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Opinión · Otras miradas

Bosques urbanos, imprescindibles contra el cambio climático

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El Foro Económico Mundial (FEM) no deja de sorprendernos. En su informe sobre los riesgos globales para la economía mundial de este año subrayó que la economía no supone ningún riesgo para la economía. Los riesgos para la economía son fundamentalmente ambientales.

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Muchos lo teníamos bastante claro desde hacía tiempo, pero quién mejor para hablar de riesgos para la economía que el mismísimo Foro de Davos. Nos deja también descolocados cuando pone sobre la mesa cuestiones que los activistas y los científicos del cambio global llevamos años señalando.

En un alarde de arqueología informativa, el FEM ha recuperado algunas ideas importantes para estos tiempos de emergencias diversas e interconectadas. Si este organismo les da cobertura, es posible que tengamos más oportunidades de que sean escuchadas. Su influencia sobre quienes toman decisiones políticas es incuestionable.

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Los bosques urbanos de Miyawaki

Recientemente, el Foro ha publicado información sobre la idea de plantar pequeños bosques urbanos “para impulsar la diversidad y luchar contra el cambio climático”.

La propuesta no es en absoluto nueva. La idea de los bosques urbanos es lo que, de una manera no necesariamente tan explícita, se ha venido desarrollando en el seno del urbanismo contemporáneo. Es un eje central en el marco académico emergente del nuevo paisajismo.

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Resulta especialmente llamativa la puesta en valor en esta campaña del bosque urbano por un investigador japonés y su redescubrimiento como si fuera un auténtico gurú espiritual y filosófico más allá de su contribución científico-técnica.

Akira Miyawaki, profesor emérito de la Universidad de Yokohama y director del Centro Japonés de Estudios Internacionales en Ecología, es un investigador de ecología de la vegetación. A lo largo de su dilatada carrera, Miyawaki ha indicado en numerosas ocasiones la necesidad de restaurar lo que él llamaba medioambiente vivo.

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El investigador se refiere a restaurar basándose en la vegetación real y no perturbada, atendiendo a la dinámica natural y, especialmente, a lo que ocurre en los pequeños espacios no alterados mantenidos al lado de centros religiosos o con un sentido espiritual en su contexto japonés. En ellos encuentra los mejores referentes de lo que podría ser su entorno sin ser afectado por la acción trasformadora del ser humano.

Este elemento de espiritualidad y el peso que la cultura japonesa da al bosque, así como la enorme diversidad y calidad de los bosques mixtos naturales que todavía conservan, son factores que dotan de especial atractivo a la idea de Miyawaki.

Un concepto no tan nuevo

En realidad, lo que propone el científico es básicamente el concepto de vegetación natural potencial.

La idea, no exenta de dificultades y controversias conceptuales, está profundamente arraigada entre los gestores del medioambiente en urbanismo, conservación, ordenación del territorio y evaluación de impacto ambiental en buena parte del planeta.

El concepto, en realidad, es bastante simple: asume que la vegetación es el resultado de procesos deterministas que cambian su estructura y composición con el tiempo de una manera predecible. La vegetación se limita, según esta versión simplificada (aunque útil) de la realidad, a seguir el camino marcado por la sucesión.

En esta sucesión idealizada, unos grupos de especies con características funcionales muy diferentes van remplazando a otras hasta que se alcanza esa comunidad que denominaríamos natural potencial.

Si no hay perturbaciones, el sistema avanza hacia esa vegetación potencial, mientras que si hay perturbaciones antrópicas (tala o pastoreo) o naturales (avalanchas o fuegos naturales), vuelve a la casilla de salida.

La lista de excepciones y limitaciones a esta idea llenaría libros enteros, pero no cabe duda de que el concepto enraizó muy bien en muchos colectivos profesionales. Y según parece, también en los economistas del FEM.

Los ejemplos mediterráneos

En un trabajo pilotado por Luis Balaguer, un grupo de científicos de la restauración ecológica trabajamos sobre la identificación de referentes para la restauración ecológica y vimos las dificultades prácticas para utilizar este concepto de vegetación potencial.

Más allá de las evidencias acumuladas sobre la necesidad de restaurar en un marco mucho más complejo que el de la identificación de la vegetación potencial, resulta llamativa la ausencia de referencias y trabajos clave en este marco de la construcción de pequeños bosques urbanos.

En el contexto Mediterráneo, en 2007 indicábamos que es necesaria mucha más ecología y conocimiento científico para restaurar los maltratados ecosistemas (ver también la réplica de Méndez y colaboradores).

Es más, y en relación precisamente con esta idea redescubierta y atribuida al científico japonés, Rey Benayas y colaboradores proponían ya en 2008 la creación de pequeñas islas de bosque mediterráneo en áreas agrícolas extensivas. Se trata de una herramienta de manejo de la diversidad con efectos positivos en todo tipo de servicios ecosistémicos. Un camino para combinar en acciones de conservación, restauración y agricultura.

La idea subyacente en la campaña del Foro de Davos es potente y de agradecer. Lo que destaca especialmente es que el Foro nos ponga delante algo sencillo de implementar y que sitúa el bienestar de la gente que vive en grandes ciudades (la mayoría) como una prioridad ligada a la diversidad biológica sin necesidad de grandes inversiones y con soluciones basadas en la naturaleza.

Intentar reconstruir pequeñas islas forestales o hábitats naturales –no necesariamente arbóreos– en nuestro entorno urbano como fuente de diversidad es simple y nada novedoso, pero en el contexto de un paisajismo trasformador, es muy revolucionario. Imprescindible en realidad.

La Gran Muralla Verde

Para 2050, el porcentaje de la población que vivirá en las ciudades será de casi el 70 %. Gran parte de este crecimiento se producirá en África y Asia. Conscientes de ello y del insustituible papel de la segunda naturaleza –esa que queda en las ciudades– para el bienestar de las personas y la estabilidad ambiental del planeta, la FAO junto con sus socios presentaron en septiembre de 2019 el proyecto de la Gran Muralla Verde para las ciudades.

El proyecto propone una extensión natural de la Gran Muralla Verde del Sahara y el Sahel para frenar el avance del desierto y contrarrestar el cambio climático.

La iniciativa implicará la creación de zonas verdes urbanas en territorios conquistados por el asfalto y el hormigón en las principales ciudades de África y Asia. Se pretende apoyar al menos a tres ciudades de cada uno de los 30 países de estos continentes situados en esta inmensa franja de tierra afectada por los monzones y muy amenazada climáticamente.

Para 2030, este ambicioso proyecto habrá ayudado a las ciudades a crear 500 000 hectáreas de nuevos bosques urbanos y a restaurar o mantener unas 300 000 ha de bosques naturales existentes en las ciudades del Sahel y Asia Central y en sus alrededores.

No se trata de construir parques, sino pequeños remanentes de bosques naturales, a veces en pequeños fragmentos del territorio. Como microrreservas de naturalidad, proveerán de servicios ecosistémicos y ayudarán a equilibrar el anhelo de conexión con la biodiversidad que los ciudadanos tenemos.

Un corazón arbolado para las ciudades

Estos grandes proyectos se apoyan en el árbol como elemento básico. La importancia de los árboles para las ciudades es enorme. Contribuyen a regular los microclimas urbanos, filtran la contaminación del aire, proporcionan sombra, absorben CO₂ y ayudan a prevenir inundaciones repentinas y extremos térmicos.

Ciudades como Madrid se están reinventando constantemente y miran cada vez más hacia soluciones en verde para su insana configuración y dinámica. Un ejemplo es el reciente proyecto Bosque Metropolitano, que Madrid pretende implementar en los próximos años tras el lanzamiento de una atractiva convocatoria de propuestas.

El foco principal de bosques metropolitanos como el que se planea para Madrid es rentabilizar al máximo la periferia verde que rodea a las ciudades. Cinturones, anillos y conectores verdes. La idea es buena, lógica y práctica. Pero el desafío no está ahí, sino en el corazón de la ciudad, justo en el epicentro de la contaminación y del asfalto y justo donde vive la inmensa mayoría de la población.

El reto, de momento, apenas cuenta con propuestas valientes más allá de los llamativos bosques verticales o los bosques en miniatura del profesor japonés Miyawaki. Son brillantes pero puntuales contribuciones a un problema de salud global.

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation

The Conversation

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