Opinión · Otras miradas
En legítima defensa
Periodista y escritora
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Desde el principio de los tiempos, el territorio en el que escribimos nuestra vida, ha sido usurpado y borrado por los hombres. Con total impunidad, a plena luz del día, con el silencio cómplice e incluso los aplausos desbordados, la sociedad, ha permitido que nuestros cuerpos sean puros objetos de consumo masculino a la carta.
Como si fueran una parte aparte de nosotras, los usan y disfrutan sin más. “El cuerpo de las mujeres ha sido la mayor parte de la historia, espacio de dominación, violencia y enajenación”, dice la gran Marcela Lagarde.
No les hace falta ningún documento, salvo el del pacto patriarcal aprendido de generación en generación, para expropiarnos de él sin más.
Somos de su propiedad, en singular o en plural, porque nos han definido y construido según sus necesidades. Y por ser hechas según su molde, acabamos siendo la otredad.
La otredad es ser consumida como puta, es ser usada como vientre de alquiler, es ser vilipendiada en el porno, es ser maltratada por tu pareja, violada en tu casa, abusada como niña…Suma y sigue.
La invisibilidad de no ser nadie se hereda con la excusa de la tradición o cultura. En su nombre se manipula y de igual forma que se dice que los toros no son tortura si no cultura, con la prueba del pañuelo, con el velo y con tantas otras aberraciones, pasa igual.
La mal llamada cultura nos dice que venimos de la costilla de Adán, en lugar de las caderas exultantes de Eva que nos dan la vida, y por eso hacer la prueba del algodón y de ultrajarnos en nuestro sexo de hembra para comprobar que somos decentes, nos ha de dejar tan tranquilas.
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Que sepan quienes se esconden y amparan en las (in)culturas machistas que como decía también Lagarde, “para el feminismo, los cuerpos de las mujeres son territorios de experiencia creativa y de emancipación”. Por eso luchamos. Para que la liberación se abra paso de una vez por todas frente a la opresión y nos liberemos todas de las cadenas.
No hace falta ser musulmana para sororizar con todas las mujeres aniquilados por la cárcel a la que se las envuelve con el velo. Tampoco es necesario ser gitana para denunciar una práctica misógina que reduce la vida de una muchacha a la honra y la decencia. A ellos nunca se les pide explicación, pañuelo o llevar velo alguno. Ellos son libres para todo. Su libertad la pagamos nosotras con la condena del pisoteo constante a nuestros derechos humanos.
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Pues bien, como brillantemente ha expresado Sonia Mauriz: “el feminismo no respeta culturas, respeta mujeres”. Y ahí estaremos siempre. Señalando la infamia, aunque por ello nos expongan y nos amenacen con violarnos o matarnos o con ir a por nuestra familia. Lo hacemos porque las feministas vivimos cada día en legítima defensa. Cogidas de la mano, nos salvaguardamos y protegemos con la palabra que siempre se nos ha negado. Somos el amparo de todas.
Sobre todo, de las que no pueden soltarse de las cadenas. Porque lo que nos pasa a una, nos pasa a todas. No hay mayor legitimidad que defender nuestra libertad con la voz y la palabra de quienes no la tienen.
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