Opinión · Otras miradas
Por qué necesitamos a Julio Anguita
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No quería escribir esto. Me he negado a prepararlo antes de que fuera cierto pero ya es verdad: Julio Anguita se ha ido y –¿cómo no?– lo ha hecho luchando. Ha estado una semana entera en la UCI peleando su batalla más importante, aunque probablemente él no estaría de acuerdo en esto. La había ganado en el 93 y en el 98. Esta vez mantuvo el pulso con la Parca una semana entera. Los sanitarios del 061 le encontraron en su casa el pasado sábado 9 de mayo en parada cardíaca. Consiguieron reanimarle y le llevaron –menuda paradoja– al Hospital Universitario Reina Sofía de Córdoba.
¿Cómo explicar quién era y por qué muchos hemos estado rogándole, rezando por nuestros adentros como buenos ateos, que no se fuera, como si fuera decisión propia?
Le entrevisté el pasado 19 de febrero, con esta declaración de intenciones: “Don Julio y yo hace más de quince años que nos seguimos la pista. Le he entrevistado muchas veces al hilo de la actualidad. Esta vez, pretendo que me responda sobre qué espera de la coalición de gobierno, sobre cómo la ve, sobre las dudas de algunos, sobre Vox, sobre el futuro y sobre todas las cosas, porque eso es lo que uno le pide a los oráculos”.
Entonces le presenté así, para quien no le conociera: “Es quizás el Don Quijote más Quijote de nuestra política. Tiene 78 años y, antes de escucharle, conviene recordar quién fue y quién sigue siendo: el líder que, con el lema “programa, programa, programa”, llevó más alto a la izquierda de este país, antes de Podemos, (21 escaños en 1996, contra el todopoderoso Felipe González); el primer y único alcalde de capital de provincia comunista, al que apodaron “el Califa Rojo” cuando consiguió revalidar la alcaldía por mayoría absoluta en 1983; el Coordinador General de Izquierda Unida que dejó la política en 1999 después del tercer infarto; el político que la dejó y volvió a ser maestro de escuela; el jubilado que renunció a la pensión como exdiputado para cobrar la que le quedó por ser lo que es, un maestro; y el hombre que sigue y seguirá comprometido con la movilización social hasta que se le acabe el tiempo”.
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Lamentablemente, se le ha acabado.
Aquella entrevista llevó por título este haiku suyo: “Haber entrado en el Gobierno puede ser la tumba o la gloria de Unidas Podemos”; y fue un juego de equilibrios entre no olvidar la historia del PSOE y sus hechos y su apuesta por apoyar este Gobierno de coalición cuasimilagroso. “Mi apoyo consiste en apoyar y a veces también en marcar silencios, porque a veces son necesarios”, me confesó cuando le apreté en asuntos espinosos. Subrayó su máxima de siempre: lo importante son los hechos, no las palabras. “Creo que al gobierno hay que defenderlo, siempre y cuando se cumpla lo pactado”, me dijo, y lo demostró con sutilezas que no hubiera practicado en la oposición: “El entrar en el gobierno exige un lenguaje más edulcorado pero los contenidos deben ser los mismos”, siguió argumentando.
Y, sobre la movilización social, sobre la política con mayúsculas, la que atañe a la sociedad civil, la que de verdad nos hace ciudadanos, advirtió: “La izquierda si no tiene apoyo social de militancia activa que explique su mensaje está literalmente perdida. No podemos confiar solamente en los titulares de los periódicos o en las cabeceras de los telediarios”. Y sentenció, señalándonos a todos: “El avance de la extrema derecha y de la derecha es porque la izquierda le ha dejado el hueco”.
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La última vez que hablé con don Julio, después de aquella entrevista, se confesaba cansado de la gente, de que no aprendiéramos –aunque nunca perdió la esperanza: “Este gobierno puede ser un fracaso pero también puede ser algo muy importante”, dejó ahí sembrado.
Para terminar esto, que no quería empezar y que ahora me cuesta dar por terminado: don Julio Anguita ha sido y será un intelectual comprometido y un político erudito y, sobre todo, el único que llevó hasta sus últimas consecuencias en carne propia el orgullo de clase obrera –cuando esta clase está tan perdida– y los principios del comunismo democrático con la cabeza más que alta, altísima.
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En los últimos tiempos, ante la duda, las nuevas izquierdas volvieron los ojos hacia el político honrado e ilustrado que siempre se mantuvo fiel a sí mismo. Eso, y su historia, lo hicieron único, irreemplazable. Don Julio ha sido oráculo de tantos; la muerte no podrá impedir que siga siéndolo, que sigamos necesitando a Julio Anguita.
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