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Opinión · Otras miradas

La sal y el combate por la historia. Reflexiones sobre el silenciamiento del Quinto Centenario de la Revolución comunera

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Cuadro la 'Ejecución de los comuneros de Castilla', de Antonio Gisbert Pérez (1860)

Si alguna vez visitan ustedes la preciosa ciudad de Toledo, no duden en pasar por la Plaza de Padilla, hasta hace poco un solar vacío presidido ahora por una estatua del comunero homónimo, reivindicada ya desde principios del siglo XIX por los primeros liberales patrios, aunque tuvo que esperar a ver la luz en 2015. Pero no siempre hubo allí una plaza; mucho antes se hallaba la casa de los líderes comuneros Juan Padilla y María Pacheco. Al ser derrotada la Revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1522), el emperador Carlos V mandó tirar la casa y sembrar el terreno de sal para que no volviese a brotar nada en dicho solar, con el objetivo de que en modo alguno pudiera mantenerse el recuerdo de aquella pareja de rebeldes, y con ellos, el de la que muchos afirman que fue la primera revolución de época moderna.

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La sal, como símbolo de la desmemoria, parece que persigue a este episodio de la historia que poco a poco fue siendo rescatado por los liberales del siglo XIX, que encontraron en los comuneros un precedente de la lucha por las libertades constitucionales. Un precedente a nivel mundial que, como muchos otros episodios de nuestra historia, parece haber sido más valorado desde fuera de nuestras fronteras. La ley Perpetua de Ávila, redactada por la Santa Junta Comunera en 1520, y que fue seguramente el primer intento de constitución del mundo, hasta sirvió de ejemplo en los debates constituyentes americanos en la Convención de Filadelfia de 1787, pero aquí sin embargo es una total desconocida.

Hace unos meses algunos medios se hacían eco de un estudio (ya saben ustedes, hoy día se hacen estudios de todo y a veces para decir a la vez lo mismo y lo contrario), que relacionaba un elevado consumo de sal con la pérdida a largo plazo de capacidades cognitivas y de la memoria.  Cuando Carlos V sembró de sal aquel solar toledano, no podía imaginarse que además matar la hierba, iba a tener también estas consecuencias secundarias. Igual habría que mandar a nuestros políticos a un nutricionista.

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En abril de 2018, los parlamentos regionales de Madrid, Castilla y León y Castilla – La Mancha firmaron el convenio de colaboración para conmemorar el V Centenario de la Revolución Comunera. Estamos ya de lleno en 2020 y de todo lo acordado no se ha llevado a cabo nada: ni un programa común de actividades, ni una Declaración institucional en los respectivos parlamentos, ni la prometida Ley de declaración de “acontecimiento de excepcional interés público”, ni la creación de la anunciada Comisión Nacional para la conmemoración del Quinto Centenario. Ninguno de los puntos del convenio de colaboración se ha cumplido.

Claro está que todo influye en estos tiempos de inestabilidad que nos toca vivir. Las dos personas que firmaron primeramente el convenio, Paloma Adrados y Silvia Clemente, están fuera de la primera línea política. En Madrid, Adrados ha dejado paso en el cargo a Juan Trinidad, de Ciudadanos, y ahora tenemos en la Comunidad un gobierno de coalición condicionado por los votos de Vox. En Castilla y León, Clemente intentó pasarse a Ciudadanos compitiendo en las primarias con Francisco Igea, pero finalmente este “se llevó el gato al agua” (sic). En Castilla-la Mancha, que se sumó después al convenio, pero sin enviar representante, Emiliano García-Page por fin se deshizo del lastre de la izquierda al no necesitar a Podemos para gobernar, con lo que ya puede dedicarse en pleno a su cruzada catalana como buen barón socialista.

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Estando así la cosa, pinta que a nivel institucional la cuestión del Centenario va a estar parada. Alguien podría esperar que las universidades castellanas fueran a estar a la altura de las circunstancias, y a rescatar el tema aunque solo fuera por un ejercicio de erudición y respeto a nuestra historia, pero de momento parecen estar más interesados en los delirios nacional-imperialistas rescatando a Blas de Lezo, los Tercios de Flandes o a aquella Armada Invencible que nos iba a llevar a poner a nuestros pies a la mismísima reina de Inglaterra con la invasión fake que tenía preparada Felipe II. O los últimos de Filipinas.

Parece que un acontecimiento histórico de dicha magnitud, que sirvió de palanca a todo el liberalismo español del XIX, que representó un símbolo para personajes como El Empecinado o Rafael de Riego, hasta tal punto de presidir los nombres de Padilla, Bravo y Maldonado las paredes del Congreso, o que, debido a una confusión histórica, consagró el color morado como referente del republicanismo y las ideas progresistas en nuestro país, no merece ser atendido. Solo a través de las redes sociales, la voluntad de un grupo de jóvenes aficionados a la historia parece haber empezado a mover una humilde campaña para recuperar la memoria de estos 500 años de hilo morado comunero.

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Hace unas semanas Vox nos sorprendía con un vídeo que aportaba a partes iguales la exaltación nacionalista y la manipulación más burda de la historia, relatando las grandes hazañas de íberos, almogávares y los conquistadores de América mezclándolos con los soldados españoles destinados en misiones internacionales. Un totum revolutum presentado después de hacer presencia en los actos de la llamada toma de Granada, que no tendría ningún recorrido si no fuera porque parece ser la única visión posible de la historia, y cualquier discurso alternativo sigue corroído por la sal. Mientras escribo estas líneas Felipe VI se dispone a acudir a los actos otro centenario, el de la Legión, fundada por su bisabuelo Alfonso XIII en 1920. El combate por la historia nunca cesa.

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