Opinión · Otras miradas
La teoría 'queer' no nos salva a las mujeres
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Todo movimiento social tiene una hoja de ruta, una agenda que sirve como guía. El feminismo, también. En 1927, Carmen de Burgos (Colombine) definía así el feminismo en La Mujer Moderna:
“La primera conquista del feminismo fue que se tomase en serio, que cesasen las fáciles bromas y chistes de mal gusto, que hombres eminentes se declarasen partidarios de la liberación de la mujer y se definiera con claridad que feminismo significa: partido social que trabaja para lograr una justicia que no esclavice a la mitad del género humano, en perjuicio de todo él”.
Esta definición sigue vigente y me gusta recordarla cuando me preguntan en las conferencias por lo queer. Antes me preguntaban sobre cómo ayudar a mujeres maltratadas o el por qué se tarda en denunciar. De un tiempo a esta parte eso no interesa. Solo me preguntan por “lo queer” o, de forma directa, “por qué el feminismo rechaza la teoría queer”. Por entonces, es cuando me dan ganas de llorar porque demuestra hasta qué punto la gente vive ajena a la realidad material de la mujer.
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Para responder siempre recuerdo el caso de una mujer de África que sufrió un matrimonio forzoso con 13 años y luego fue vendida como víctima de trata. Ella dijo en una conferencia que por qué perdíamos el tiempo en este tema, que a ella en nada le ayudó la teoría queer. Y tenía toda la razón. Ni a ella ni a una mujer que llega ahora a un juzgado con una paliza para denunciar a su pareja, ni a una madre acusada de SAP, ni tampoco a una mujer en plena pandemia, con hijos y sin trabajo, que hoy está pensando a qué asociación acudir en busca de alimentos.
La teoría queer no ayuda a los doscientos millones de niñas que han sufrido la ablación del clítoris (Unicef). Tampoco a las más de 15 millones de niñas y adolescentes víctimas de relaciones sexuales forzadas, ni para combatir la cifra incontable de matrimonios forzados (incluido Estados Unidos, ojo). Tampoco la teoría queer ha recuperado a las más de 20.000 víctimas de violaciones en la guerra de Bosnia, a las más de mil mujeres violadas en el conflicto armado en Colombia, en la guerra del Congo, a las mujeres explotadas sexualmente en Siria a cambio de asistencia humanitaria, a las mujeres golpeadas, humilladas en público o con pena de cárcel por abortar, a las que se quitan el velo en países islamistas o a la última mujer que ahora mismo pone una denuncia en la comisaría más cercana tras ser violada o maltratada. A ninguna de ellas las salvó ni las salvará la teoría queer porque el origen de su opresión no está en la deconstrucción de su sujeto sino en que esto les ocurre por ser mujeres y por la dominación masculina sobre ellas.
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Por eso es vital (en el sentido literal, porque nos jugamos la vida) la memoria histórica feminista y focalizar. Nuestra violencia está arraigada en las desigualdades históricas entre hombres y mujeres y en los mandatos de género impuestos. Por eso nuestra violencia se llama “violencia de género”, porque el género nos mata, nos asfixia y nos condiciona. Por eso nuestra violencia se llama también “violencia machista”, porque ese machismo usa los mandatos de género para matarnos, violarnos y oprimirnos.
No todo el movimiento LGTBi es queer y el feminismo no nace ni se desarrolla desde lo queer. Tiene tres siglos de historia. Posada Kubissa decía muy claro que establecemos alianzas con otros movimientos, pero “en un mundo en proceso de globalización, la realidad material de las condiciones de vida de muchas mujeres exige todavía pensar desde el feminismo un proyecto de emancipación social y personal”.
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Muy claro también lo dejaba Shangay Lily en Adiós, Chueca, cuando mostraba cómo lo queer había roto lo comunitario, que se limitaba a “explotar una imaginería y una retórica más o menos colorida (...) para terminar generando un mercado con el que se lucran unos cuantos” y advertía de cómo estaba condicionando las relaciones donde se imponía el “hablar posmoderno y despreciar lo no exclusivo”. “Compra tu identidad y siéntete parte de lo cool, lo moderno, lo posmoderno, lo exclusivo que mira desde lejos los fenómenos de la periferia…, el des-activismo queer”, finalizaba en su escrito.
No es que “las feministas rechazan lo queer”, es que no sirve para explicar la opresión de las mujeres. El feminismo no es un contenedor donde cabe todo. Es una estructura de protección y supervivencia para las mujeres que sufren violencia machista y de prevención para evitar nuevas víctimas. Y si el feminismo no es todo lo que tú deseas, no es culpa del feminismo, es tuya. Y si entonces no te gusta el feminismo no pasa nada, seguiremos solas, como siempre. Pero dejen el feminismo a salvo, sin atacarlo ni dividirlo más, porque la vida de muchas mujeres dependen de ello. Cuando explico esto me responden que “a mí lo queer me ha ayudado”. Vale. Mi enhorabuena. Pero lo que tú me cuentas que has vivido no es violencia de género. De verdad, visitad una casa de maltratadas o un centro de recuperación de víctimas violadas. Comprobareis que lo queer no suma, es más, muchos de sus planteamientos son machistas y restan y dañan. Si escucharan, de verdad, el dolor que ocasiona el machismo, veríais que preguntar por lo queer ofende a las propias víctimas. Cuando las víctimas nos preguntan “por qué él lo hizo” o “por qué me ha pasado esto a mí” lo queer ni siquiera ayuda a recuperar la autoestima anulada y machacada de estas mujeres.
Lo queer NO nos salva a las mujeres del maltrato físico y psicológico. Lo queer NO nos salva de ser asesinadas. Lo queer NO nos salva de ser violadas. Lo queer NO nos salva de cobrar menos o de ser explotadas. A las mujeres nos salva el feminismo y por eso, si hace falta, lo defendemos con uñas y dientes. Porque el feminismo, siempre, es lo único que nos queda.
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