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Opinión · Otras miradas

Follar cuando no sabes qué estás haciendo

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No sé cómo surgió exactamente la conversación, pero creo que todas sentimos algo de alivio al recordar en voz alta cómo fueran nuestras primeras veces ¿follando? cuando no sabíamos todavía lo que era eso. Las escenas que recordábamos cada una de nosotras eran prácticamente idénticas. Pequeñas exploraciones con alguna amiga cercana. Buscar momentos de soledad para mirar nuestros cuerpos, para tocarlos. Jugar a ser mayores para disfrutar de unas sensaciones que nos ofrecía el cuerpo, pero que sabíamos que era mejor no mostrar en público.

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Dibujamos escenas de todo tipo. Una contaba que jugaba a ‘los abogados’ con su mejor amiga cada día después de ir a la piscina. Imaginaban resolver casos y, luego, simulaban mantener relaciones sexuales. Vestidas se frotaban una con otra. Los juicios resultaban cada vez menos interesantes así que acabaron jugando solo a ‘las parejas’. El juego duró dos o tres veranos. Después, una de ellas decidió que aquello estaba mal y no volvieron a hablarse. En otro caso, los recuerdos eran más explícitos: dos amigas tocándose los pezones; masturbación, roce. Las prácticas sexuales que narramos cada una de nosotras eran algo distintas en cada caso, pero hay un patrón que sí se repite: en algún momento fueron conscientes de que eso no estaba bien y, ahora, todas convivimos con algunas dudas. ¿Se acordará la otra de aquellas tardes de verano? ¿Cómo lo vivirá? ¿Sabrán aquellas amigas que ahora somos bolleras? ¿Cambiará en algo su relato de aquellos primeros encuentros sexuales? ¿Podemos llamarlos así? Resulta complicado esto último porque la voluntad de tener sexo es un elemento indisoluble del mismo. Probablemente fueran simples juegos que nos ofrecían placer cuando ni siquiera sabíamos qué significaba eso. Es complicado también hablar de deseo en esas edades porque probablemente ninguna de nosotras había desarrollado la capacidad desear. Era causa y efecto. Si me froto aquí, me gusta. Si me ven hacerlo, me recriminan. Será porque es algo malo.

¿Cuándo aprendemos qué es la intimidad? ¿Qué comentario generará en las criaturas la primera sensación de vergüenza, de estar haciendo algo prohibido? El placer de los niños y las niñas es uno de los grandes tabúes que todavía tenemos que deconstruir. Es importante hacerlo porque de eso depende también el desarrollo de nuestra sexualidad en nuestra vida adulta. Si creces sabiendo que tocar algunas partes de tu cuerpo es un acto oscuro, probablemente nunca acabes de disfrutar del sexo en ningún momento de tu vida. Hay gente que todavía hoy folla con la luz apagada y los ojos cerrados, gente que sufre ante su cuerpo desnudo y mira con recelo la desnudez del resto. No podemos negar que el sexo es un ámbito de nuestra vida que nos lleva a lugares y sensaciones a los que quizá no podamos llegar de otra manera. Si bien las dificultades para relacionarnos con el sexo son complicadas para todas las personas, lo es aún más para las mujeres. La dicotomía entre las mujeres buenas y las malas, las putas y las santas, a las que te follas y las que te crían a los hijos, sigue muy presente en el imaginario machista. Así, mantener relaciones sexuales libres y placenteras sigue siendo un reto para las mujeres.

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Todo ha cambiado mucho en las últimas décadas. Es evidente que el avance del movimiento feminista ha llegado también a nuestras camas, pero aún queda mucho camino por recorrer. Los chavales de hoy saben, como lo han sabido siempre, que con 20 euros en el bolsillo pueden hacer realidad todas sus fantasías, mientras nosotras seguimos teniendo miedo a que estigmaticen nuestras prácticas sexuales. Muchas de mis amigas heterosexuales recuerdan episodios traumáticos vinculados al sexo y todavía a muchas se les ponen los ojos llorosos cuando recuerdan qué decían de ellas en el instituto. Las experiencias son muy distintas en cada caso, pero se repite un mismo patrón: estigma y culpa por follar.

Mónica Quesada Juan tenía un consultorio de sexología hace años en Pikara Magazine. En una ocasión, alguien preguntó cómo podía abordar el tema con su hijo, que se masturbaba con cierta naturalidad. Proponía responder con naturalidad también, con actitud de dialogar, claridad y un mensaje que promueva tanto el placer como la responsabilidad, pero, además, añadía algo más: “Aprovecha para observar la sexualidad desde su mirada libre de prejuicios. Explicar la sexualidad es la oportunidad ideal para replantearnos la visión que tenemos de la misma. Si sientes vergüenza, reconócelo, y propón investigar juntos”.

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Incluso desde los sectores más progresistas sigue costando que se hable con naturalidad de sexo. Los niños y las niñas, en las familias más hipsters, siguen creciendo sin entender por qué hay cosas que es mejor que nadie sepa que haces. Y así, un día cualquiera, en una conversación cualquiera, encuentras cierto alivio a tus recuerdos de la infancia. Aquel juego de abogados y abogadas, aquel escondite que tenías con tu amiga, aquellas noches a oscuras, se convierten en recuerdos compartidos. Nos queda mucho que aprender para que podamos disfrutar de nuestros cuerpos, pero, tarde o temprano, tendremos que atrevernos a hacerlo.

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