Opinión · Otras miradas
'Mrs. América' y el feminismo en estos días
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Es inevitable ver la serie Mrs. América y no establecer comparaciones con nuestro feminismo y machismo ahora, incluidos los días de pandemia. Los capítulos tratan sobre la campaña para la Enmienda de Igualdad de Derechos (ERA) en la Constitución de Estados Unidos. Frente al movimiento feminista, surge una mujer ultraconservadora en contra, Phyllis Schlafly, fundadora y líder del Eagle Forum. Salvando las grandes diferencias entre la ERA y lo que vivimos estos días, la estrategia es la misma y los paralelismos son evidentes:
Bulos, bulos y más bulos. Al igual que hace Schlafly, la derecha y ultraderecha española no tuvo suficiente con las dos campañas electorales donde nos lanzaron bulos continuos. Han sumado más estos días. El bulo estrella: el 8 de marzo como causa única de la expansión del coronavirus. Desde el decreto del estado de alarma, no ha habido sesión de control donde no se haya responsabilizado al 8M. Desde Casado a Abascal (este, sin citar su acto en Vistalegre el 8 de marzo, por supuesto) hasta Ayuso, que ha calificado al 8M como el “infectódromo”, mientras silencia las oposiciones celebradas en Madrid con más de 1000 personas el mismo día. Y todo a pesar de que una jueza haya descartado, por el momento, causalidad entre el 8M y el coronavirus. Luego, también se extendió el bulo de que se expropiaban viviendas para mujeres maltratadas durante el estado de alarma: falso. Y mientras Mrs. América se centra en la ERA, nosotras podríamos hacer una capítulo sobre cómo el PP se sumó a Vox para no apoyar en el Congreso el decreto que protege a las víctimas de violencia machista durante la pandemia, en un momento tan crucial.
Las redes sociales. Mientras Schlafly se esfuerza en repartir su boletín The Phyllis Schlafly Report para convencer a las mujeres norteamericanas de votar en contra de la ERA, aquí todo ese debate antifeminista no sólo se articula con las declaraciones de partidos políticos conservadores, sino también en unas redes sociales donde sus seguidores, militantes y ‘periodistas’ a servicio alimentan todos los días hashtags contra el Gobierno. Al igual que el mensaje de Schlafly fue creado con inquina y animadversión, redes como Twitter se han llenado estos días de odio, desprecio y agresividad, según confirmaba un estudio. Las feministas, como siempre, han sido una diana especial en esos ataques.
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El relato. Para acusar a las feministas, no les faltan adjetivos. La historia del feminismo es la historia del insulto, de la vejación, de la desautorización y desacreditación de nuestras denuncias. Schlafly recoge el testigo patriarcal para calificar al feminismo de “pesadilla”, de “sistema totalitario” y a las feministas de “desviadas” y “asesinas”. Nada diferente a hoy, que seguimos recibiendo estos y peores insultos. Ya no sólo desde la derecha, sino también desde ciertos sectores de la izquierda y de, supuestamente, “compañeras” feministas que atacan de forma frontal la agenda, anulando toda memoria histórica y principios. Y si para alimentar ese relato hace falta mentir e inventarse un caso, es lo de menos. Ya vemos cómo la corriente negacionista en nuestros políticos lleva, incluso, a inventarse datos. Es lo que ocurre en la serie también. Brenda Feigen Fasteau acorrala en un debate a Schlafly para que desvele de dónde extrae su colección de mentiras. No existía ningún estudio ni caso judicial que la respaldara. Nada. Todo era humo. Pero lo vendía. Y la sociedad, sin conocimiento, lo compraba.
Los enfrentamientos entre mujeres. Por un lado, las mujeres feministas y antifeministas. Hoy día, frente a Schlafly y sus seguidoras, tenemos buenas discípulas que lo ejemplifican. Sólo hay que mirar al Partido Popular y a Vox para encontrar esos referentes. Mujeres antifeministas para mantener el propio status quo al que pertenecen.
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Por otro, las separaciones entre nosotras. Nuestras peleas que siempre han existido, en un movimiento horizontal sin líderes pero donde hay debates. No somos seres de luz, somos mujeres defendiendo lo nuestro, lo que ha estado silenciado durante siglos y que tenemos que recordar cada día, entre nosotras mismas, para no dar pasos atrás.
Luego, la estrategia de hasta qué punto ceder en determinadas cuestiones. “Nuestro movimiento lucha contra la opresión de todas las mujeres. Somos muy pocas y no podemos ser nuestras propias enemigas”, señala Friedan. “Somos un movimiento político, no una hermandad”, dice Steinem. “Queréis ser inclusivas excluyendo?”, acusa Abzug a Steinem por dejar fuera de la Convención a Friedan, o también le advierte de que ella nunca ha querido hacer el trabajo sucio, al mismo tiempo que duda sobre quienes la señalan ya como feminista poco radical. Ojo: todas dudan de sí mismas. Ese es el punto. Porque ser feminista es cansado, es duro, es saber que no sólo vas a tener el ataque de la derecha sino también de los tuyos y de las tuyas. Y todas nos podemos ver representadas en esas mujeres que, a cada paso que dan, tienen que calcular el alcance, el qué dirán de ellas, que si las tacharán de partidistas, de malas hacia fuera o malas hacia sus compañeras… siempre dependientes de la mirada del otro o de otras, siempre esperando al momento. “¿Soy la única que está hasta las putas narices de esperar? (...) Estoy harta de empequeñecer nuestros sueños para contentar a la mayoría”, dice Steinem. Y sí, esta frase la compro hoy día más que nunca.
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El feminismo radical. Lamentablemente echo de menos, como contenido, más los logros del feminismo radical. Por ejemplo, Millett es nombrada de pasada. Echo de menos mostrar la vida real de las mujeres normales, no sólo las líderes. De las víctimas de violación, las casas de maltratadas creadas por el feminismo radical, el debate sobre el placer sexual… Muchos verán esta serie y tomarán conciencia de la memoria histórica feminista, pero eso es EE.UU. Piensen también que, mientras estas mujeres luchaban allí, en España las feministas se reunían a escondidas, bajo una dictadura que había impuesto décadas de una mujer sumisa, obediente al patriarcado y condenada al matrimonio y a la familia. Justo lo que Schlafly defendía.
Nuestra memoria. Un amigo me decía que con esta serie podíamos aprender de nuestros errores. Y mira, NO. Esa enmienda no se perdió por ellas. Ellas lo hicieron lo mejor que pudieron. Igual que aquí. Podéis sustituir “enmienda” por cualquier punto de nuestra agenda o leyes, porque al final tenemos que estar luchando cada día por algo que, aunque esté conseguido, creíamos que ya no sería cuestionado. Al igual que ellas hicieron con la enmienda, igual que las nuestras se abrieron paso tras la dictadura, igual que hoy tenemos que ser señaladas e insultadas, cientos de mujeres se dejan cada día la piel en cada rincón del mundo por defender lo que necesitamos y lo que nos pertenece. Si no vencemos, no será porque no estemos luchando. Si no vencemos es porque, al igual que vemos en Mrs. América, el problema no es nuestro, sino que nos enfrentamos a un mundo y una sociedad que no va a nuestra par. Esta semana algunos han reaccionado contra los vientres de alquiler viendo las imágenes en Ucrania. Nosotras estamos cansadísimas de denunciarlo durante años y de soportar campañas de acoso por ello. Advertimos las amenazas a nuestros derechos humanos cuando las padecemos, e incluso las advertimos antes de que sucedan. El problema es que, muchas veces, la sociedad reacciona tarde. Y entonces, se acuerdan de lo que decían esas feministas a las que se insultaban. Y nadie pide perdón. Y entonces es cuando me acuerdo de Steinem, y pienso, como ella, al ver nuestra propia historia, que “estoy harta de empequeñecer nuestros sueños para contentar a la mayoría”.
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