desde las políticas de izquierdas conseguimos una sociedad mejor. Allí donde había oscuridad hemos sabido dar luz. Y es que, o este es el presente de los avances, o se convertirá en el peor presente y futuro que podamos diseñar para quienes continúen con nuestro legado. O unificamos nuestra fuerza desde la política y el tejido asociativo, o perderemos la gran baza que las urnas nos han entregado el pasado 28 de abril. Debemos hacer historia, nuestra propia historia.
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Las revoluciones ideológicas se fraguan como una pequeña mecha que se convierten en llamarada. Nunca me he considerado un activista pero sí una persona con ideología política. Sí que reconozco, en cambio, que las ideas fascistas que copan titulares en cientos de periódicos nos han reactivado en el trabajo colectivo. Hemos marcado la hoja de ruta hacia un enemigo común: la intolerancia. Y, a cambio, hemos dejado atrás muchas de las rencillas que nos estaban obcecando en el camino que habíamos emprendido hace mucho, exactamente 50 años con los disturbios de Stonewall.
Apuntarán mi nombre. No me importa. Lo apuntarán porque soy un gay reconocido, una persona que ha hecho de su orientación sexual una bandera hacia la libertad. Lo apuntarán porque me niego a defender que en una manifestación por los derechos y las libertades tenga cabida alguien que pacta con quien me augura la más terrible de las muertes.
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Apuntarán mi nombre porque, orgulloso, camino de la mano con mi pareja por la calle y sonrío al viento sin ningún problema. Ellos temen la libertad, nosotros, en cambio, tememos las ideas antidemocráticas.
Apuntarán mi nombre porque siempre alzaré la voz ante las injusticias y moriré por mis ideales, aunque nunca mataré por ellos. Lo haré porque entiendo que nuestra voz es el arma más efectiva que tenemos.
Apuntarán mi nombre, sea cual sea el motivo. Independientemente de eso, seguiré sonriendo. Ni un paso atrás. Y con la cabeza siempre al frente.
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