Opinión · Otras miradas
El fracaso del liderazgo, clave en la convocatoria de nuevas elecciones en España
Profesor Asistente de Ciencias Políticas, Universidad Autónoma de Madrid.
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La quiebra de las negociaciones para formar gobierno constituye la crónica de un fracaso múltiples veces anunciado. En su comparecencia ante los medios, el Presidente cumplió con su deber institucional de anunciar este hecho a los ciudadanos y dio, asimismo, el pistoletazo de salida de la campaña electoral. No en vano, Pedro Sánchez insistió en la idea de que los españoles habían otorgado un mandato para que gobernara el PSOE, y en que en noviembre les pedirían que “lo dijeran aún más claro”.
Se trataba de una apelación muy original (en su formulación) al voto útil, que tan bien le ha funcionado al PSOE en el pasado en su competición con IU. Es, empero, una formulación arriesgada, ya que algunos ciudadanos podrían interpretar que se les está diciendo que votaron mal en abril, y que vuelvan a las urnas para “enmendar su error” y votar “correctamente”.
Pero interesa subrayar que el fracaso de las negociaciones representa un fracaso, a su vez, y no es el primero, de nuestra clase política, que no ha sabido o no ha querido leer el mandato de los españoles. Desde 2015, los españoles están diciéndole a los políticos que no están dispuestos a depositar su confianza de manera privilegiada en uno o dos partidos, que no quieren darle un cheque en blanco a nadie. Lo han dicho en 2015, en 2016 y en abril de 2019. Y, con toda probabilidad, lo volverán a decir en noviembre de 2019.
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En efecto, si, entre 1977 y 2011, los dos primeros partidos recibieron, en promedio, un 73,9 por ciento de los votos y un 81,9 por ciento de los escaños, estas cifras cayeron al 51,0 y 57,0, respectivamente, entre 2015 y abril de 2019. La figura 1 muestra la evolución detallada de ambas series desde 1977 hasta la actualidad.
La Figura 2 muestra la evolución, para el mismo período, de los porcentajes de votos y escaños obtenidos por el primer partido. Nuevamente, en las tres últimas elecciones, los datos son inferiores a los de todo el período precedente. Si, entre 1977 y 2011, el primer partido obtuvo, en promedio, un 41,7 por ciento de los votos y un 47,6 por ciento de los escaños, estas cifras cayeron al 30,4 y 35,0, respectivamente, entre 2015 y abril de 2019. La diferencia sería aún más abultada si prescindiéramos de las dos primeras elecciones, en las que, como suele suceder en otros países, el sistema de partidos aún no estaba consolidado.
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Lo que se desprende de las figuras anteriores es que los españoles ciertamente dieron un mandato para que el PSOE fuera el epicentro de cualquier alianza posible, pero también que están insistiendo, en las tres últimas elecciones, en conferir un mandato para que los dos grandes partidos de siempre establezcan alianzas con los nuevos partidos medianos.
La incapacidad de llegar a acuerdos (ahora y en 2015) resulta llamativa tanto si la comparamos con lo que sucede en otros países de nuestro entorno (cuyos sistemas de partidos también se han fragmentado) como si atendemos al ámbito subnacional (en los últimos años, ha habido coaliciones y acuerdos de gobierno entre PSOE y UP, PSOE y Cs, y PP y Cs, sin ir más lejos).
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Entonces, ¿por qué no es posible hacer algo parecido en esta ocasión (ni en 2015)? Todo parece apuntar a una cuestión de liderazgo. Resultaría tentador afirmar que los nuevos líderes de los viejos partidos anhelan comportarse como los antiguos y gobernar en solitario. Y que los líderes de los nuevos partidos, en lugar de buscar su espacio en un sistema en el que coexistan varios partidos electoralmente relevantes, han perseguido los sorpasos y la sustitución de los viejos por los nuevos partidos, también con el ánimo de gobernar en solitario.
El resultado, en cualquier caso, es que nos han devuelto la pelota y nos están pidiendo que votemos de nuevo. ¿Les gustarán más los resultados que les demos en noviembre? Y si no es así, ¿nos pedirán que votemos otra vez más?
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation
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