Opinión · Otras miradas
Más política y menos instituciones
Miembro del Consejo de Estado. Fue senador en 1978 y presidente del Senado (1989-1996).
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Estamos en tiempos de política pura. El debate y votación en el Congreso de los Diputados de esta semana nos podía haber abierto la puerta a lo desconocido. Si no se prorrogaba la emergencia no estaba nada claro qué respuesta podía darnos el Estado, en su acepción de comunidad social organizada para garantizarnos nuestras vidas.
Todo dependía de los votos de nuestros diputados. Y, sin embargo, hay otras muchas instituciones que debido a la declaración de alarma debían permanecer subordinadas pero formando un todo con el Congreso de los Diputados.
Tengo la impresión que nuestros diputados, y aún el Gobierno, no consideraron que sus decisiones, en este momento singular, deberían tener en cuenta a las demás instituciones, pues el Congreso no puede realizar las funciones y actividades del Senado, las Comunidades Autónomas, los Ayuntamientos, las Diputaciones, o los diversos entes en los que se agrupan y trabajan los profesionales de la sanidad.
El Congreso forma la voluntad nacional, y eso es resultado de mucho más que el cálculo o la conjunción de los intereses partidistas.
El Gobierno obtuvo la ampliación del estado de alarma, pero el debate ha mostrado que no estamos a salvo de sobresaltos, pues nos cunde la impresión que futuras decisiones dependerán de las personas y sus partidos, en lugar de depender de unas instituciones permanentes, que están ahí aunque cambien de titulares.
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En mi opinión, de esta circunstancia, aunque tenga varios autores, el dirigente popular Pablo Casado es quien más ha hecho para que lleguemos a este preocupante escenario político. Casado tenía una estrategia para los años que durara la legislatura, había forjado una mayoría alternativa con Ciudadanos y Vox, pero la pandemia pareció abrirle una embriagadora posibilidad inmediata. Creyó que Sánchez caería al perder la votación de esta semana, se puso en modo electoral, acentuó sus gestos dramáticos -las corbatas negras y toda una exhibición de lutos acusadores contra Sánchez-, se movilizaron huestes que pegaban carteles que acusaban de asesino al presidente del Gobierno, y hasta el diario ABC se hacía eco del deseo de echar a Sánchez, aunque fuera con un montaje de portada, consistente en poner a Casado junto con los nacionalistas vascos y catalanes a la hora de la famosa votación.
Ciudadanos y el PNV hicieron lo contrario de lo que esperaba ABC y otros adalides de la tesis del atajo electoral vía pandemia, y la consecuencia es que Pablo Casado ha convertido en irrelevantes sus 89 escaños; ni siquiera votó no, y su abstención sintetiza su desorientación de este momento. La Fundación Faes, con la que José María Aznar ha venido incentivando esa estrategia de cambio inmediato de Gobierno, ha reaccionado acusando a Ciudadanos, y a Inés Arrimadas, de poco menos que de estupidez, sin hacer la mínima mención al hecho de fue Aznar y Faes quienes alentaron esa estrategia estrictamente aventurera.
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La intervención de Arrimadas, aunque salvó al Gobierno, no fue nada condescendiente con Sánchez. Al igual que los demás portavoces de los partidos, votaron lo que votasen, Arrimadas censuró que el presidente del Gobierno no tenía comunicación con los demás grupos, y, como dijo, entre otros, el portavoz de Compromis (que votó con el Gobierno): “Ha negociado muy poco y tarde”.
Entre los nacionalistas e independentistas la queja fue igual, pero en el fondo era distinta. En un grado variable, los nacionalistas reaccionaban contra el Gobierno porque no aceptaban lo que ellos llaman “recentralización”. La declaración del estado de alarma no es una recentralización, sino una medida necesaria para hacer frente a circunstancias gravísimas como las de esta epidemia. Rufián, el portavoz de ERC, siguiendo las órdenes de Oriol Junqueras, amenazó a Sánchez con esta frase: “Sin diálogo no hay legislatura”.
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¿Se dan cuenta Sánchez y Casado que su enemistad política hace que los nacionalistas se conviertan en árbitros de un juego que dominan solo ellos? Y, en concreto, si existiera algún acercamiento del PSOE a Ciudadanos, ¿cuánto tiempo duraría el apoyo de los nacionalistas al Gobierno?
El oportunismo del PNV demuestra que los nacionalistas, en cuanto pueden, erosionan las instituciones comunes. El PNV apoyó en el Senado al PP para que se reuniera la Comisión General de las Comunidades Autónomas. Esa comisión es la única institución en la que están juntos el presidente del Gobierno, los presidentes de las Comunidades y todos los senadores elegidos por los parlamentos autonómicos. Que el PNV convocara la comisión, era un hecho histórico: nunca jamás había sucedido, pues el PNV nunca reconoció esa comisión senatorial, que fue tanto como reconocer que Euskadi es España. El PSOE no entendió la importancia de lo que estaba pasando. La portavoz socialista declaró que esa convocatoria era innecesaria, porque el Gobierno ya estaba controlado por la Comisión de Sanidad del Congreso. La Comisión del Senado no controla, bajo ningún concepto, a los distintos gobiernos. Esa comisión hubiera podido crear una colaboración entre gobiernos, que se ha echado en falta en estos cruciales momentos. El 30 de abril se reunió la comisión. Sólo participaron cinco presidentes autonómicos. Por supuesto, el PNV estuvo ausente. Fue una oportunidad perdida. Más política, y menos instituciones. Todos contra todos.
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