Opinión · Otras miradas
Qué feo es perder
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Días después del 4M sigo sin levantar cabeza. Pesa la derrota pero pesa más la perplejidad. Hay un dicho andaluz que resume con trazo grueso el resultado electoral de las autonómicas madrileñas: el muerto al hoyo y el vivo al bollo; y eso –por más que me joda– lo puedo comprender. Lo que no consigo asimilar es mi ceguera.
La semana pasada, después de confirmar que estaba autoengañada y borracha de esperanza, no tuve fuerzas ni ideas para escribir esta columna, en plena resaca. La semana anterior, antes de la epifanía, escribí una titulada “Matrix, Matrix, Matrix” sobre el Madrid de mentira que habían construido Ayuso y compañía. Hoy su Matrix me estalla en la memoria. El 4M me explotó en la cara.
Porque quizás es más Matrix dónde vivimos los que creemos que la democracia tiene una cierta lógica moral, que las razones colectivas ganan, que los votos se piensan más que se clavan, que se elige la papeleta a favor de la mayoría y solo en contra de lo que no se puede tolerar.
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Durante la campaña, reclamé un proyecto alternativo progresista porque no me gustaba el juego de buscar solo el voto en contra. No conté con el voto contra Sánchez, contra Iglesias, contra las restricciones, contra la pandemia, ¿contra la realidad?
Tenía tan poca épica pensar en hacer una campaña a lo Biden (los nuestros ya están movilizados, pongamos a un candidato y un discurso que no movilice a los de Trump). Me resisto a la política de la no política, de callar en vez de hablar, de spindoctors, de publicistas, de vendecoches, de empresas a las que se encargan campañas que sustituyen a militancias que pulsan la calle y proponen cómo gobernarla.
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Pero, además de esa –la pérdida de la política como movimiento colectivo, de los partidos como grupos amplios de militantes que colegian sus campañas y su política–, hay tantas realidades olvidadas como el histórico electoral de esta comunidad: aquí, en Madrid, cuanto más se vota más gana la derecha. Y esto es otro mea culpa. Muchos nos agarramos al clavo ardiendo que suponía intentar que votara el 30% de madrileños que nunca vota. Ilusamente creímos que los que no creen en el sistema iban a tener confianza en que el sistema les puede ayudar y no solo alienta el sálvese quién pueda, en el que muchos de ellos sobreviven mientras otros se revuelcan, gobierne quién gobierne en Moncloa.
Consuela pensar que ganó lo malo menos malo: con la victoria de Ayuso, Vox ha quedado neutralizada. Sin embargo –paradojas del destino– eso mismo demuestra el error de bulto del eslogan de la izquierda en esta campaña: ante la disyuntiva entre fascismo o democracia, los madrileños eligieron democracia de derechas.
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Y, por más que no me guste la corriente aprovechategui que habla de cambio de ciclo y bla bla bla, como si Casado fuera Ayuso y Madrid todo España, lo cierto es que huelo –aunque no quiera– olor a libertadlibertadlibertad en las berreas de la birra, como las llama Raquel Martos, que estamos viendo por toda España desde que se levantó el estado de alarma. Esa inconsciencia suicida que antepone su bollo de hoy, la fiesta, al peligro propio y de los cercanos, es la misma que los convence de que se puede perdonar lo que ocurrió en las residencias de ancianos de Madrid porque ni a ellos ni a los suyos les va a tocar.
En fin, que sí, que me está costando mucho perder. Pero también los hay que no saben ganar. Unos, cuentan el corte de pelo de Pablo Iglesias como si Ayuso le hubiera cortado la cabellera. Otros pierden la oportunidad de cambiar este país para hacerlo más justo y más moderno, aunque haya a quién le duela.
De los primeros no se puede esperar que ganen con elegancia, que dejen de hacer leña del árbol caído que nunca dejaron de cortar. Del PSOE, el mismo que ha perdido así Madrid, sí se puede esperanzar que deje de moverse a golpe de encuesta, y planee y consiga, con sus socios de gobierno, un proyecto de país que valga la pena.
Porque, además, la izquierda solo podrá seguir gobernando España si se pone ambiciosa, valiente y resolutiva. No con globos sonda, titubeos y un pasito pa’ lante otro pa’ tras. El PSOE Chiquito de la Calzada tiene todas las papeletas para meterse otra hostia en dos años, aunque también es cierto que esto lo está viendo una ciega.
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