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Opinión · Otras miradas

La crisis de los cuidados, de camino al 8M

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Manifestación del 8M de 2019 en madrid. REUTERS/Juan Medina

Si de algo se ha hablado durante la pandemia es la importancia de los trabajadores y trabajadoras esenciales, entendiendo como tales aquellos que sostienen la vida. Cada día, en cada aplauso les homenajeábamos, pero ¿realmente fue suficiente? Se ha vuelto a poner de manifiesto la trascendencia de quien cuida, de quien cura, de quien limpia, de quien acompaña. Sin todas esas tareas cotidianas en la mayor parte de los casos no remuneradas o mal pagadas, no podríamos entender la vida. Y sin embargo, a día de hoy son tareas invisibilizadas, que damos por hecho, que aplaudimos, pero que no premiamos. Una enfermera me dijo hace poco “ojalá menos aplausos, pero más derechos”. Y tenía toda la razón.

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Las mujeres cada vez tenemos menos tiempo material para cuidar y muchos hombres aún no han hecho los deberes. Y ese trabajo que antes nos correspondía por el hecho de nacer mujer, ahora lo siguen haciendo otras mujeres generalmente mal remuneradas y en condiciones precarias. Surge ahí la crisis de los cuidados, que no es más que el olvido de algo que debería cuidarse y protegerse en un estado de bienestar cada vez más deteriorado.

Como ya comentó en su momento María Ángeles Durán, el cuidado es un gran devorador de tiempo y, sin embargo, no le damos importancia e ignoramos su valor. Mientras estamos cuidando, no estamos cuidándonos, no estamos dedicándonos el tiempo que merecemos para nosotras mismas y nuestra salud física y mental.

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Según el último informe de Oxfam Intermón, Esenciales, la precariedad afecta con especial fuerza a quienes durante la pandemia se han revelado como imprescindibles para cuidar y salvar nuestras vidas. Por aportar algún dato más, cabe señalar que uno de cada tres empleos para sanitarios en nuestro país son temporales.

La austeridad también significaba eso, los recortes o el poco dinero público invertido en sanidad o en la ley de dependencia, que cuida de los más mayores, los más vulnerables ante la pandemia de covid-19. Existe algo de esperanza con la aprobación de los Presupuestos Generales y su partida presupuestaria destinada a dependencia ha aumentado hasta 2.359 millones,  poniendo fin a la escasa aportación estatal de los últimos años. Todos estos años de desmantelamiento de la ley de Dependencia supusieron una reprivatización del cuidado en casa, una precarización de las cuidadoras y una nueva carga para las mujeres.

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Las mujeres migrantes, además, se ven forzadas a dejar a sus hijos al cuidado de familiares en su país mientras ellas cuidan a otros. Durante uno de los confinamientos perimetrales por barrios que el gobierno de la Comunidad de Madrid impuso se vio más clara que nunca esa desigualdad. Podías ir a cuidar a los hijos a los ricos, pero no podías llevar a los tuyos al parque al salir de trabajar. A esa desigualdad de género, se suele unir la de raza y clase, de ahí la importancia de la interseccionalidad.

Ya hemos visto cómo se ha tratado a nuestros mayores, cómo muchos de ellos murieron desatendidos en la primera ola. Se puso entonces de manifiesto la grave crisis de los cuidados en las residencias. El personal de estas instalaciones llevan denunciando grandes carencias durante todos estos meses. Sin ir más lejos, el último día conocíamos la noticia desde Sevilla en la que varias residencias privadas han sido denunciadas y cerradas cautelarme por tener a los ancianos en condiciones infrahumanas. Las trabajadoras de uno de ellos denuncian tener que bañar a los residentes con barreños a falta de agua caliente o que "no hay comida para todos".

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Las mujeres que en su mayoría trabajan en este sector, llevan años quejándose de las condiciones en las que trabajan, la sobrecarga y los bajos salarios que les pagan. Concretamente, el convenio de las gerocultoras tiene un salario base de 997,16 euros mensuales, el salario base de una limpiadora/planchadora es de 903,87 euros mensuales y el de un auxiliar de mantenimiento de 979,68 euros mensuales.

“Nosotras les cuidamos, vosotros les robáis”, podía leerse en una de las pancartas de las huelguistas de las residencias privadas de Álava. Estas trabajadoras, que se han movilizado en varias ocasiones, denuncian que trabajan 1.792 horas al año por menos de 1.000 euros al mes, las empresas no cumplen con los calendarios anuales, sufren cambios de turno de última hora y doblan turnos.

Sin embargo, la herramienta de la huelga no está al alcance de todas. Muchas de las cuidadoras internas trabajan  aisladas en la intimidad de un hogar, tienen que enfrentarse solas a sus jefes, a veces no tienen contrato o no disponen de permisos de trabajo. Todo ello es necesario a tenerlo en cuenta de cara a repensar nuevas herramientas de lucha que nos incluyan a todas, de cara a este 8 de marzo.

Recuerdo a modo de anécdota cuando mi madre me contaba que limpiando una casa manchó unas sábanas con sangre que se había hecho en las manos de tanto limpiar. La respuesta de los señores de la casa fue de enfado y desprecio. Y es que las mujeres tenemos las manos manchadas de sangre de tanto cuidar.

Creo que no habrá libertad, ni igualdad ni cambio mientras seamos nosotras quienes de manera precaria nos encargamos de los cuidados, mientras no son retribuidos ni considerados con el valor que merecen, mientras sigan siendo las cadenas que nos atan al hogar y en muchos casos, a la pobreza. Si dejamos de cuidar, paramos el mundo.

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