Opinión · Otras miradas
Pseudoterapias: entre la fe y el fraude
Catedrático de Microbiología Médica, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
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La medicina es una ciencia y, como tal, se basa en evidencias, datos y pruebas. Ha dejado atrás siglos de oscurantismo, creencias e ineficacia para convertirse en una herramienta imprescindible en la mejora de la salud.
Los avances científicos han permitido formar a profesionales con conocimientos y recursos suficientes para curar, prevenir y mejorar la esperanza y calidad de vida de muchas personas con enfermedades, como la diabetes y el cáncer, que en otros tiempos habrían causado su muerte temprana.
La aplicación del pensamiento científico racional a la medicina ha contribuido en gran medida a estos logros. Por desgracia, todavía hay enfermedades para las que no hay tratamientos eficaces que disminuyan el dolor y el sufrimiento.
Como contrapartida, la medicina se ha convertido en un negocio para muchos, no siempre lícito, en el que se desenvuelven con soltura las denominadas medicinas alternativas y complementarias.
Uno de cada cinco españoles las usa
Existen decenas de estas medicinas que encajan en la definición de pseudoterapias del Observatorio contra las Pseudociencias, Pseudoterapias, Intrusismo y Sectas Sanitarias de la Organización Médica Colegial de España: una “propuesta de cura de enfermedades, alivio de síntomas o mejora de salud, basada en criterios sin el respaldo de la evidencia” científica.
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Su número va en aumento debido a las grandes ganancias económicas que generan a sus practicantes.
El problema de las pseudoterapias es significativo. En la novena Encuesta de Percepción Social de la Ciencia realizada por la Federación Española de la Ciencia y la Tecnología (FECYT), en 2018, se comprobó que uno de cada cinco encuestados había utilizado pseudoterapias como la homeopatía o la acupuntura: un 5,2 % en sustitución a la medicina y un 14,4 % como tratamiento complementario.
Además, uno de cada cuatro (25, 4%) confiaba en la homeopatía y el 16 % en el reiki. Las mujeres (24,7 %) usaban pseudoterapias con más frecuencia que los hombres (14,2 %). Uno de cada cinco encuestados creía que la homeopatía y la acupuntura tienen un carácter científico, creencia que era menor entre personas de mayor nivel educativo.
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Un peligro añadido de las pseudoterapias es que, en ocasiones, promueven opiniones contrarias a herramientas de gran importancia en la salud personal y comunitaria, como las vacunas. Así, aunque la amplia mayoría de la población, según la encuesta, confía en la utilidad de las vacunas infantiles, se estima que en España alrededor de 1 250 000 personas (3,3 %) cree que su utilidad es poca o ninguna, y casi el doble que los riesgos superan a los beneficios.
Aprovechan nuestros sesgos
El éxito de muchas pseudoterapias se basa en que ofrecen al paciente un entorno relajante, con atención personalizada que genera un efecto placebo. Aunque hacen creer que son curativas, ninguna ha pasado por filtros científicos rigurosos, como los ensayos clínicos, que demuestren su eficacia.
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Las pseudoterapias se aprovechan de que somos proclives a establecer falsas relaciones entre causas y efectos, lo cual desencadena sesgos cognitivos. Entre estos sesgos están el desconocimiento del curso natural de las enfermedades leves, la existencia de enfermedades episódicas o cíclicas con remisiones espontáneas y de enfermedades raras sin remedio conocido. En muchas pseudoterapias se establecen falsos diagnósticos, se sobrediagnostican enfermedades y se crean otras inexistentes.
Las pseudoterapias presentan como certezas –con una palabrería cautivadora, difusa y recubierta de paternalismo– ideas desfasadas, incorrectas y sin pruebas científicas. Se apoyan en dogmas superados hace décadas por la ciencia. Muchas requieren que la persona enferma tenga fe en su pseudoterapeuta, convirtiéndose en una especie de creencia religiosa. Es más, hay quien percibe una especie de conspiración universal para ocultar la eficacia terapéutica del agua con memoria (homeopatía), de las agujas (acupuntura) y de la imposición de manos (reiki).
Tampoco se percibe que detrás de los que venden, por ejemplo, preparados homeopáticos, hay empresas multinacionales que ganan miles de millones de euros. Si hubiera alguna evidencia de la utilidad de alguna de estas pseudoterapias, sin duda ya sería parte de la medicina porque la medicina mantiene un equilibrio complicado entre el escrutinio escéptico de todas las hipótesis terapéuticas y una gran apertura crítica a las nuevas ideas.
¿De quién es la culpa?
El auge de las pseudoterapias tiene múltiples culpables. Destacan las celebridades y gurús que las publicitan, los medios de comunicación que exageran sus virtudes, la propia comunidad científica médica e incluso algunas universidades, por no remarcar el carácter acientífico de aquellas.
Los medios de comunicación suelen generar una visión positiva y simplista de las pseudoterapias y las combinan con noticias sensacionalistas que magnifican los riesgos de la medicina convencional. Un ejemplo de parodia científica que puso en evidencia la credulidad de muchos medios de comunicación fue la historia del misterioso asesino químico denominado monóxido de dihidrógeno, un nombre pomposo para el agua. Este hecho demuestra que se puede dar información precisa pero sensacionalista sobre cualquier cosa, incluida el agua, y conseguir que un amplio sector de la población se alarme.
En las consultas médicas se debería dedicar más tiempo, del que no se dispone, a los pacientes con tos, dolores de espalda y otras afecciones leves, para las que existen pocos tratamientos exitosos. Muchas de estas dolencias desaparecerán en el transcurso de pocas semanas. Por esta falta de tiempo, algunos médicos no ven mal que sus pacientes usen remedios que compran en farmacias o en tiendas o que acudan a pseudoterapeutas. Otros profesionales creen en el poder sanador de estas pseudoterapias.
Ambas actitudes pueden conllevar consecuencias negativas, como que se medicalicen problemas leves de salud, no se diagnostiquen enfermedades graves, se inventen otras inexistentes, se apliquen tratamientos nocivos o innecesarios, y se estafe a los enfermos. Además, hay pseudoterapeutas que dan consejos inadecuados o se entrometen en los tratamientos médicos correctos que recibe el paciente.
Por otra parte, algunas universidades han devaluado sus enseñanzas científicas y propician cursos y másteres de pseudoterapias bajo el epígrafe de “medicinas alternativas”, cuando la calidad académica no debería sacrificarse por motivos económicos. Edzard Ernst, reputado luchador contra las pseudoterapias, propone reflexionar sobre la ausencia del pensamiento crítico en las clases de Medicina porque no todos nuestros licenciados y egresados comprenden las bases científicas de las enfermedades, sus causas y su desarrollo. Estas dictan las pautas para realizar un diagnóstico correcto y su tratamiento eficaz.
Las personas que necesitan tratamiento desean un trato honesto. Cuando se prescribe uno probado, el beneficio clínico se ve reforzado por el efecto placebo que causan las expectativas de su efectividad. Un médico nunca debería recomendar una pseudoterapia porque estaría engañando a quien acude en demanda de su ayuda profesional. Recordemos el adagio médico atribuido a Hipócrates: "Lo primero es no hacer daño" (Primum non nocere). Por eso debemos ser conscientes de que las pseudoterapias pueden quebrantar la salud, provocar daños irreversibles e, incluso, la muerte de los enfermos.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation
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