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Opinión · Otras miradas

El fanatismo ideológico, el virus más letal para la educación pública

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Material escolar en una de las aulas de un colegio de la Comunidad de Madrid. E.P./Jesús Hellín

Cuando estamos rozando ya con los dedos dejar este nefasto año atrás para comenzar un 2021 difícil, pero con más esperanza, tenemos claras algunas cosas. La certeza de que no lo olvidaremos jamás y el dolor nos acompañará mucho tiempo. La seguridad de saber que nadie estaba preparado para una pandemia. Pero también la convicción de que los años de maltrato, recortes e infradotación de los servicios públicos hicieron que nuestra respuesta estuviera menos a la altura de lo que necesitábamos.

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Lo vimos en la Sanidad, con la falta de profesionales, camas y materiales en plena pandemia. Lo vimos en las residencias de mayores, con un modelo low cost y privatizado con escasez de profesionales y sin atención sociosanitaria para atender a la población más vulnerable. Y lo hemos visto también en la Educación: la falta estructural de personal, recursos e infraestructuras han dificultado enormemente, tanto los meses de confinamiento y las clases a distancia, como la vuelta presencial en el nuevo curso.

Madrid ha tenido que hacer frente a años de infradotación de la educación pública para afrontar el difícil curso 2020/2021. Algunas de las medidas que ya eran una emergencia pedagógica antes de la pandemia, se convirtieron en exigencia en plena emergencia sanitaria. A pesar de las reticencias a tomar medidas en los primeros meses de verano, el Gobierno de la Comunidad de Madrid anunció su plan de vuelta a clase a finales de agosto: reducción de ratios en algunas etapas educativas y la contratación de cerca de 11. 000 docentes, semipresencialidad a partir de 3º de ESO, pruebas PCR para docentes o la compra de miles de dispositivos electrónicos entre otros.

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Pero, como en casi todo, entre el anuncio propagandístico de la Presidenta y el Consejero de Educación y la realidad, ha habido un abismo. Desde las largas colas de docentes, en plena segunda ola, esperando para una prueba serológica, hasta la asignación de numerosos docentes solo 13 horas antes del comienzo de curso, pasando por el cambio de instrucciones de comienzo de curso a 10 días, por la falta de docentes en muchos centros públicos y de dispositivos para garantizar la semipresencialidad que en su mayoría no han llegado, o la llegada de los barracones ante los ya históricos problemas de infraestructuras educativa de nuestra región.

La realidad de los centros educativos ha sido de desborde absoluto ante una situación que ya sabíamos que iba a llegar y cuya preparación las autoridades dilataron; de abandono por parte de la Consejería de Educación a la hora de afrontar y aplicar las normas de este curso; de desamparo ante Salud pública para aplicar los protocolos cuando había un positivo en un aula. Todas las personas que hemos vivido este primer trimestre cerca de un centro educativo sabemos que han sido los equipos directivos, los docentes y las familias, en muchos casos, quienes han sacado adelante, a pulso, las entradas y salidas, los espacios para los desdobles, los recursos para los alumnos/as o las sustituciones de los profesores que no han llegado en todo el trimestre.

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Pero, a pesar del enorme esfuerzo de la comunidad educativa, es imposible garantizar el derecho a la educación solo con voluntad y buenos deseos. Sin medios ni un esfuerzo extra de recursos para acompañar la semipresencialidad, la juventud  madrileña está viendo vulnerado su derecho a la educación, con un alto riesgo de que las cifras de abandono y fracaso escolar crezcan en nuestra región. Sin profesores suficientes en los centros, estamos teniendo alumnos que han pasado el trimestre sin dar asignaturas como matemáticas, inglés, física o economía, según el centro. Sin profesores de “refuerzo Covid” a los que la Consejería de Educación despedir hoy 22 de diciembre, habrá muchos alumnos y alumnas que no podrán ponerse al día después de cuatro meses de confinamiento y seis meses sin pisar un aula. En esta región, los anuncios propagandísticos tienen mucho de espectáculo y muy poco de inversión que garantice los derechos de nuestros niños y niñas. En una región golpeada por el fanatismo ideológico del neoliberalismo, abordar la realidad educativa requiere mucho más que una rueda de prensa y un power point un 25 de agosto.

Porque la realidad madrileña es que, ante los problemas que estamos viviendo y los enormes retos que tenemos por delante en materia educativa, la única política educativa que conoce el gobierno de Díaz Ayuso es la confrontación con el gobierno de España. Como identidad política, pero también como vía de escapismo. O nos enzarzamos a discutir sobre el castellano o quizás alguien ponga el foco en lo que pasa en las aulas madrileñas. O usamos a niños y niñas con discapacidad para atacar una ley educativa, o igual alguien se da cuenta lo que pasa en los centros ordinarios, por la falta de recursos para garantizar el derecho a la educación del alumnado con necesidades educativas especiales. O acusamos a la nueva ley de acabar con la escuela concertada y la libertad de elección de los padres o igual alguien podría darse cuenta de que en Madrid la única libertad que no se garantiza es la de las familias que quieren elegir educación pública.

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Ante los desafíos que afrontaremos los próximos meses en los centros educativos, el Gobierno de la Comunidad de Madrid ya ha dejado claro que el único interés que tiene por la educación es para tenerla como rehén de su rebeldía particular contra el Gobierno de España. En la región de la “libertad”, la comunidad educativa podrá elegir entre más confrontación y más fanatismo.  Defender lo público y lo común no parece que esté entre las opciones.

Así que a este 2021, además de pedirle salud y el fin de esta crisis sanitaria, económica y social, toca pedirle un gobierno que crea en la educación pública, que nos saque de los deshonrosos primeros puesto en educación (los que menos invierten, los que más segregan, donde las familias más se gastan), que coopere en vez de destruir, y que garantice la igualdad de oportunidades en vez de perpetuar las desigualdades. Es mucho pedir, pero este 2020 nos debe demasiado como para no creer que puede ser posible.

Este 2021 salud, amor, cuidarnos y educación pública.

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