Opinión · Otras miradas
La extrema derecha, el cemento ideológico de este país
Vicepresidenta del Parlament de les Illes Balears y diputada de Unidas Podemos
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En cada intervención en el Parlament de Baleares, los nostálgicos del fascismo nos llaman comunistas con desprecio y burla. Ellos, que han recitado los versos del Cara al Sol desde la misma tribuna donde nosotras defendemos la justicia social, señalan el límite entre lo bueno -que es el totalitarismo de extrema derecha-, y todo lo demás: que es el feminismo, el ecologismo y la lucha de clases.
Cómo puede ser que quienes defendemos los derechos de la España que madruga hayamos sido señalados como enemigos de este país. No fuimos exactamente nosotros quienes destruimos con una guerra civil lo que se había ganado en las urnas. Ni fuimos los autores de las represiones que vinieron después ni de los 40 años de dictadura. Cómo han podido estigmatizar a quienes sostienen la dignidad de los humildes cuando no fue precisamente esa voluntad la que besó la bota de Hitler o Mussolini
Cómo pueden señalar como artífices del desastre político actual a los que defendemos la Democracia cuando los asaltantes al Capitolio no eran precisamente demócratas. Cuando la crisis del 2008 fue provocada por el hacer neoliberal de la derecha. Cuando el Brexit, tuvo raíz en el odio al extranjero y otros argumentos fascistas.
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Cómo se atreven, quienes han desestabilizado la paz y el orden con ideología fascista, a señalar como enemigos a los perdedores de la Historia. Los represaliados, los subyugados, los asesinados en los campos de exterminio, los enterrados en cunetas, los sometidos a monstruosos experimentos científicos, no fueron precisamente los fascistas. Sin embargo, señalan como peligro social a quienes seguimos luchando contra la injusticia del poderoso frente al humilde.
Con la frialdad propia del arte brutalista redefinen la estética parlamentaria y emponzoñan de vulgaridad, simpleza e insultos la retórica política.
Desde que se anunciaron elecciones en Madrid, Cuca Gamarra, portavoz del Grupo Popular en el Congreso, llamó a Pablo Iglesias “vago redomado”. Ayuso dijo que era un caribeño con chándal con un séquito de mujeres. Diego Movellán, diputado del PP en el Congreso, utilizó la violencia política en una comparecencia con Yolanda Díaz diciendo que las mujeres de nuestro partido suben de escalafón si se agarran a una coleta.
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Espinosa de los Monteros, descendiente de militares a las órdenes de Franco y embajadores de Hitler, se refiere con sorna a la Ministra Irene Montero como la Yoko Ono del Congreso. Él, que es esposo de Rocío Monasterio, candidata a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, que a su vez decía ser arquitecta sin la carrera completa. Ambos han logrado, esta semana, legalizar su chalet de Chamartín gracias al favor de Ayuso.
Eso ha ocurrido en los últimos 10 días y todo porque Iglesias insiste en cumplir la Constitución y los acuerdos de Gobierno. Sin embargo, quienes han pisado los derechos humanos constantemente ahora se vanaglorian de cada desastre social que han provocado y se sitúan en el lado bueno de la Historia. Qué clase de brujería es esta.
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El fascismo, igual que la arquitectura brutalista y sus edificios gigantes de hormigón en los 70, avanza como una solución barata capaz de albergar a mucha gente. Las grandes masas no son intelectuales y la derecha está llegando a ellas apelando a las entrañas. Cemento ideológico a granel para tapiar las reivindicaciones de las clases humildes.
La derecha ya reconoce, con una vulgaridad pasmosa, que va a suprimir las conquistas democráticas que costaron sangre a nuestros abuelos. Todo por una fácil promesa de protección ante un peligro que no existe. Un enemigo orquestado por la arquitectura del lenguaje brutalista, cartesiano, repetitivo y capaz de simplificar al absurdo la compleja realidad democrática. Aportan también una solución completa e igual de inútil: al enemigo no le tengas miedo, haz algo mejor, ¡ódiale! Otra vez dividiendo a compatriotas los que reparten carnets de españolistas.
Como todas las expresiones artísticas, el brutalismo tiene adeptos y detractores que lo encuentran como una perturbación dentro del paisaje. En lo que suelen coincidir los críticos es que el arte brutalista envejece mal. Los monstruos de hormigón, con esas fachadas simples, grises y amplias, son un buen lienzo para graffitis reivindicativos. Así sea.
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