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Opinión · Otras miradas

Hablemos de lo esencial

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Personal sanitario del Hospital de La Paz, en Madrid, guardan un minuto de silencio por un compañero fallecido por el coronavirus. REUTERS/Susana Vera

Desde el comienzo de esta pandemia se dio luz verde a la actividad esencial, a todos esos trabajos que sostienen la vida, sin los cuales estaríamos hablando de una catástrofe aún mayor.

A las 20.00 de cada día salimos a nuestros balcones o ventanas para agradecer todo el esfuerzo y trabajo a las sanitarias que trabajan poniendo en riesgo sus propias vidas y las de sus seres queridos. Pero no hay aplauso que agradezca lo suficiente todo el sacrificio que están haciendo por nuestra sociedad. Por ello, es necesario que todos esos trabajos esenciales, que casualmente son trabajos muy precarizados y feminizados, tengan en el futuro una valoración mayor, con unos salarios y unas condiciones mejores y dignas. Las enfermeras, sanitarias, cuidadoras, limpiadoras, cajeras, repartidores de comida. barrenderos… todos esos empleos invisibilizados, a los que apenas prestamos atención como sociedad, que damos por hecho, son quienes están sacando adelante la situación. Sin todas ellas, sería imposible salir adelante. Por todo ello, es fundamental que se les de la importancia social y el respeto que merecen. Muchos aplausos, pero también mejores salarios y condiciones de vida dignas.

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En medio de todo este lenguaje bélico que se está usando ahora, conviene hablar de personas que no van al frente a matar a otros, sino que van a sus trabajos a salvar vidas. El lenguaje que usamos configura el relato y es más que oportuno saber elegir qué palabras son más adecuadas para cada caso. No son héroes ni van al frente, son trabajadores antes y ahora, trabajadores con condiciones laborales precarias y extenuantes. Ayer y ahora.

Y en la primera línea de esenciales, se encuentran ellas, las enfermeras y el personal sanitario. Aquellas que antes de esto ya estaban en primera línea, pero nunca se las ha reconocido como debiera. Incluso ahora, en un momento en el que se las aplaude, se las agradece, siguen malviviendo en la precariedad. Ana, enfermera en uno de los hospitales de la Comunidad de Madrid, denuncia en su perfil de Facebook que no le han realizado el test a pesar de mostrar síntomas y tanto ella como otras de sus compañeras han trabajado en estas condiciones. “La idea es que en cuanto de negativo me incorpore a trabajar, como han hecho el resto de mis compañeras que han estado de baja. Parece que cuando estás de baja de repente sí que hay posibilidad de hacerte un test lo antes posible”, explica. La profesional sanitaria asegura que se están organizando y que pronto llevarán a cabo una respuesta de manera colectiva.

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Mientras tanto, me pregunto hasta dónde somos capaces de soportar como clase social. Ya era grave antes, pero más lo es ahora, teniendo en cuenta de que estamos hablando de los y las trabajadoras que están manteniendo la sociedad, velando por nosotros, sosteniendo la vida.

Sin embargo, todo parece indicar que la lógica capitalista seguirá mandando. Mientras escribo estas líneas, leo la noticia en la que CCOO denuncia que la Comunidad de Madrid no renovará los contratos a los profesionales del SERMAS que han reforzado la lucha contra el coronavirus.  En febrero, antes del COVID19, solo para cirugía había 75.000 pacientes esperando y 453.000 en consultas especializadas. Todas esas 100.000 personas que fueron llamadas a esta guerra siguiendo su lenguaje belicista ahora ya no son héroes, sino números que engrosan las listas del paro.

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Lo que también se plantea ahora a nivel mundial es la prevalencia del sistema neoliberal competitivo e individualista o un nuevo orden en el que prime lo colectivo, la solidaridad y el bien común. Si de algo está sirviendo la nueva pandemia es para poner sobre la mesa las desigualdades de nuestra sociedad. Por ejemplo, no es lo mismo vivir esta situación en un piso interior de uno de los barrios más empobrecidos de este país a vivirlo en un chalet con gran jardín. Igual que no es lo mismo vivirlo en Alemania a vivirlo en India. Las desigualdades ahora son más claras y evidentes que nunca y quizá sea un buen momento para reflexionar sobre si queremos seguir perteneciendo a un mundo caduco en el que la existencia humana tiene los días contados o pasar a una nueva etapa en la que salgamos más fortalecidos.

Aunque el dios del mercado sigue mandando sobre los ciudadanos y parece que poco pudiéramos hacer, ya hay quienes de entre los más esenciales, se han armado de valor y han realizado protestas estos días. Por ejemplo, los y las trabajadores de Telepizza en Zaragoza realizaron una huelga, ya que la empresa había sancionado a casi una docena de sus empleados al negarse a asistir al puesto de trabajo sin protección contra el coronavirus.

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Por su parte, los riders de Glovo protestaron el jueves en Madrid denunciando una bajada en el la tarifa base. Y es que en plena crisis del coronavirus, la asociación Riders en Lucha denuncia que Glovo ha reducido la tarifa base por viaje en más de la mitad. Concretamente, estiman que el pago base ha pasado de 2,50 euros por viaje a 1,20 euros por viaje. Recordemos que muchos de ellos, falsos autónomos,han estado trabajando sin equipos de protección individual, expuestos completamente a contagiarse, ya que la empresa no se ha hecho cargo de su seguridad.

Por todo ello, es importante reflexionar sobre a qué normalidad queremos volver cuando esto haya pasado, si queremos volver a una normalidad en la que priman los intereses de unos pocos sobre la mayoría o queremos pensar en una nueva manera de repensar la sociedad mucho más justa e igualitaria. Esa sociedad donde los trabajos esenciales, los cuidados, gocen por fin de la importancia que merecen. De lo contrario, no habremos aprendido nada.

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